martes, 6 de mayo de 2025

Editorial

 En el mes de septiembre de 2010, Tlanestli Amanecer inició edición de la revista mensual con el propósito de difundir la creación literaria en: literatura, cultura y educación. Se invitó personalmente a escritores, poetas y académicos quiénes iniciaron colaborando con sus ensayos, críticas literarias, reseñas, entrevistas, poemas, cuentos entre otros productos. 

La revista se distribuyó el su formato impreso en diversas instituciones como: Secretaría de educación de Veracruz, Benemérita Escuela Normal Veracruzana, Universidad Veracruzana, Universidad. Pedagógica Nacional, Universidad Pedagógica Veracruzana, Colegio de Veracruz, Centro Regional de Educación Superior Paulo Freire, Academia Mexicana de Educación Sección Veracruz, Academia Nacional de Poesía, Toastmasters international y entrega a suscriptores y otros lectores interesados. 

Riesgo de omitir nombres se mencionan algunos de los colaboradores participantes en este proyecto editorial: lizardo Enríquez Luna, Marcelo Ramírez Ramírez, Raúl Hernández Viveros, Juan Hernández Ramírez, Manuel Gámez Fernández, Ariel López, Alberto Rafael León, Aurora Ruiz Vásquez, Alicia Soto Palomino, Dante Octavio Hernández Guzmán, Javier Ortiz Aguilar, Jesús Jiménez Castillo, Benito Carmona Grajales, Wilfrido Sánchez Márquez, Fernando Hernández Flores, Gilberto Nieto Aguilar, Ángel Rafael Martínez Alarcón, Angélica López Trujillo, Adriana Menassé, Juan Fernando Romero Cervantes Fuentes, Rosalinda Castro Guzmán, Silvestre Manuel Hernández, Olga Fernández Alejandre...

La edición digital se realizó a través del sitio web tlanestli.blogspot.com y los cientos de miles visitas al blog se pueden constatar en este sitio electrónico. De acuerdo a información del mismo espacio los visitantes y seguidores son de procedencia de diferentes nacionalidades de Europa y América: España, Alemania, Italia y otras más y de América, Estados Unidos, Colombia, Brasil, Honduras...

Este mes de mayo  2025 retomamos el proyecto con el mismo propósito de convertirse en vínculo entre lectores y escritores 

El Editor

A mi Madre


Por Fernando Martínez Navarro 


Ya hace mucho tiempo que viví mi niñez.


Me escapaba de la casa para ver el mundo y sentir su calidez. El camino me llevaba a lugares fabulosos.


Todo cubierto de izotes, jinicuiles y naranjos olorosos.


El tiempo se evaporaba, se iba rápido y veloz; entre brincos y emociones, gritos, resignación..., el fin del día terminaba. La pinta bien valió la pena. empezaba la tristeza, el  desasosiego y el temor.


La hora se acercaba y la magia terminaba. El miedo se incrementaba sabiendo que me esperaba.


Mi madre, estaba preparada con el cincho, la piedra o una vara; en fin yo me dormía calentito, esperando la mañana. 


¡Oh mujer, solo hay una! Mi madre. Ella siempre me cuidó y me alimento.

 

Hoy, sobre todas las cosas del mundo, te agradezco lo que has hecho por mí.


Sin ti, no sería lo que soy, un hijo que ve con realismo, que está conforme cómo es y, no ambiciona espejismos. Aprendí de ti a valorar lo poco o mucho que tengo; a  sentirme satisfecho y agradecido del hecho que de ti,  yo haya nacido, mamá.


domingo, 4 de mayo de 2025

Eco de las voces


Por Fernando Hernández Flores¹


   Ahí, en ese descanso, en el lugar de los descarnados, vienen hacia mi memoria distintos recuerdos. Seis pilares de concreto sostienen las vigas, las alfajías, los pedazos de madera que están clavadas y ajustadas con las láminas que, de forma alineada, permite ver que hay dos caídas, por aquello de que la lluvia aparezca; así como al ir caminando por un piso rústico y polvoso, con olor a tierra seca. Son cuatro esquinas y de cada lado tres pilares sostienen esa casa, si así quisiera llamársele, porque no es de diario que sea visitada. Aún hay tierra libre, en cambio, otros espacios están ocupados. 

Después de estar en su hogar y de recibir oraciones y plegarias en la ceremonia religiosa, lo llevan a descansar sobre aquella mesa de concreto que está en la casa abierta por los cuatro vientos que lo recibe ceremoniosamente cuando la gente lo va rodeando uno a uno, mientras se escuchan sollozos, se oyen llantos; precisamente antes de llevarle a donde será su última morada, donde se quedará por mucho tiempo, volviendo a ser polvo, volviendo a ser nada, volviendo a ser como la tierra. En ese lugar, con múltiples hogares de los no vivos, ahí se quedan los ecos de las tristezas, los arrepentimientos, los cargos y liberación de conciencia.  


La familia les agradece a los asistentes por acompañarlos en su duelo, en tanto una señora realiza un rosario y la familia, vecinos y amigos se despiden del cuerpo que está ahí en el ataúd. Unos se acercan para ver su rostro, otros le ponen flores. Y después, cae la tierra sobre la caja de madera de cedro que cubre el cuerpo, unas manos le arrojan polvo al ataúd y a partir de ese momento se quedará acompañado solamente por los seres que se adelantaron, unos días, unos meses, muchos años. Es un lugar de la comunidad cercado y rodeado por pequeñas lápidas, con diminutas casas que tienen santos y cruces; algunas tumbas están rodeadas por flores marchitas y arbustos que las hacen perdidizas porque no se ven los nombres de quienes ahí, llevaron algún día; hay varias tumbas que se están perdiendo por el abandono, por él olvido y el descuido de los que un día fueron sus descendientes. Tal vez, sigan en el pueblo, estén en el país o en el extranjero, o de plano ni se preocupan por visitar a los suyos. 


Sin embargo, el eco de las voces queda atrapado en ese lugar. Las aves cantan de vez en cuando. Las flores silvestres crecen ahí. Los tordos hacen ruido y sacuden sus alas. Hay soledad, ausencia y se aproxima el silencio. ¿A dónde van los muertos? ¿A dónde van nuestros muertos? ¿Es verdad, que van al cielo? Que, si murieron ahogados en semana santa, en un accidente automovilístico, en un desastre natural consumidos por el fuego o por el deslizamiento de la tierra, por una enfermedad incurable, por la violencia, por las guerras internas o por una epidemia que se lleva a muchísimas personas. Lo que se sabe, es que sus cuerpos están ahí, descansando o descomponiéndose en el subsuelo, siendo devorados día tras día por los gusanos, haciéndolo regresar a su origen, el polvo. ¿A dónde van? Y si de pronto, salen adquiriendo la forma de un espíritu y dialogan con sus vecinos, con sus ancestros, con nuestros ancestros, con los que están ahí, y se tardas horas y horas charlando de lo que hicieron en vida y lo que hacen después de ella. La cuestión es que no pueden regresar a su forma corpórea, solamente que se posicionen de otro cuerpo que tenga debilidad y que les permita entrar. 


El eco de sus voces llega en ondas y se va dispersando con el soplo del viento. El dueño del junto, del cerca, aquel por quien se vive y por quien se muere; el dador de la vida, el que los recibe al morir, ese ser que los espera, los encuentra, los guía, los orienta o hasta en ciertas ocasiones, los pone a prueba, aun estando muertos.


No hay una cuenta exacta de los muertos que están ahí, en el panteón, en el cementerio. Pero la gente del pueblo y de los pueblos cercanos saben y están creídos que ahí quedaron los restos de su familiar que falleció por alguna razón. Sean niños, jóvenes, adultos, personas mayores, la muerte no hace distinciones, con nadie se vende y se los lleva consigo porque concluyó su pasar por aquí en la tierra, aunque la quieras hacer tu comadre, no te confies jamás porque es su misión es llevar a los unos y a los otros al inframundo. Para morir solo se necesita estar vivo, durmiendo han muerto algunos y otros, bebiendo agua, deglutiendo alimento, se ahogan.


El poeta, filósofo, arquitecto y voz de Texcoco, hambriento de sabiduría, Nezahualcóyotl, nos pregunta: “¿A dónde iremos, a donde la muerte no existe?” ¿Acaso regresarán nuestros muertos? Tal vez te quieran transmitir mensajes adquiriendo la forma del colibrí, la calandria, el cotorro, la paloma, el pájaro de las cuatrocientas voces o el quetzal de las plumas preciosas. Regresará en la forma de una mosca, zancudo, mariposa o grillo. No lo sé, pero sería bueno que se manifestara mediante algunas señales, lo que el muerto hacía cuando estaba vivo, mover su taza de café, tirar los platos, sentir que la piel se te enchina; que tal si su último deseo, era platicar contigo y encomendarte una tarea pendiente.


Recuerdas a la niña más sabia de Oaxaca, María Sabina, la chamana de los teonanacatl, hongos sagrados, de los niños que le hablaban e intercedían para que sanaran las personas. María Sabina nos hace explorar los sueños y nos invita a soñar permanente, es una auténtica vendedora de sueños, como Juan Matus, como el abuelo maya, Don Panchito. Si durante los sueños vez a uno o a varios de los que se nos han adelantado. No te espantes, no es mala señal, ni es mal augurio. Si en estado de trance logras escuchar ruidos extraños que te hacen recordar a un ser querido, siéntete afortunado porque es una oportunidad de aprendizaje para la vida. Los muertos no se han ido, solo han dado un paso más, a una vida más amplia, de la cual aún no tenemos conocimiento, los que habitamos aquí en la tierra.


De pronto, el silencio nos envuelve. Las palabras se pierden y las lenguas no mueren. Las personas se duermen, sueñan que vuelan, que nadan, que recorren distintos lugares y cada vez que despiertan, pareciera que han vuelto a la vida. Y aquel lugar que un día visitaremos sin necesidad de caminar, quedará otra vez solo, sin gente, sin habitantes, sin visita alguna. Desde las lápidas se escuchará el eco de las voces, las voces que no callan, las voces que quieren decir tanto, las voces del inframundo, las voces del ayer, las voces del ahora, las voces que se escucharán en el mañana. 


No dejes que en ti se extinga el eco de las voces. Abre tu corazón, abre la mente y abre el pensamiento. Deja que por tus venas corra esa gran sensación, ese sentimiento. No te dejes morir sin antes haber vivido, solo un poco aquí, en esta tierra, a la que fuimos enviados, en una ocasión incierta.




Fernando Hernández Flores (Misantla, Veracruz, 1977), ensayista y periodista cultural. Egresado de dos diplomados virtuales de creación literaria en el INBAL (2022-2023). Autor del libro “Nacita, leyendas de aparecidos” (2024), “Cuando el Dios Trueno se levante” traducido al totonaco, tepehua y alemán (2021), “Andanzas interculturales de Tepetototl” (2020), Compilador de la Antología “Pueblos Originarios, Afromexicanos y Poetas Veracruzanos” (2022).


Chaxiraxi novela de Raúl Hernández Viveros

 Víctor Manuel Vásquez Gándara 


Chaxiraxi se desplaza de manera libre entre el pasado, el presente y las divagaciones oníricas. Este flujo de conciencia refleja la fragmentación interna y la lucha del texto de la novela por construir  pensamientos. Constante diálogo entre la experiencia íntima y las referencias a elementos externos (arquitectura sagrada, la presencia de un guardián simbólico o los ecos de los ancestros), -que dan forma a su percepción del mundo. Representan la inevitabilidad del destino y la carga espiritual que la narradora lleva consigo. La resignación a no poder escapar de lo sagrado sugiere una lucha interna por liberarse de tradiciones y condicionamientos. La alternancia entre luz y sombra simboliza la dualidad de la existencia: la esperanza y la desesperación, la libertad y el encierro. Es una metáfora de la posibilidad de redención o cambio, aun en medio del olvido. Estos elementos actúan como espejos de la propia condición de la esc. El papagayo gigante, con sus ojos penetrantes, y el buitre,  simbolizan tanto la vigilancia de la memoria ancestral como la ineludible presencia de la muerte y la metamorfosis. La narrativa reflexiona sobre la escritura del tiempo perdido y la imposibilidad de escapar de su destino. La sensación de encierro se contrapone con la aspiración a descubrir el mundo, lo que genera una tensión emocional persistente. Dualidad entre lo cotidiano y lo trascendental. Describe una existencia confinada y rutinaria, donde emergen anhelos de libertad y trascendencia. Se plasma en la mezcla de escenas domésticas y pasajes cargados de simbolismo religioso y ancestral. Chaxiraxi es una compleja meditación sobre la identidad, el encierro y la búsqueda de libertad. Estilo narrativo evocador, repleto de imágenes poéticas y simbolismos religiosos, que permiten al lector sumergirse en el mundo interior de Raúl Hernández Viveros. Tensión entre el deseo de escapar y la resignación ante el destino se manifiesta en un lenguaje que, a pesar de su densidad, resulta profundamente lírico y reflexivo. Meditación profunda y multifacética sobre la existencia, donde el tiempo, la memoria y la identidad se entrelazan en una narrativa poética y simbólica, que utiliza el lenguaje como una herramienta para reconstruir su pasado, dar sentido a su presente y vislumbrar un destino en el que la literatura y el mito son claves para comprender la complejidad de la vida. Un viaje introspectivo que, a través de imágenes poderosas y reflexiones existenciales, invita al lector a cuestionar la naturaleza del ser, la fugacidad del tiempo y la importancia de la creación artística como medio para resistir el olvido.

La continuidad del presente en que me encuentro, sumergida por la conciencia de un tiempo determinado. Ante todo, por el espacio-memoria, constituye la imposición del tener que vivir, y enfrentarse al despertar de la enigmática inconsciencia. En este terreno de la subordinación puedo contemplar la vida anterior. Aquello que sucedió en el pasado, y del ayer. Ubicar lo sucedido, hace varios años: la adolescencia y vital infancia. Al penetrar y enfrentar a la visibilidad de los recuerdos, se  toma posesión de la realidad, que corre por las avenidas y ríos de la vida.

Sin embargo, nos defendemos a toda costa de la realidad. Pasa dejando su impronta llena de significación. Puedo definir como experiencia. En esta percepción el espacio y el tiempo se transforman en imágenes. Las fisuras del tiempo se filtran los recuerdos. Lo espontáneo resulta ser una cualidad en la literatura. En las obras literarias existen los términos alma, vida, y principalmente la descripción de rasgos humanos.

Estas reflexiones resultan, la revisión las técnicas narrativas de acuerdo con el género epistolar, o el diario donde anotó los pasajes de mi existencia. Transportan a la esencia de textos elaborados desde las profundidades del corazón. Escuchar sus latidos y constantes sentimientos de la búsqueda del imposible amor o la inevitable relación sexual. Perspectiva fundamental para comprender el desasosiego de nuestro andar cotidiano época, con sus verdaderas y trascendentales crisis existenciales.

La sinceridad de reconocer lo invisible que nos expresa el viaje retrospectivo a la isla donde nací; misteriosa y llena de terribles obsesiones sobre el tema del amor y sus trágicas relaciones.

La similitud de los pensamientos. La ambición por tener siquiera poca compasión permite fragmentar la realidad. 

Fragmentación y Continuidad:

La narrativa se organiza en fragmentos que, a pesar de su aparente disociación, se unen para formar un mosaico de la existencia. Esta fragmentación es intencional, pues simboliza la naturaleza dispersa de los recuerdos y la dificultad de capturar en un solo relato la totalidad del ser.


Contraste entre el Interior y el Exterior:

Mientras la interioridad de la narradora se desborda en reflexiones íntimas y dolorosas, el entorno (la casa, la ciudad, los rituales cotidianos) actúa como un escenario que, a pesar de su aparente normalidad, encierra en sí mismo vestigios del pasado y de la propia identidad.

4. Simbolismo e Imágenes Recurrentes

Sombras y Espejos:

Las sombras que "persiguen mis pasos" y la imagen del cuerpo dibujado en las paredes se convierten en símbolos de la huella del pasado, de lo que permanece a pesar del paso del tiempo. Los espejos, por otro lado, reflejan la dualidad entre lo que se es y lo que se recuerda.

Naturaleza en Transformación:

Las hojas secas, los vientos del otoño y la lluvia de "alucinantes pasajes" son metáforas de la transitoriedad y la renovación. Cada imagen natural actúa como recordatorio de la impermanencia de la vida y de la continua transformación de la existencia.

La Escritura y la Literatura como Salvaguarda:

La insistencia en la recreación de pasajes, en el acto de deletrear y recomponer los recuerdos, resalta la importancia de la literatura como medio para confrontar y resignificar el dolor, la soledad y la experiencia vital. La escritura se convierte en un refugio ante la "ceguera" que reduce la posibilidad de vivir plenamente.

Relatos Familiares y Míticos:

Las reflexiones sobre la muerte del padre, la invitación de la madre a recordar y la evocación de un pasado idealizado se mezclan con elementos casi míticos que otorgan a la narrativa una dimensión de ritual y trascendencia.

5. Reflexiones Existenciales y Crítica

El Desgaste del Tiempo y la Inevitabilidad de la Pérdida:

La narradora se muestra consciente de que cada experiencia vivida, por más intensa que sea, se diluye en la eternidad de los recuerdos. Esta aceptación, a la vez resignada y melancólica, la obliga a confrontar su propia existencia y a buscar, en la escritura, un medio para recuperar lo perdido.

La Búsqueda de una Identidad en Ruinas:

La reiterada pregunta "¿Dónde podría huir?" y el constante intento de recomponer la realidad a partir de fragmentos del pasado reflejan la lucha por hallar un sentido de pertenencia en un mundo en constante cambio. La nostalgia se erige como una fuerza que, aunque dolorosa, también es fuente de inspiración y creatividad.

La Función Terapéutica de la Escritura:

Finalmente, el relato se cierra en un acto de despedida de la vieja habitación, de los recuerdos acumulados, como un paso necesario para reinventarse. La escritura se presenta no solo como una forma de documentación, sino como un medio de liberación y de reencuentro con la verdadera identidad.


Conclusión

El texto es una meditación densa y poética sobre la existencia, el paso del tiempo y la fragilidad de la memoria. A través de imágenes poderosas y un lenguaje cargado de metáforas, la narradora expone su lucha interna por recomponer los fragmentos de su vida, enfrentándose a la dualidad entre lo vivido y lo recordado. La presencia de figuras familiares (la madre y el padre) y la evocación de rituales y símbolos cotidianos enriquecen el relato, transformando lo personal en una reflexión universal sobre la identidad y la ineludible transformación del ser. En definitiva, se trata de una obra que, a pesar de su aparente fragmentación, despliega una visión compleja y conmovedora de lo que significa vivir, amar y, a la vez, dejar ir lo que ya no puede ser.

El texto fluye como un relato que evoca el nacimiento, cargado de recuerdos vívidos. La conexión con el agua es metafórica y poderosa: “mi madre sintió que el agua de mi mundo se derramaba". El detalle es vívido, pero podría concentrarse más en las emociones personales, buscando más lirismo y envolvimiento sensorial. Imagino consolidar las sensaciones del niño tratando de comprender su entorno, buscando expresar la tensión sin diluir el impacto narrativo. Quiero mantenerlo conciso, pero cargado de atmósfera y emoción.

Este fragmento fluye con una narrativa potente y emotiva, pero podría ser más evocador aún con un enfoque en la atmósfera emocional. Al describir el parto, la angustia y las emociones del nacimiento, las sensaciones pueden volverse más intensas y sutiles. La transición entre el miedo al nacimiento y el paso al futuro puede acentuarse, manteniendo la esencia poética pero más fluida, conectando el pasado con el presente a través de la voz y la música de la madre.

En este fragmento, las imágenes que se encuentran entre lo tangible e intangible se despliegan en un relato sombrío y poético. Aquí, la memoria se entreteje con el deseo de evadir el sufrimiento y el peso del pasado. La descripción del paisaje y las experiencias se pueden intensificar para dar mayor profundidad a la angustia interna del narrador. El sentimiento de pérdida, las persecuciones y los intentos de escribir como forma de resistir podrían expresarse con mayor lirismo y concisión.

Aquí se teje una narrativa cargada de emociones complejas y simbólicas, entre pasajes de angustia y resignación. La soledad y el dolor se combinan con recuerdos de rituales y recuerdos perdidos. Para hacerla más evocadora y poética, creo que debo centrarme aún más en las sensaciones físicas y emocionales, rescatando lo esencial de cada momento vivido. Las reflexiones y visiones del pasado pueden ser estilizadas, pero manteniendo su conmovedor sentido existencial.

JUSTICIAS EN ESPEJO: LA OBRA DE SHAKESPEARE Y CERVANTES,

 

Adriana Menassé


Abstract:

William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra, dos pilares de nuestro canon occidental, ejes y referencias de nuestros símbolos y cumbres de sus lenguas respectivas, fueron contemporáneos al punto que se dice que murieron el mismo día. Si Shakespeare es el gran dramaturgo de todos los tiempos, Cervantes crea, al decir de Milán Kundera, un nuevo género: el género de la novela. Con todo esto, hay entre Shakespeare y Cervantes una cisura, un punto de quiebre fundamental, pues la justicia en el universo de Shakespeare bebe aún en los mantillos del suelo medieval, mientras que Cervantes desgarra ese impalpable velo para dar un primer paso en la era moderna. El Caballero de la Triste Figura es por eso mismo, un caballero fallido, mientras las tragedias shakesperianas, con su legión de muertes y traiciones, le ofrecen al espectador una alegría confiada. Este ensayo indaga lo que eso pueda significar.  


William Shakespeare and Miguel de Cervantes Saavedra, two pillars of our Western canon, axes and references of our symbols and summits of their respective languages, were contemporaries to the point that it is said they died on the same day. If Shakespeare is the great playwright of all times, Cervantes creates, according to Milan Kundera, a new genre: the genre of the novel. Even so, there is between Shakespeare and Cervantes a cissure, a fundamental breaking point, since Shakespeare's understanding of justice still draws from the wellsprings of medieval soil, while Cervantes tears that impalpable veil to take a first step into the modern era. The Knight of the Sad Figure is, for this very reason, a failed knight, while the Shakespearean tragedies, with their legion of deaths and betrayals, seem to offer  the grace of a confident joy. This essay tries to elaborate on what that means. 



Se dice que Miguel de Cervantes y William Shakespeare murieron el mismo día o, cuando más, con pocos días de diferencia. Eso nos habla de cuán perfectamente contemporáneos eran aunque, es cierto, la Inglaterra de Isabel I y la España de la Contrarreforma no eran, en absoluto, idénticas. En todo caso, compartieron el tiempo y los referentes que estaban en la atmósfera, esos magníficos aires del Renacimiento.  Es sabido que Shakespeare conoció la primera parte de la gran obra de Cervantes que circulaba ya en vida de su autor, y que de allí tomó uno de los relatos como pretexto argumental para lo que probablemente sería una comedia; eso no se consideraba plagio, sino que constituía una práctica común. Por su parte, Cervantes incluye en su propia novela el hecho de que la gente conoce a Don Quijote y a Sancho por los pliegos que ya circulan, e integra dicho conocimiento a la acción. Se trata de un acto de atrevimiento literario, de un giro inédito y delicioso que se adelanta a Borges como cuatrocientos años. Shakespeare recupera la historia de Fernando y Cardenio para sus propios fines: es la historia de dos íntimos amigos y confidentes pero cuya jerarquía social no es la misma. Si Cardenio pertenece a una clase acomodada, Fernando proviene de la nobleza. Esa es la grieta por la que se cuelan las ráfagas de deslealtad. Por su parte, Cardenio y Luscinda, jóvenes ambos de buena familia, tienen un largo y sólido amor, pero cuando el padre recibe la solicitud de un joven noble para casarse con ella, no duda en darla en matrimonio aun en contra del deseo de su hija. Cardenio, medio loco por la traición de su amigo y por lo que interpreta como aquiescencia por parte de su amada, enloquece y se tira a la vida salvaje de los montes donde se topa con Don Quijote. A su vez, Fernando, el amigo traidor, había seducido a la hermosa hija de unos labradores ricos prometiéndole matrimonio. Huye de su promesa para pedir la mano de Luscinda, a quien tanto ha ponderado su amigo, de modo que la engañada Dorotea también se esconde, humillada, entre los montes. Al final los cuatro se encuentran y la situación se resuelve con bien cuando Luscinda demuestra que le ha sido fiel a su viejo amante, y Fernando honra su palabra y cumple la promesa que antes diera.  

Recordemos que las comedias shakesperianas son obras de cierta intensidad dramática pero que se resuelven sin daño para sus protagonistas ni para el resto de los personajes.  Y ciertamente la historia de Fernando y Cardenio cumple con tales características. Porque el leit-motif de Shakespeare es sin duda la justicia. La justicia humana ayudada por la justicia divina. Pero las intervenciones divinas o suprahumanas no aparecen nunca bajo la forma de deux ex machina sino que funcionan como detonadores de la acción o como acicate de ellas bajo la forma de sueños, alucinaciones o augurios. (Es el caso del fantasma de Hamlet, de las brujas de Macbeth, o de los augurios en Julio César. En las obras de ensoñación como El sueño de una noche de verano y La tempestad, hay francas interacciones entre estos dos planos, donde las hadas o espíritus se alían a los propósitos de concordia, rectitud o amor de los personajes. Justicia y restitución son los grandes motivos de la obra shakesperiana. En la tragedia, dicha búsqueda pasa por innumerables muertes secundarias que quedarán redimidas por el orden restaurado de los elementos, y en las comedias, las situaciones que podrían derivar en tragedia, se resuelvan por buena fortuna y esquivan las consecuencias fatales. Si en Romeo y Julieta, por ejemplo, Mercutio solo hubiera sido herido y Julieta no llegara a terminar con su vida cuando Romeo despierta de su sueño inducido, hubiera habido un final risueño y estaríamos hablando de una comedia shakesperiana clásica. La misma intensidad y prácticamente el mismo argumento pero con una resolución feliz. En cambio, sabemos que será una tragedia porque desde el principio Mercutio muere y ese homicidio no puede quedar sin consecuencias. La tragedia prolonga una lógica puntual, la de Sófocles, por ejemplo, donde el universo está sujeto a una causalidad estricta y obedece a una armonía cósmica. El mundo no puede estar “fuera de quicio” (como se queja Hamlet en relación a su propio destino) porque eso interrumpe la posibilidad de darle nuestra adhesión cabal a la existencia.  

El Quijote, como es obvio, recoge ese motivo: El Caballero que sale de su pueblo tiene la meta de proteger a los inocentes, cuidar a las viudas y desfacer los entuertos. Nada más noble. Pero Don Quijote fracasa en cada una de sus aventuras. Donde los personajes shakesperianos triunfan, aun con el sacrificio de su propia vida, Don Quijote aparece como un personaje ridículo, y sus acciones como grandes desaguisados.  Sobre todo en la Primera Parte, la que le gana fama a Cervantes y hace inmortal a su dudoso héroe, El Caballero de la Triste Figura insiste en ver en cada transeúnte (pero también en los rebaños o los molinos) a un enemigo con el que debe batirse en duelo definitivo. La culpa que le adjudica a sus “enemigos” es completamente inventada y la aventura termina en que Don Quijote y el pobre de Sancho Panza, acaban molidos a palos. Muy distinta es esta historia respecto a lo que proclama el mito popular de Don Quijote que ve en el Caballero de la Triste Figura al idealista arrojado que lucha noblemente contra un conjunto de fuerzas poderosas que siempre lo superan. En la versión popular, Don Quijote representa al héroe que fracasa porque su capacidad es insuficiente para alcanzar los inconclusos ideales de la humanidad. Y esto es, en efecto, lo que Don Quijote piensa de sí mismo, pero Cervantes se sorprendería de que nosotros, los lectores, aceptáramos esa interpretación, y nos gritaría desde su tumba: “¡Al contrario, es justo lo contrario!” Pero volveremos a eso. En cualquier caso, esa distorsión de la realidad que hace Don Quijote, esa forma en que suplanta los datos que nos entrega la percepción, para imponerle el producto alucinado de su deseo, resulta profundamente inquietante. A lo largo de la Primera Parte de esta obra insigne, Cervantes está criticando con clara vehemencia un “quijotismo” que tiene muy poco de noble y un mucho más de demencial. Esto nos lleva, por supuesto, al tema de qué es y qué no es la realidad, cuál es la relación entre un entorno pobre e injusto y otro proyectado como deseable. ¿No son las grandes utopías una forma de delirio?  En la vida práctica entendemos con exactitud las diferencias entre estos planos, pero cuando intentamos fijarlos con el pensamiento, el asunto parece escaparse de las manos. Para el lector, sin embargo, a lo largo de toda la Primera Parte de las aventuras de Don Quijote la cuestión no deja lugar a dudas: los molinos son molinos y no gigantes, los rebaños son ovejas y no ejércitos formados por célebres guerreros. Más aún, los religiosos que llevan un ataúd para enterrarlo en un pueblo vecino, no ocultan a un caballero que clama una venganza, como lo imagina e imputa Don Quijote. Cuando éste embiste con violencia a la procesión, (como después hará para rescatar a una dama forzada que resulta ser la imagen de una virgen lacrimosa); cuando embiste, digo, con violencia a aquella procesión  y lastima severamente a uno de ellos, el clérigo tirado en el suelo le dice: “No sé cómo sea eso de desfacer entuertos, señor caballero, pues a mí de derecho me habéis hecho tuerto, dejándome una pierna quebrada, la cual no se verá derecha en todos los días de mi vida”.  Sería muy interesante saber a qué se refería Cervantes cuando declaraba que el objeto de su novela era acabar con las de caballería. ¿Qué había para Cervantes atrás de esta sentencia? Al idealismo fantástico, Cervantes le opone la prudencia, como en el gobierno de Sancho Panza, los discursos siempre discretos del propio Don Quijote (pues cuando discurre, lo hace con gran propiedad y sabiduría) y el favor primario pero verdadero de la solidaridad. No es verdad, como se ha dicho, (o al menos no es la única verdad), que Don Quijote muere porque recupera el juicio y se ve obligado a renunciar a la grandeza de sus altas miras. Contra esa frecuente interpretación, hay que recordar cómo El Caballero de los Leones, (antes Caballero de la Triste Figura), viejo y cansado después de tantos desatinos y molimientos, retorna a su antiguo nombre y encarece a sus amigos: “Yo fui loco y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano (Cap. LXXIV, 2° Parte). Ya no se deja seducir por los ruegos de Sancho y de Sansón Carrasco que ahora lo incitan a entrar en una ficción pastoril con tal de devolverle el ánimo. Don Quijote rechaza el ofrecimiento: ha abandonado su fervor por la justicia ideal a la que aspira la caballería andante y en esos, sus últimos días, reconoce la belleza y generosidad que habita en los pequeños, cotidianos, actos de bondad.  Alonso Quijano muere, entonces, dueño de sí, en paz con el mundo y con los suyos, y quienes lo conocieron y amaron lo lloran por su buen corazón y la sinceridad de su espíritu.

Y aquí volvemos a nuestro punto de partida: Los personajes de Shakespeare son héroes en sentido clásico. Su acción es efectiva, total dentro del universo en el que se desarrolla la obra. El efecto que producen las tragedias shakesperianas, es de exaltación, confianza y alegría. Por eso Shakespeare tensa la cuerda hasta en las comedias más joviales, porque sabe que eso traerá el impacto de un alivio restaurador. Parecería un recurso un tanto “comercial”, y tal vez lo era. Sabía que su público estaba formado por gente de distintos niveles sociales y quería atraer el interés de todos los sectores. Sin embargo, eso no explica el éxito del más grande dramaturgo de todos los tiempos, según los dictados del canon occidental. Shakespeare tiene una penetración psicológica sin igual, sus personajes son siempre complejos y comprendidos en sus propios términos; su lenguaje encierra una fuerza expresiva sin parangón y una altura de discurso aun en los personajes cómicos o vulgares. Por último, y ciertamente no menos importante, la obra está animada por un sentido ético y metafísico riguroso. Me atrevo a decir que el efecto que ejerce su teatro es siempre el de una afirmación de gran aliento. Como diría Nietzsche de la tragedia griega, en las obras de Shakespeare el espectador se enfrenta al fondo desgarrador de la existencia y, simultáneamente participa en el poderoso movimiento que ha de restituirla y purificarla. Ese movimiento conquista, para todos, la candidez, la entereza y la dicha de estar vivo. Aun considerando la conciencia íntima y las vacilaciones de sus personajes, no hay en las obras de Shakespeare ninguna dubitación escéptica: conoce el sustrato amargo de la ambición humana y los excesos criminales a los que puede llevar, pero los pilares que sostienen la dignidad permanecen firmemente anclados y en su sitio. Solo en una de sus grandes obras, en Julio Cesar, hay una justificación del magnicidio, pero casi inmediatamente se ve ironizada por el famosísimo discurso de Marco Antonio (donde da a entender que el funesto reproche de ambición que se le hace a Julio César es solo un pretexto para la dar rienda suelta a la avaricia de los conjurados). Ni Macbeth ni Claudio, tío de Hamlet, ni siquiera Antonio en La tempestad, excusan su delito ni tratan de ocultar que solo su debilidad y perversión los lleva a perpetrar el peor de los crímenes. El bien y el mal están definidos sin ambages en el universo shakesperiano, de allí que la justicia ejerza un efecto liberador e inspire una atmósfera de concierto pleno. 

En su libro The Elizabethan Worldview, E.M.W. Tyllard nos recuerda que la idea de un universo justo y bien acompasado arraiga en la concepción medieval del mundo y, aunque luego pierde la complejidad de las circunvoluciones celestes y la estricta jerarquía de los ángeles, su horizonte se prolonga hasta bien entrado el Renacimiento. Según esta visión, los planetas giran conforme a equilibrios preestablecidos de modo que la armonía de ese orden astral está en consonancia con la columna moral del universo. El Sol es el centro de ese universo celeste como el Rey es el centro alrededor del cual gira el firmamento humano. De allí que la usurpación del poder o el asesinato de un monarca legítimo cobre dimensiones planetarias, y que cuando se comete un crimen contra aquel centro, sostén de la belleza y el amor, sobrevengan indicios contranatura e inexplicables trastornos. El universo entero, al lado de sus más valientes y nobles personajes, milita para que el desgobierno inhabitable vuelva a su cauce y la ley fundadora se reestablezca. Shakespeare está inscrito en este marco conceptual cuya precisión y coherencia nos deslumbra. 

Al mismo tiempo, en otro lugar del orbe, Cervantes ha dado un paso fuera de ese universo escrupuloso. Nunca más un caballero, por más noble y bien dotado que sea, estará en capacidad de creer a pies juntilla que su misión es transparente y su éxito inevitable. Don Quijote es la puesta en cuestión, la versión grotesca de todas aquellas certidumbres. Por supuesto que Cervantes no está pensando en Shakespeare a quien no conocía, pero el mundo entra con él por el camino del desencanto.  Las aventuras de Don Quijote y de Sancho Panza, son entrañables; nos fascinan por su delicadeza y su ternura. Pero establecen en todo momento una distancia crítica respecto a las pretensiones de su héroe. No hay expiación ni alivio, solo la certeza palpable del mundo, unas veces en sus aspectos benignos, como la cordialidad y el compañerismo, y otras en aspectos menos indulgentes como el abuso del pillo, la violencia de los salteadores y los golpes que continuamente sufren nuestros protagonistas. Como ha señalado Harold Bloom en su canónico libro, El canon occidental, la relación entre Don Quijote y Sancho Panza es única en la literatura pues, aunque la jerarquía social entre ellos no se rompe, el cariño y la simpatía que corre entre uno y otro, constituye uno de los más hermosos legados de la novela. 

No hablaré de la burla que constituye el periodo que pasan en el castillo de los Duques porque ameritaría, cuando menos, otro ensayo. Reitero, sin embargo, lo que me parece crucial para entender el sentido general de esta inigualable primera novela de la modernidad: cuando después de todas las peripecias, Don Quijote regresa a su casa derrotado por El Caballero de la Blanca Luna; después de aquella estancia en el lugar que debía ser el culmen de su gloria, pero que en cambio lo hace languidecer y perder su brío, después de todo eso, Don Quijote regresa a su heredad y a su cordura. Se ha visto este hecho como la última desgracia de este inmortal caballero: vuelto a su juicio y de cara a la pobre realidad que le espera, Don Quijote se da por vencido y muere. Me parece a mí que es esta una interpretación tan extendida como equivocada. Me atrevo a considerar, como lo he mencionado, que el objetivo de Cervantes es el opuesto: allí se cumple y redondea la intención global de la novela y allí se amarran los hilos que vienen desde la Primera Parte. Cansado y habiendo agotado el ciclo de la caballería, Don Quijote entiende que ese camino no lleva a buen puerto, que es inútil y su grandeza es ilusoria. Entonces recobra la razón y se reconoce nuevamente como un hidalgo honorable y un hombre bueno: Alonso Quijano, el bueno. Eso es suficiente. Esa es la condición que nos otorga la verdadera altura, no las visiones alucinadas que terminan en daño para propios y ajenos, sino el amor y la asistencia diaria, la responsabilidad posible, en oposición a las utopías de grandeza y justicia cósmica.  

En este punto es donde Shakespeare y Cervantes se separan definitivamente. O tal vez habría que decir, donde Cervantes abandona el camino trazado por el prodigioso universo medieval, para emprender (probablemente sin tener mucha conciencia de ello) una aventura completamente distinta. A diferencia del género heroico (sea épico o dramático) en el que la voz del héroe encarna la voz de una dignidad trascendente, en la novela la verdad se disemina creando un escenario múltiple hecho de fragmentos y voces distintas, de verdades acotadas y parciales. En este sentido es en el que digo que Shakespeare es un autor que hunde sus raíces en las aguas del universo medieval mientras que Cervantes nos introduce, en burro o a caballo, en los camino de nuestro tiempo. 

¿Qué querría decir esto para nosotros? Una lectura apresurada podría sacar la conclusión de que, mientras Cervantes es, en lo esencial, nuestro contemporáneo, Shakespeare representa un pasado admirable pero caduco. Claramente no sería esa nuestra propuesta. Harold Bloom se retorcería en su reciente tumba y nos increparía furioso: ¡¡Shakespeare es insuperable!!! Y yo tendría que estar de acuerdo. 

Shakespeare es insuperable no porque sea imposible que en otros cuatrocientos años aparezca alguien que aventaje su extraordinaria comprensión del alma humana o su capacidad para expresar con palabras sus agonías. Tampoco porque, como se oye decir ahora, el homo sapiens desaparecerá y entonces las pasiones que nos revela su literatura ya no van a conmover a la especie que nos suplante. Es insuperable porque mientras sigamos siendo esta especie fallida y espléndida que a veces somos, una especie radicalmente fracturada que necesita abrirse al otro, que busca el amor, la afirmación del mundo y el sentido, en esa medida, Shakespeare será imprescindible. La búsqueda de la justicia plena está tal vez inscrita en nuestra manera de habitar el mundo. 

Pero la estructura de nuestros referentes ha cambiado. Si después de Cervantes los héroes fantásticos se convirtieron en cosa de niños (y allí tenemos a La Liga de la Justicia, Los Cuatros Fantásticos, Flash y la Mujer Maravilla, para dar paso a la magia Harry Potter y lo que le siga), no es esa la única manifestación de dicho afán. De hecho, quizás la prodigiosa tarea de la literatura toda, y cito aquí de nuevo a Nietzsche, consista en convencernos de que vivimos en un universo deseable. El asunto es que la justicia absoluta ha mostrado también su cara siniestra. Esa cara siniestra de la justicia que es el fanatismo, la crueldad, la idolatría que antepone una quimera a la vulnerabilidad concreta del otro ser humano. Las búsquedas más sublimes y los crímenes más nefandos de la historia, brotan, acaso, en ese mismo suelo. 

En su tono amoroso y juguetón, la obra de Cervantes nos advierte sobre la imposibilidad de la justicia, o al menos de la justicia simple e inmediata. Nos advierte contra la santa ceguera de quien cree tener el bien en sus manos, y embestir sin miramientos en nombre de tal verdad. Lo que prevalece, en cambio, a lo largo de la novela es la justicia parcial, la sensatez, la amistad, los acuerdos imperfectos pero aceptables. (Pienso por ejemplo en el dinero que le da el cura al barbero para pagarle el bacín que Don Quijote insiste que es el yelmo de Mambrino). Porque al final Don Quijote vuelve a sus sentidos y la herencia que nos deja es la cautela, la prudencia de sus discursos frente a la grandiosidad delirante de sus actos. 

Si Shakespeare nos resulta imprescindible por la fuerza de su convicción, y por la belleza del universo que nos ofrece, Cervantes nos recuerda con humor los peligros que embelesan la avidez de nuestro anhelo justiciero. Ambos son pilares, referencias obligadas no solo de nuestra cultura sino de nuestra condición: cuando nos entregamos gozosos al entusiasmo shakesperiano, tendríamos que recordar también los polvorientos caminos por los que transitan Sancho y Don Quijote; solo así alcanzaremos la más limpia claridad de miras, atentos a no dejarnos atrapar por los remolinos del héroe. El ciclo se cierra, los papeles se invierten: la locura de Don Quijote encarna para nosotros la sensatez, mientras el héroe shakesperiano debe gobernar firmemente los caballos de sus certezas para evitar desbocarse en el abismo de su arrogancia.  




Referencias


Cervantes Saavedra, M., Don Quijote de la Mancha, Alfaguara, Barcelona-Madrid, 1969 

Shakespeare, William. The Globe Illustrated Shakespeare. The Complete Works Annotated. Nueva York: Gramercy Books/Random House, 1983.


Bloom, Harold, El canon occidental, traduc. Damián Alou, Editorial Anagrama, Barcelona 1995.


Eisenberg Daniel, “Los libros de caballería y Don Quijote”, cervantesvirtual.com/obra-visor/los-libros-de-caballeria-y-don-quijote/html.

Knight, G. Wilson. Shakespeare y sus tragedias. La rueda de fuego. Trad. por Juan José Utrilla. México: FCE, 1979.

Kundera Milan, El arte de la novela, traduc. Fernando Valenzuela y Maria Victoria Villaverde, Editorial Vuelta, Ciudad de México, 1988


Menassé Adriana, “Shakespeare para el siglo XXI, La palabra y el hombre N° 42. 2017, pp. 13-16


Nietzsche Friedrich, El nacimiento de la tragedia, traduc. Andrés Sánchez Pascual, Alianza Editorial, Madrid, 1973.


Tillyard E. M. W., The Elizabethan Worldpicture, VintageBooks, RAndomHouse, New York, 1959.







Humanismo


 Y ANTIHUMANISMOS. PERSPECTIVAS DESDEHUMANISMO LA EDUCACIÓN.

Adriana Menassé

Presentación

La cuestión educativa es y ha sido uno de los temas fundamentales del pensamiento y, en cualquier sociedad, constituye una preocupación radical. La paideia, la discusión en torno qué debemos transmitir a los nuevos miembros de la familia humana es algo tan medular que algunos han llegado a considerar a la filosofía entera como “una teoría general de la educación”, el esfuerzo de reflexión más extenso y general que realiza una sociedad sobre sí misma. La pregunta por la educación nos obliga a decidir qué es lo que consideramos valioso de nuestra cultura, qué actitudes y comportamientos nos parecen provechosos, qué ideales nos resultan irrenunciables; en breve, a qué tipo de sociedad aspiramos y qué tipo de disposición y cualidades queremos inculcar en los jóvenes que nos tomarán el relevo. Educar es humanizar en el sentido estricto de que la cría del homo sapiens solo se convierte en miembro de su especie, en ser humano, por la vía de ser reconocido por sus progenitores y por la sociedad en la que habita como tal. “Humanizar”, convertir en humano, pasa entonces por ese proceso en el cual se introduce al retoño de la tribu o de la sociedad en la gama de prácticas y saberes que lo convertirán en un integrante cabal de su tiempo y de su grupo.  El lenguaje es, ciertamente, la parte sustancial en ese desarrollo, entendiendo por tal no solo lo que corresponde a la comunicación lingüística directa, sino al conjunto de ritos, metáforas y asociaciones que compone nuestro universo simbólico. El tabú del incesto, mandato originario de la cultura, instituye la prohibición que interrumpe la mera procreación para establecer, frente al orden natural, la secuencia de las generaciones: padres, hijos. A esa transmisión de una generación a otra de los sentidos que nos conforman como seres sociales inscritos en un horizonte y abocados a ciertos propósitos, le solemos llamar “educar” en un sentido amplio. 

Los orígenes proto-humanos: Julian Jaynes

Es frecuente suponer que la educación arcaica del homo sapiens se reducía al cuidado que conlleva el afán de preservar la especie y a un principio imitativo que comparten los humanos con otros animales; ese principio estaría en la base de la adquisición de los hábitos elementales, aunado a la ternura que inspira la vulnerabilidad de una criatura pequeña. Las crías imitan las acciones y actitudes de sus referentes adultos y, de manera implícita, las consideran estimables. Parecería no haber en los principios de la evolución humana más elaboración mental que la repetición: la práctica y el gesto iterativo operarían como cuerda de transmisión del grupo. Según los fascinantes estudios del neuro-psicólogo Julian Jaynes, esto bien pudo ser así; salvo que en la criatura humana surgió la posibilidad de la metáfora. Entonces, sugiere el investigador de Princeton y de Yale basándose en el análisis de múltiples vestigios, en los momentos en que se encontraba en una situación de espanto y peligro, una voz, acaso atronadora, irrumpía en el espacio (aun no articulado como espacio interior) para indicar la vía de acción que se debía tomar. La lenta constitución de nuestro lenguaje, de nuestra humanidad propiamente dicha, habría sufrido esos espasmos de alucinaciones auditivas en los que se gestionaba la significación. Voces o visiones atribuidas a poderes sobrenaturales arrollaban el espacio en el momento en que una tensión o perplejidad insuperable paralizaba al grupo. De esa forma se configura una base de conductas y mandatos que habrán de ser acatados obligatoriamente, e incluso, como sabemos por los mitos, las voces podían “revelar” técnicas de construcción o aprovechamiento de la naturaleza que le aportaran comodidad y seguridad al clan. Según el autor, tal era el efecto de la mente bicameral, la estructura general del cerebro humano antes de que existiera una conciencia como la conocemos ahora. No me extiendo sobre este tema y sobre las sorprendentes investigaciones del Profesor Jaynes sino para indicar que la base de humanización que da forma a nuestra especie hubo de atravesar un larguísimo y complejo proceso antes de poder preguntarse por el objeto y finalidad de su conocimiento.


Nuestras interrogantes

Y en efecto, todas las sociedades se han ocupado de preparar a sus jóvenes para ocupar los puestos y realizar las acciones que se esperan de los individuos adultos en esa sociedad. Hay que señalar que a lo largo de la historia y en todas las latitudes, la educación se impartió según criterios diferenciados por estamentos o clases sociales preparando a los jóvenes según el trabajo al que estarían, literalmente, destinados. En la mayoría de los casos, las niñas eran educadas en su casa o en el templo y, a diferencia de los varones, no asistían a la escuela ni se consideraba necesario hacerlas depositarias del saber acumulado de la comunidad. 

Las sociedades transmiten su visión de lo que se espera de sus miembros, sus valores, prohibiciones y mandatos. Pero ¿qué pasa en una época de transición, de crisis civilizatoria, cuando las referencias que le han dado sentido a un largo periodo histórico se desdibujan? Dichas épocas ponen en entredicho muchos de los principios hasta entonces aceptados, mientras no acaban de vislumbrarse los nuevos derroteros. Este parece ser el caso de nuestro presente, época que se tiende entre el inmenso legado de un humanismo cada vez más impracticable, la controversia radical a la que se le somete, y los destellos de un horizonte que cuyos contornos permanecen indefinidos. El humanismo, aquella enorme revolución de la conciencia, dio lugar a la Edad Moderna, esa que todavía constituye el marco de las sociedades occidentales y, en cierto sentido, de la sociedad global. Nuestras universidades, los derechos universales y la idea de una humanidad común que reclama nuestro compromiso son creaciones de la Modernidad. Paralelamente, y por primera vez desde que su espíritu se convirtió en fuente general de derechos y de razones, se nos imponen los límites de sus posibilidades y los efectos negativos que arrastra consigo. Ya no hallamos los ecos de aquel entusiasmo inicial. La rueda del tiempo ha consolidado sus logros, pero también ha dejado ver su cara oscura: la explotación sin límites de los recursos naturales, la instrumentalización del entorno, los límites mismos de nuestro planeta, cierta anomia o pérdida de propósito, entre otros. ¿Cómo educar a los jóvenes entonces? O más generalmente, ¿cómo entender el sentido de nuestros anhelos y voluntades? Muchas cosas han cambiado en la constelación que dio origen a la estructura política, social y moral que conocemos como “Occidente”; fracturada y recompuesta, incluso ajena por momentos, quisiéramos en estas páginas inquirir sus desconciertos. Retomamos la líneas iniciales del libro de Tzvetan Todorov, El espíritu de la ilustración: “Tras la muerte de Dios, tras el desmoronamiento de las utopías ¿sobre qué base intelectual y moral queremos construir nuestra vida en común? Para comportarnos como seres responsables precisamos de un marco conceptual que pueda fundamentar no solo nuestros discursos, sino nuestros actos”. Son estas las interrogantes que apremian nuestras propias reflexiones.


¿Qué es el humanismo?

Como es sabido, el humanismo es el movimiento que florece en los siglos XV y XVI principalmente en Italia y se extiende en toda Europa. Surge, sobre todo, como respuesta crítica a la hegemonía de la escolástica y a los límites impuestos por la dogmática religiosa durante la Edad Media. Una serie de piezas tales como los intercambios abiertos por el comercio marítimo a Oriente Medio y el descubrimiento de las tierras americanas despertaron perplejidades para las cuales las respuestas rutinarias resultaban insuficientes. Si hay tantas sociedades distintas, ¿qué unifica, en realidad al género humano? ¿Podemos señalar con claridad las líneas que separan verdad e idolatría, bien y mal? Brota, entonces, un espíritu de investigación que traza un puente hacia el pensamiento griego y antiguo en general, y que confía en la razón humana como fuente de conocimiento. En ese sentido podemos hablar de un humanismo antiguo de origen griego e incluso de un humanismo medieval, pero cuando nos referimos al humanismo en general, hacemos referencia a la explosión cultural del Renacimiento, a esa conmoción de gran calado y repercusiones duraderas en la cultura de Occidente que encarece la grandeza y dignidad humana por encima de explicaciones sobrenaturales y del conocimiento revelado. 

Durante toda la Edad Media, la perspectiva teocéntrica dominó la comprensión del mundo físico así como su dimensión espiritual. Los estudios humanistas comenzaron a llamarse así para distinguirlos de los comentarios a la Escritura y de los tratados teológicos. Frente a la metafísica y la teología, la medicina y la matemática, que conformaban el cuerpo canónico de saberes, el curriculum humanista abordaba la retórica y la poesía, la historia y la filosofía moral. Eran estas las disciplinas llamadas “humanistas” porque se referían a saberes desarrollados humanamente. El humanismo se decantó por la capacidad de la razón humana para el discernimiento ético, y por la noción de valía intrínseca y universal de lo que enaltece a la humanidad en su conjunto. Por su lado, la retórica había de servir para participar en los foros públicos y para convencer a otros a partir de un diálogo racional y no de la autoridad política o eclesiástica, mientras la tolerancia constituía la capacidad para convivir en armonía con la diferencia de opiniones y con la pluralidad. “Nada de lo humano me es ajeno”, había dicho Publio Terencio: los modelos griegos y romanos en el arte y la libre exploración del pensamiento fueron retomados y estudiados, pues reflejaban el ideal de perfección a la que aspiraban los renacentistas. Pero el alma de aquel ímpetu consistió en aseverar que la razón humana era una guía confiable y digna de respeto para orientar al hombre en su aventura existencial. Por fin la ciencia, se pensaba, que hacía por entonces descubrimientos asombrosos, iluminaría el camino del progreso material y moral de la humanidad. A su vez, los sentidos, el cuerpo humano y la belleza volvían a ocupar un lugar privilegiado.   

La manera en que se fue extendiendo la fe en el discernimiento y en la razón constituye un suceso de consecuencias incalculables. Una transformación de tal envergadura no ocurrió del día a la mañana: entre la efervescencia que agitara a las sociedades relativamente estables de la Edad Media y la consolidación del humanismo en lo que conocemos como sociedad moderna transcurrió un lapso de cuatro siglos. El humanismo penetró con una fuerza imparable y una confianza irrestricta respecto a las posibilidades liberadoras que era capaz de generar. Hoy la legitimidad de aquel proyecto se ha visto muy disminuida. No es casualidad, por lo tanto, que frente al desmantelamiento de sus radiantes esperanzas, algunos autores intenten una recuperación cautelosa de sus ofrecimientos. No buscan, estos pensadores, acometer una defensa acrítica de dicha tradición, sino ponderar, frente a las consecuencias perniciosas de algunos aspectos de la modernidad, el tejido de libertades, derechos individuales, instituciones y defensas contra la arbitrariedad de poder que, sin ser perfectas ni intachables, le han aportado a la cultura occidental y global, los ejes de una relación cívica imprescindible. Difícilmente podrían las sociedades democráticas renunciar a la protección de los Derechos Humanos, a la libertad de expresión, asociación y movimiento; a la educación universal, al derecho a la equidad de género y respeto a las minorías, a la libertad de pensamiento y religión, así como a muchos otros preceptos y resoluciones que entendemos como patrimonio cultural de nuestra vida social. Remito al excelente repaso que hace el filósofo mexicano Luis Villoro en su libro El pensamiento moderno, filosofía del Renacimiento de las ideas que conformaron este horizonte, esa trama de ideas que emerge en el Renacimiento y se va sedimentando y evolucionando en lo que Villoro llamará una nueva “figura del mundo”.

La más elocuente de estas ideas está referida a lo que podemos llamar “el lugar del hombre en el cosmos”. Si el universo medieval constituía un engranaje bien concertado donde una fuerza soberana garantizaba la precisión con la que se ordena la bóveda celeste y la justicia de su contraparte terrena, el mundo renacentista contemplaba la posibilidad siempre abierta de tal perfección, pero se la confería a la acción humana. Ya no era el mundo un organismo perfecto cuyo núcleo último de sentido quedara en manos de un ser trascendente; el ser humano era ahora encargado de dicha perfectibilidad y el lugar que antes ocupaba entre los animales se desplazó de manera ineludible. Pues a diferencia de los demás seres biológicos, el humano era capaz de modificar y recrear su destino: las condiciones de su nacimiento ya no determinaban enteramente su existencia sino que podía ejercer su razón, su voluntad y albedrío; allí donde los otros habían de atenerse a la necesidad, los humanos podían trazar sus propios fines. Esta condición, nos dice Villoro, constituye el meollo de una nueva dignidad, una dignidad “que ya no consiste solo en ser hijo de Dios, sino creador de sí mismo a imagen de Dios”. La ley moral deja de conformarse a los dictados impuestos por la jerarquía tradicional, para recaer sobre el juicio autónomo del individuo.

El ser humano era ahora el pivote social; la historia (entendida como acción de seres racionales que se proponen metas racionales) toma como motor la emancipación del entendimiento y el progreso de la ciencia, de la vida cívica y de la plenitud personal. El esquema de lo político puede y debe ser transformado con miras a esa meta. De hecho, las revoluciones de los siglos posteriores obedecieron a esa convicción e incluso revueltas menos bulliciosas han sido producto de esa misma confianza. La liga que antes ataba al sujeto a su condición de origen y que constituía el cartabón que necesariamente enmarcaría sus posibilidades de desarrollo (el noble en tanto noble y el artesano como tal), se abre ahora hacia lo que cada quien pueda obtener por su aptitud o mérito. La noción de que la vida individual estaba al servicio de la unidad inconmensurable del cosmos donde en “el gran teatro del mundo” cada quien desempeñaba su papel, cede el paso a otro sentir: ahora los individuos y las sociedades se ven impulsadas a la búsqueda de la realización y de la felicidad personal. Su vida está en sus manos; es su derecho y quizá su deber, transformar las condiciones en las que se inscribe su existencia en algo venturoso. Ningún poder es superior a la libertad y la dignidad; el Estado es el producto de un pacto que los hombres han establecido para alcanzar los acuerdos y objetivos que consideran deseables. Los derechos humanos, derechos individuales frente al poder estatal reclaman una fuerza y una legitimidad que no ha dejado de tener vigencia. Villoro menciona igualmente otras ideas cardinales de esta visión: la relación con el conocimiento y con la capacidad técnica para transformar nuestro entorno, la objetivación matemática del saber y la instrumentalización general de lo que nos rodea. Buscaremos aproximarnos a algunas de ellas más adelante, pero destaco aquí este centro vivo sin el cual no será posible comprender nuestra circunstancia.  

Fue este un tiempo de expansión imperial en el que España y Portugal, y después otros países europeos extendieron su poder y sus fronteras. Hacia adentro, la estructura económica pasó del régimen de siervos atados a la tierra bajo la dominación o protección del señor feudal, a un capitalismo temprano que dio lugar a la formación de las ciudades o burgos. Los siervos quedan “libres” para vender su trabajo o, como ha demostrado Marx, su “fuerza de trabajo”. Como el capitalismo, entonces y ahora, es un sistema que funciona sobre la base de una dinámica de acumulación progresiva, los problemas que provoca son enormes. Tampoco la atomización del individuo creado por la cosmovisión humanista en su afán de liberar al individuo de las ataduras familiares, comunitarias, religiosas y de sometimiento al soberano en turno está libre de inconvenientes: cierta conciencia del aislamiento y de la soledad es de sobra conocido, si bien no parece muy deseable reemplazarla por la sumisión que le debe cada uno de los miembros de la familia al sistema de poder jerárquico de las sociedades tradicionales.  


La crisis de la modernidad

Culturalmente, sin embargo, el mundo entraba en una etapa luminosa, o quizá podría decir que el ser humano nacía a un mundo dispuesto a su creatividad y a su acción. Nada más expresivo que aquel parlamento de Hamlet, la más célebre de las tragedias shakesperianas, cuando, en medio de su confusión y tristeza, se refiere a la imagen indisputada de la grandeza humana: “¡Qué obra tan extraordinaria es el hombre! ¡Cuán noble en su razón! ¡Cuán infinito en facultades! En su forma y movimientos, ¡cuán expresivo y admirable! En sus acciones ¡qué parecido a un ángel! ¡En su inteligencia, qué semejante a un dios! ¡La belleza del mundo! ¡El parangón de los seres!” El parlamento termina diciendo: “Y sin embargo, ¿qué es para mí esta quintaesencia del polvo?”  Aunque en la obra estas palabras tienen un tono casi irónico, es claro que refleja el sentir general durante el auge renacentista. Ningún autor contemporáneo se atrevería a exclamar algo semejante. Nuestra idea del hombre es sombría: estamos dispuestos a creer y a lamentar las peores vilezas de nuestra especie y tendemos a recelar de sus gestos de bondad. El humor de nuestra época está marcado por el desaliento y tiene aires apocalípticos. Poco queda, sin duda, del entusiasmo con el que los siglos XVII y XVIII se representaban el futuro de la humanidad. 

Y seguramente no es para menos: la conciencia de dos terribles guerras mundiales, de la destrucción inenarrable que produjo la Primera Guerra y la crueldad despiadada y genocida de la Segunda, deja poco espacio para sostener que la razón es apta como guía y orientación de la historia humana. A su vez, la idea de que el conocimiento y la cultura son garantes de un progreso moral y espiritual mostró ser, en gran medida, ilusorio: algunos de los más altos mandos de los campos de concentración y de las políticas de exterminio eran médicos y abogados, pero también teólogos y filósofos. Nada podrá consolarnos de ese desengaño.  Finalmente, el gran proyecto revolucionario, la utopía socialista que inspiró los movimientos emancipatorios de los siglos XIX y XX terminó, como sabemos, en un régimen totalitario y brutal, atado a las más temibles prácticas de control y represión. En esta atmósfera se gesta lo que ha dado en conocerse como post-modernidad. 

La post-modernidad concentra una parte importante de las críticas al espíritu confiado de los siglos anteriores. Si bien los límites de su espectro permanecen poco definidos, se caracteriza por disputar con insistencia las certezas modernas. La confianza en un progreso moral continuo se ve resquebrajada por los trágicos acontecimientos y por el despliegue de la irracionalidad asesina que no ha dejado de hacerse presente en otras guerras de alcance más limitado. A pesar de algunos avances en el acomodo internacional, la posguerra tampoco fue un periodo de paz idílica: los reacomodos políticos entre el bloque soviético y el capitalismo liberal a raíz de la Guerra Fría crearon una estabilidad tensa que se prolongó durante más de cuarenta años. Las grandes narrativas de emancipación y progreso continuo de la humanidad se habían agotado. 

Igualmente la idea marxista de la historia según la cual la dialéctica económica (el choque entre el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas y la manera en que se organizaba la producción) daría paso a una nueva etapa en la historia de la humanidad, mostró ser falsa o, en todo caso, menos evidente de lo que había pronosticado. La clase social llamada a traer libertad y abundancia para todos en el contexto de una economía planificada, el proletariado, se fue diluyendo e integrando a las nuevas posibilidades que le ofrecía el capital. Ninguna de las predicciones del marxismo clásico se cumplió. Con todo, la atmósfera cultural de los años 50´s, 60´s y 70’s del siglo pasado, imbuida de ecos socialistas e impactada por el triunfo de la Revolución Cubana favoreció una serie de reformas que otorgaban protección y mejores condiciones de vida a los trabajadores, así como estructuras sindicales, derechos e instituciones que garantizaban su defensa. La revolución socialista, que sí tuvo lugar, como sabemos, fue la que ocurrió en Rusia en 1917 conformándose la Unión de Repúblicas Soviético Socialistas (URSS) que se expandió sobre otros territorios después de la Segunda Guerra. En lugar del socialismo industrial que imaginaba Marx, la revolución realmente existente ocurrió en una sociedad campesina, al igual que la llamada revolución china que tuvo lugar algunos años después. Estos experimentos terminaron en un capitalismo de Estado autoritario donde la disidencia era interpretada como traición a los verdaderos intereses del pueblo y por lo tanto, destruida. Al lado, entonces, de la pérdida de fe en la capacidad racional del ser humano, asomaba en las utopías sociales aquella ominosa sentencia de Goya: “Los sueños de la razón producen monstruos”. 

Al final no solo estas perspectivas teleológicas entraron en descrédito; la capacidad de la razón para aprehender la verdad también fue puesta en entredicho: ¿Podía haber alguna certeza realmente? ¿Dónde encontrarla? ¿No era todo, al fin de cuentas, cuestión de interpretaciones, un mero juego de lenguaje, una narración que entra en conflicto o en diálogo con otras narraciones? Ninguna certeza, ni referencia fija; plurivalencia de discursos, imposibilidad de un punto de mira objetivo: el estremecimiento escéptico, el escepticismo que ha acompañado a la filosofía desde sus orígenes en los Sofistas, volvía a hacerse dueño del campo. 


Nuevos paradigmas

En los años más recientes advertimos cómo una vaga constelación de motivos va apropiándose del discurso y reclamando una autoridad que deja atrás aquellos aires dubitativos. Ya no hay grandes visiones integrales, pero en los temas que emergen hay un timbre imperioso: ninguna sofistiquería cancela el cambio climático, la pérdida de diversidad natural y la amenaza que acecha la vida en la Tierra. Por otro lado el combate al patriarcado permea las proclamas públicas, los medios, las instituciones y las relaciones personales; el antiguo feminismo de la equidad se articula ahora a la batalla por el orgullo homosexual, llegando a cuestionar de raíz los roles de género e incluso el propio género. Por su lado, el multiculturalismo se estructura sobre líneas y alegatos muy disímbolos, reclamando el reconocimiento de particularidades étnicas y formas de vida tradicional, mientras exige la extensión de los derechos humanos. Así, las luchas prolongan el motivo emancipatorio, mientras se oponen a él con mayor o menor determinación. 

Vale la pena mencionar, por último, la vertiente posthumanista o transhumanista que se agrega a estos nuevos paradigmas. El transhumanismo sugiere que la condición humana será superada más pronto que tarde por su fusión con la tecnología, y que el homo sapiens, como tal, cederá su lugar a otra entidad. Ignoramos cuál sea el alcance de estas aseveraciones, pero no es imposible que la Inteligencia Artificial se convierta en el reto más grande que deba enfrentar la civilización que hoy conocemos. 

Son estos los motivos que se perfilan como nuevos referentes frente al colapso del humanismo tradicional. Sería largo entrar en estas distintas líneas temáticas, cada una con sus propias contradicciones internas, como corresponde a los movimientos vivos. Baste decir que constituyen un conjunto de “causas” de carácter inaplazable aunque su formulación no siempre resulte consistente. ¿Adónde vamos desde aquí? No lo sabemos. ¿Cuáles de estos caminos para la acción prevalecerán y cuáles habrán de transformarse o disgregarse resulta difícil de prever. Las causas comunes generan corrientes poderosas de adhesión y de sentido, pero si no son advertidas en su complejidad y mixtura, la misma dinámica las arrastra a peligrosas simplificaciones e intolerancias necias. Hacemos, pues, una pausa, una suspensión del juicio frente a las que hoy avasallan el espacio social, para dirigir la mirada, no a los arcanos ocultos en el tiempo, sino al desabrigo, a la fractura, a los llamados que sostienen el sentido.


Atisbos desde el porvenir.

La filosofía como educación.

En su ensayo “La crisis de la educación”, Hannah Arendt apunta razones medulares respecto a los retos de la educación, sobre todo considerados a la luz de la dialéctica entre el principio de conservación y el de transformación que atraviesa a todas las sociedades al menos desde el Renacimiento;  desde el Renacimiento, dice, porque, a diferencia del crédito que la sociedad medieval le otorgó a la autoridad del pasado con la fe en que todo acontecer ocurriría conforme a cierto dictado preestablecido, el humanismo renacentista va sembrando la noción de la responsabilidad humana para alcanzar una sociedad equitativa. Hay siempre una dialéctica entre estas tendencias dice, la que busca conservar y transmitir saberes y valores tenidos por deseables, y la que rompe con lo conocido para que irrumpan otras vías de acceso a la justicia. Hacia el final de su ensayo, Arendt compendia su idea y la frase que utiliza repica en nuestro oído con la fuerza de una interrogación. Dice: “En la práctica, la primera consecuencia de esto sería comprender claramente que la función de la escuela es enseñar a los muchachos cómo es el mundo, no instruirlos en el arte de vivir”. 

La sentencia de Arendt reverbera contra la costumbre que se ha impuesto en las instituciones educativas donde se identifica la tarea de educar no tanto con enseñar cómo es el mundo, sino con compartir—y a veces imponer por la fuerza de la autoridad—las ideas del profesor. La diferencia entre educar y adoctrinar se desdibuja, y no faltan ejemplos de ello. En su papel de maestro, la tarea educativa no puede consistir en entregar respuestas; la tarea del maestro no es la de fungir como activista; su tarea es la de abrir para el estudiante un campo de libertad, de ayudar a recrear los entornos, a mirar las discordancias en lugar de esquematizar la rica y confusa madeja del mundo. Convertir a los educandos en seguidores constituye, en realidad, una forma de entrenar en la obediencia, comenta. 

Sabemos que el concepto de natalidad es decisiva en la obra de Hannah Arendt. Por la natalidad, por la llegada de nuevas generaciones se renueva y se sostiene la vida. Reciben la herencia de un mundo que fue creado siempre antes que ellos, y serán esas nuevas generaciones las que lo vivifiquen restituyéndolo en su frescura. Por otro lado, y siguiendo el argumento de la misma Arendt, podemos decir que el profesor tiene derecho a presentar su posición política o teórica en el ágora de la discusión pública; de presentarla oralmente o por escrito en el foro que lo expone a la crítica. Esta distinción entre el rol del maestro y la tarea del adulto en diálogo con sus pares es crucial para entender la delicada cuestión que se tiene delante, tanto como para ubicar el campo de sus zonas opacas: pues también un maestro educa por su actitud, por sus compromisos y lealtades. Un profesor puede y debe exponer sus posiciones, y al mismo tiempo estimular en sus estudiantes una independencia de pensamiento y rigor intelectual, eludiendo los esquemas pre-establecidos. En todo caso, tal vez la prudencia y el más honesto cuidado formen parte fundamental de esa delicada misión que es educar. 

Porque educar no es solamente capacitar a alguien en una disciplina determinada. Sin duda eso es importante, pero como sabemos, nunca la capacitación será equivalente al vínculo que se establece con un maestro que abre el universo a nuestro asombro, que estimula la curiosidad y enciende esa avidez de infinito que es el conocimiento. Y que más que ofrecer soluciones, acostumbra nuestra atención al esmero y nuestra comprensión a la riqueza. El mundo lo recibimos de los otros; será muy difícil, me parece, sustituir esta relación primordial que es la relación con un maestro. 


Autonomía/heteronomía: hacia un pensamiento dialógico  

Si el pensamiento ilustrado apostó por la autonomía de la razón frente a la uniformidad del discurso dogmático que dominó la reflexión durante varios siglos, trajo consigo, como decíamos, otras dificultades. He señalado dos de las principales: una falta de determinaciones respecto a la razón misma, y una instrumentalización irrestricta del mundo. El laicismo, por su lado, reconocido como una política de Estado en todas las sociedades democráticas, ha suscitado cierto grado de anomia o pérdida de sentido vital, y ha permitido que resurjan integrismos religiosos, muchos de ellos violentos y abusivos de la dignidad de la persona humana. En el otro lado del espectro, pero en el registro de esa misma carencia, se han multiplicado los intentos naturalistas de fundar la conciencia moral sobre el afán de supervivencia de la especie, o en la visión unitaria que sostiene la biología: la moral sería tan solo el producto de la necesidad de sobrevivir y cualquier otra explicación constituiría un engaño. Todo está conectado con todo para la supervivencia del conjunto, se dice. Este enfoque, sin embargo, resulta insuficiente; insuficiente para dar cuenta de aquellos actos que enaltecen nuestra vida y al mismo tiempo atentan contra lo que la prolonga: Antígona, dispuesta a morir para evitar que su hermano quedara sin sepultura, sería un caso paradigmático, pero hay innumerables casos en la vida y en la literatura que confirman este ejemplo. Porque el Todo, dice Franz Rosenzweig, olvida o niega la dignidad de lo particular, de lo mortal: “Solo lo aislado puede morir, y todo lo mortal está solo”. Apostar por el Todo es negar la estricta mortalidad el individuo, la fidelidad de sus riesgos y de sus desgarraduras vitales. 

Así, en medio de la turbulencia simbólica que envuelve nuestras sociedades, se hace urgente repensar ese orden de significados que nos permita orientar nuestras certezas. Ya no se trata, quizás, de la autonomía de la razón como guía de nuestras acciones; ya no nos convence el pensamiento escéptico que claudica en su deseo de acercarse a la verdad y renuncia a cualquier referente sólido. Tal vez habrá que repensar otras maneras de fincar nuestra humanidad en aquello que, sin saber cómo, reconocemos como elevado y bueno: la sensibilidad, la respuesta al desvalimiento, la responsabilidad por los otros, la generosidad y la altura ética de nuestros compromisos.  

La formulación de Emmanuel Levinas

El concepto de “heteronomía ha vuelto a ponerse en circulación gracias al trabajo de Emmanuel Levinas quien propone una nueva manera de comprender los ejes que definen la vida humana. A diferencia de Kant, para Levinas la razón no sería la fuente última de la dignidad y del sentido, sino que ésta provendría de la capacidad para responder con actos a la vulnerabilidad radical de mi prójimo. Esa capacidad es la que lo “eleva” a una existencia ética. La vida social no estaría dominada por el afán de la preservación natural, como las demás especies; lo que define el tipo de vida que conocemos como vida humana consiste en imbuir la existencia de valor, en sostener una vida que juzgamos valiosa. La ética deja de ser una lista de hábitos u obligaciones prácticas ancladas en cierta noción predeterminada de la esencia humana; brotaría, más bien, de la necesidad de actuar con justicia frente a la íntima desprotección del otro. Eso quiere decir que no es la conceptualización de la esencia lo que determina lo que sabemos del ser y, en este caso, del ser humano, sino que el mundo se articula como tal mundo a partir de la relación ética, a partir de nuestra capacidad genérica para interrumpir el encierro ego-céntrico de la necesidad y preguntarle al otro: “¿qué necesitas, qué puedo hacer por ti?”. 

La heteronomía en su versión dialógica, es la respuesta a ese otro que es mi prójimo; es también la respuesta a partir de la cual nuestra presencia amiga restituye la confianza fundamental y la certeza del mundo. En ella se ratifica la vida vivida humanamente; de ella recibe su alegría y su justificación. Tal vez sea la ética la tarea más alta para el ser humano: convalidar con nuestra presencia y nuestras acciones los lazos que sostienen la confianza, la que alimenta nuestra adhesión al mundo, nuestra apuesta por su dignidad y su alegría. No quiere decir esto, naturalmente, que no reconozcamos los fracasos continuos de la moralidad, sino que nos empeñamos en lo que hay de noble y justo, en la vocación de fraternidad y armonía, vocación irrenunciable. 

La sociedad capitalista ha fomentado, junto a la gran libertad individual, una ética que busca la felicidad sobre todas las cosas y que, acaso en forma deliberada, confunde la felicidad con el consumo. Una ética heterónoma de la responsabilidad, es decir, una ética que se relaciona con el otro desde la sensibilidad pero también desde un espíritu objetivo, surge como promesa en el corazón de un tiempo que lo ha deconstruido todo. La vida en sociedad es una vida ética, una vida en relación; vida forjada en la responsabilidad e implicada en resguardar la confianza y el agradecimiento. Esa confianza y esa responsabilidad habrán de permitir que el mundo siga siendo, mientras dure, el espacio extraordinario en el que acontece el diálogo. 


En síntesis:

--Educar es abrir el mundo a la curiosidad y al asombro; es invitar a mirarlo en su multiplicidad y riqueza; compartir la duda, la contradicción, las respuestas tentativas. Para Hannah Arendt, el papel de la escuela es mostrar cómo llegamos a nuestro presente, y hacerlo con imaginación y rigor. Como insiste igualmente Fernando Savater, Arendt nos conmina a resistir la tentación que ronda a todo maestro de convertirse en guía o en avanzada de sus estudiantes. Un alto y delicado quehacer es, pues, el que comporta la tarea educativa en cuanto que está llamado a estimular el gozo, el ardor de conocimiento, al tiempo que abona la confianza en los propios recursos del alumno. Más que un conjunto de contenidos, o de la mano de ellos, la educación ha de estimular la búsqueda y la disposición creativa al lado de la paciencia y el orden con el que avanza el pensamiento. 

--Desde el lugar en el que nos encontramos actualmente, de la mano de pensadores como los que mencionaba y otros muchos, diría que el humanismo renacentista es una pieza clave de la tradición que nos conforma, y que difícilmente podríamos dejar de aquilatar: un envite que recupera el valor de la persona humana frente a la estructura religiosa y jerárquica a la que se opuso, pero sobre todo, que guarda al individuo de la pretensión totalizante que lo acecha en todo momento: el sometimiento a la razón de Estado es sin duda es la más obvia, pero no la única.

Ponderamos y honramos el legado del humanismo ético, aunque al mismo tiempo hemos ampliado su herencia con la conciencia de sus dificultades y de sus límites, pues como ese mismo humanismo no ha dejado de señalar, los seres humanos somos capaces de volver sobre nuestros pasos, somos capaces de rectificar. Y a rectificar muchos de los excesos hemos de empeñarnos con decisión, voluntad e inteligencia en el entendido de que los complejísimos sistemas económicos y políticos de un mundo global no son fácilmente maleables. 

--Ciertamente no sabemos a qué retos habremos de enfrentar ni qué desafíos nos esperan. Con todo, sabemos que la tarea más alta de nuestro tiempo, como de todos los tiempos, está dada por la obligación de preservar, en la presencia concreta del otro, la cercanía que le da valor y sentido a la vida que compartimos con los demás. “Somos para el otro”, ha dicho Levinas; nuestra vida surge y se cumple en la relación ética primaria, esa en la que se configura y atempera nuestra especie. No es, por lo tanto, un deber-ser ni una exhortación, sino el presentimiento de justicia que ofrecemos como aval de la certeza y majestad del mundo. A eso estamos abocados; quizás sea eso, lo primero, lo más básico, lo que cumple la tarea de sostener y enaltecer la gratitud que alimenta desde siempre nuestro tránsito.   


Referencias:


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Zizek Zlavoj, “La tolerancia represiva del multiculturalismo” En defensa de la intolerancia, Sequitur, Madrid, 2008.



Estudio de caso

 

ESTUDIO DE CASO: EXCLUSIÓN, DISCRIMINACIÓN Y VIOLENCIA EN UN ESTUDIANTE UNIVERSITARIO INTEGRANTE DE LA COMUNIDAD LGTBI.


Mareza Hernández Sandoval, Víctor Manuel Gándara 2 



Resumen 

Para identificar relaciones discriminatorias en la Universidad Veracruzana, se aplicó cuestionario de 8 reactivos a Millo y Luigi. Se indagó la discriminación en espacios de aprendizaje, roles, testigos y sus razones en 20 estudiantes. Los resultados indicaron que no existe discriminación generalizada en espacios de interacción, pero si en espacios controlado donde más sucede. Se señaló haber sido testigo de discriminación alumno-alumno % profesor-alumno y % sufrió discriminación por su forma de pensar. Se refirieron casos de discriminación profesor-alumno, alumno-alumno y autoridades-alumnos. En este estudio, los fundamentos de la discriminación se basan, principalmente, en la psicología social, la sociología y antropología. Los resultados, aunque obtenidos en una universidad concreta, muestran la discriminación en los espacios de autoridad.


Palabras clave: Exclusión, discriminación, violencia, LGTBI, Derechos Humanos.


ABSTRAC



Keywords


Introducción 

La historia 

John Eastburn Boswell en su libro cristianismo, tolerancia social y homosexualidad (198) sostiene que las personas activas/pasivas gozaban de cierta aceptación positiva y que no siempre existió una actitud de desprecio, da cuenta de ello registros, manuscritos en rollo e imágenes. Con el transcurso del tiempo y el nuevo testamento cambiaron de la aceptación al rechazo, condenando sus prácticas desviadas. 

Antiguamente para referirse a los actos sexuales entre personas del mismo sexo bastaba la descripción por lo que Boswell -como todos los investigadores- incorpora el constructo gay1 en la terminología de su investigación referido hacia el interés erótico predominantemente hacia personas de su mismo sexo, es decir, lo que hoy identificamos como "homosexual" o "heterosexual".

América

Para 1960 algunas de las organizaciones de personas lesbianas y bisexuales, crean la sigla «LGB» para el reconocimiento de los derechos civiles, en este proceso se suman las personas transexuales y en 1990 dan origen a la sigla «LGBT». Posteriormente la diversidad de identidades de género y de orientaciones sexuales se suman al termino LGBTIQ+ la utilización del signo más a continuación de la sigla incluye nuevas comunidades y disidencias.




El término «gai» significa 'alegre' o 'pícaro' 


En los 1970 se presentaron en México los primeros movimientos y marchas de lo del Orgullo LGBT+, por el despido de un empleado por su orientación sexual. (2021)

Durante los años 90´ comienza el respeto e igualdad convirtiéndose el término LGBT es un símbolo positivo de la voluntad inclusiva.  

En la actualidad, discriminación por la exclusión, discriminación y violencia, actúan como barreras a la participación plena de las personas en varios aspectos de la vida, en el acceso a oportunidades educativas, al mercado laboral o atención a la salud, religión, entre otras.

En el marco del Primer Congreso Internacional de Inclusión abordaremos brevemente el estudio de la exclusión, violencia, discriminación de género que se presenta en estudiantes del nivel superior de la Universidad Veracruzana. Con este análisis se pudo identificar la incidencia de homofobia en este nivel educativo, y se hizo mediante localización de investigaciones del tema y entrevistas que se llevaron a cabo el 19 de febrero de 2000 y septiembre de 2024. Los resultados dieron cuenta del nivel de exclusión, violencia, discriminación que persiste en algunas autoridades hacia estudiantes universitarios (En este estudio de caso: homosexuales), lo cual desmitifican el imaginario social de que la violencia es un fenómeno exclusivo de los niveles sociales no escolares. Las evidencias encontradas nos muestran no solo su existencia, sino los matices específicos que esta realidad adquiere en el ámbito de la educación superior.

Durante mucho tiempo -y tal vez deliberadamente- la historia relativa a orientación sexual o identidad de género (Lesbianas, homosexuales, bisexuales y transexuales) ocultadas, minimizadas y algunas ridiculizadas han trastocado - su cultura, sus costumbres, sus creencias, su religión, su raza y y formas de vida desde épocas anteriores hasta nuestros días.

 La exclusión, discriminación, violencia de las personas LGBTI ha sido parte de la historia de generación en generación en forma significativa, actuando como barreras a la participación plena como personas en varios aspectos de la vida, ya sea acceso al mercado laboral, social, atención a la salud y; oportunidades educativas. 


Sin embargo, la cultura, el tratamiento jurídico y el reconocimiento de derechos civiles, como la propia normatividad de las instituciones públicas ha sido muy dispar a través del tiempo, las cuales deberían tratar de proteger a cualquier grupo, sobre todo a las minorías. 


Planteamiento del problema. La homosexualidad como ¿¿¿¿¿?????

Al plantear esta investigación nos proponemos fundamentar que, tanto la naturaleza como los seres humanos son la riqueza del mundo, y estos a su vez conforman el contexto cultural como elementos valiosos. Es por lo anterior que lo ideal y lo indudable sería un mundo en donde todos y cada uno de los seres humanos viviésemos una vida digna.

La sociedad actual plantea retos y problemáticas que los jóvenes deben saber enfrentar para evitar actitudes y creencias erróneas acerca de temas tan polémicos como la homosexualidad. Al respecto, desde 1973 la American Psiquiatric Association retiró el concepto de homosexualidad de las categorías de psicopatología [León, 2003; Moral de la Rubia, 2009]. Pese a ello, se encuentra lejana su aceptación social en él. De hecho, se siguen perpetrando una serie de agresiones a personas homosexuales que van desde la violencia verbal hasta el asesinato.

A raíz de estas consecuencias _ y aunque son pocos_ se han revisado diferentes resultados sobre prejuicios y actitudes que tiene la comunidad estudiantil con respecto a la homosexualidad y los resultados al respecto indican, Libreros, Fuertes y Pérez [2008], León [2003], Ramírez, Moliner y Vicent [s.f], Sulmont [2005], al igual que Toro y Varas [2004], que los jóvenes hombres presentan una actitud más desfavorable que las mujeres hacia la homosexualidad y menor presencia de prejuicios en el caso de la población estudiada con escolaridad superior.

 Lo anterior dio origen a la presente propuesta de un estudio de caso…

La exclusión, discriminación y violencia en el ámbito educativo

Durante mucho tiempo -y tal vez deliberadamente- la historia relativa a orientación sexual o identidad de género (Lesbianas, homosexuales, bisexuales y transexuales) ocultadas, minimizadas y algunas ridiculizadas han trastocado - su cultura, sus costumbres, sus creencias y formas de vida desde épocas anteriores hasta nuestros días.

 La exclusión, discriminación, violencia de las personas LGBTI ha sido parte de la historia de generación en generación en forma significativa, actuando como barreras a la participación plena como personas en varios aspectos de la vida, ya sea acceso al mercado laboral, social, atención a la salud y; oportunidades educativas. 


Sin embargo, las organizaciones civiles como Red Lac Trans en Buenos Aires, Argentina. Letra S en Ciudad de México. Letra S, Sida, Cultura y Vida Cotidiana, AC como el reconocimiento de derechos civiles, así como a la defensa de los derechos humanos de las personas LGBTI y de quienes viven con VIH y hoy por hoy la propia normatividad de las instituciones públicas, aunque muy dispar a través del tiempo, tratan de proteger a cualquier grupo, sobre todo a los más vulnerables.

Durante el tiempo transcurrido hemos sido testigos de estos cambios sociales, políticos, jurídicos y educativos que han fortalecido garantías para todos aquellos no heterosexuales. Estos cambios se han extendido por el mundo contribuyendo a crear una sociedad respetuosa de las diversas identidades sexuales y de género desde el aspecto legal, así como de los derechos sexuales y reproductivos. Con ello a más de las veces no como una expresión directa, sino etéreo, tenue aparentemente, con cierto trecho hacia la persona con preferencia distinta en todos los estratos sociales, entre ellos los jóvenes universitarios otorgando mayor apertura y desenvolvimiento en una Universidad democrática, inclusiva, donde una de las propuestas de estas entidades académicas es en […los derechos y libertades de los seres humanos, sin distinción alguna, sean quienes sean, vengan de donde vengan…]. 

Estudio de caso de discriminación en la Universidad Veracruzana

Esta investigación ha sido fundamentada en el estudio de caso, ya que esta metodología permite una investigación que conserva lo holístico y el sentido característico de los eventos de la vida real tales como ciclos de vida individual, organizacional y procesos administrativos que son de real importancia para este trabajo (Yin, 1989).

Lo descrito a continuación es el resultado de la investigación realizada en dos facultades de la Universidad Veracruzana (UV) para conocer a través de la voz de actores y espectadores las formas de exclusión, discriminación y violencia como miembros del espacio universitario. Se menciona también la dificultad para llevar a cabo la indagación, debido a que pocos profesores y administrativos se enteraron o se acordaban de este hecho, dado el tiempo 2012 y ocultación del suceso. Así que las entrevistas lograron pocos recuerdos por dos razones. Una, los profesores no quisieron ofrecer su propia opinión para no comprometerse a pesar de los cambios sociales y políticos que ofrecen apertura en las leyes. Y la segunda fue el cambio de lugar de las secretarias y la jubilación y deceso de profesores de antaño. Así mismo, los estudiantes _hoy profesionistas_ reaccionaron de diferente manera, dispuestos a participar, y a recordar los años como comunidad universitaria. Al final de las entrevistas expresaron su emoción por realizar este tipo de trabajos que les permiten desde emitir un juicio (argumentado) e insatisfacción por no alzar su voz hasta plantear sus inconformidades. El segundo caso, reciente, 2023, con la misma desventaja como estudiante ante autoridades sutiles, pero con el mismo mensaje de poder. De esta manera la riqueza del trabajo de campo consistió en abrir un recuerdo enlazado con el presente de posibles ejes de análisis que dieron como resultado la exposición de problemáticas reales que enfrenta nuestra universidad.

Los autores hacemos referencia a la violencia interna: relaciones alumnos-directores y alumnos-funcionarios. Las percepciones principalmente de estos actores sobre el tema hicieron referencia a agresiones verbales y amenazas y discriminación. Entonces, es difícil pensar que exista algún espacio, público o privado, que quede exento de vivir alguna forma de violencia; tal es el caso de dos carreras de la UV. 

Abramovay y Das Graças Rua (2006) exponen que la violencia simbólica es más difícil de percibir que la violencia física, sobre todo cuando es ejercida por los directores o ejecutivos, esto se ejerce cuando se rehúsan -por desconocimiento o estatus- a dar explicaciones suficientes y argumentadas cuando los estudiantes padecen una exclusión o discriminación, abandonándolos a su propia suerte o devaluándolos, si se defendieran, con palabras y actitudes indignas y tal vez impere la procedencia, género, edad y hasta condición social.

 Un aporte interesante de estos últimos es respecto a la violencia en su contra es que muchos de esos ataques se dan como respuesta al exigir que se respeten sus derechos (victima quien es potencialmente agresor cuando los papeles se invierten). El argumento de Isabel Valadez y Socorro Marín del Campo (2008) refiere que el problema de violencia entre alumnos-autoridades es afectado por la mala comunicación entre el demás personal de la escuela y su falta de capacidad para manejar los conflictos e igualmente por estatus. En los resultados llama también la atención que las violencias ejercidas a los estudiantes también son psicológicas: llamar a los compañeros por apodos, acusarlos de cosas que no han dicho o hecho, negarle su participación en cualquier espacio (excluirlos), ignorarlos, no dejarlos hablar, contar mentiras acerca de ellos, hacer gestos de desprecio hacia ellos, odiarlos sin razón, reírse de ellos cuando se equivocan, cambiar el significado de lo que dicen, ponerlos en ridículo frente a los demás, insultarlos, burlarse por su apariencia física, criticarlos por todo lo que hacen, meterse con ellos por ser diferentes, gritarles, etcétera. (Muñoz Abúndez, 2008). Lo preocupante del ejercicio de la violencia psicológica es que cada vez se vuelve más sutil, lo que impide que se detecte y, por tanto, disminuya.

Para el caso que nos ocupa en este artículo, el proyecto de inclusión desarrollado mediante el método de casos se focalizó en la situación de la violencia en homosexuales en la educación superior. Este fenómeno se ha venido dando desde la antigüedad hasta la actualidad, así como su consideración social a lo largo del tiempo, además de los movimientos sociales y acontecimientos históricos protagonizados por ellos. Durante este tiempo esta historia ha sido ignorada, cuando no ocultada deliberadamente,2 y solamente a partir de los años setenta empezó a salir a la luz y ser abordada en profundidad por la marcada violencia que se vive en el país. 

En esta línea, estudios sobre la exclusión, discriminación y violencia en los universitarios han demostrado que el grupo LGBTTT, en comparación con otras personas o grupos vulnerables. Si bien el volumen de datos fidedignos respecto al tamaño de la población LGBTI es escaso, un estudio de 2008 halló que el 19,3% de la población masculina en México se identificaba a sí misma como gay o bisexual, y el 9,3% de la población femenina se identificaba a sí misma como lésbica o bisexual. En el caso de individuos transgénero, se calcula que el tamaño de la población alcanza el 0,7%, mientras que entre el 0,05% y 1,7% de la población nace con rasgos intersexuales. También es una realidad que muchos gays prefieren seguir con el anonimato.

La institución escolar no es ajena a la evidente diversidad que vivimos como país; en el aula, la diversidad trae consigo problemáticas complejas, entre ellas, la exclusión o el trato discriminatorio de los estudiantes, a pesar de que la política educativa actual se orienta a una supuesta inclusión social y educativa. Es en este contexto que se diseñó y validó El caso de Millo y Luigi, que presentamos da cuenta de la problemática que viven dos de tantos estudiantes universitarios: "Millo" y “Luigi”, dos jóvenes estudiantes, que en la Ciudad de Xalapa, Veracruz asisten a la Universidad Veracruzana donde sufren exclusión y discriminación por parte de los docentes y coordinadores de la comunidad educativa ante la presencia del/a director/a, que no tiene elementos fidedignos y actitudes para afrontar dicha situación. A continuación, se expondrán los aspectos más relevantes de la problemática, los resultados y la(s) propuesta(s) de docenes y estudiantes implicados en este estudio.

En lo tocante a los actores, se trató de no caer en estereotipos y en mostrar actitudes y acciones congruentes con su personalidad y con lo que representan. En este sentido, fue muy relevante la recuperación de las notas de campo y las entrevistas realizadas en la etapa etnográfica de estudio del contexto.

Es decir; en Derechos Humanos, la Declaración Universal en su artículo 2, señala “Toda persona tiene todos los derechos y libertades sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición…”.

La definición de violencia, la exclusión, discriminación, conceptos relacionados directa o indirecta entre sí, que indican a los elementos sustanciales que dan cuenta de la esencia que las caracteriza. Es decir, la exclusión puede ser constituida como equilibrio de la inclusión; se está excluido de algo y ese algo puede significar una diversidad de “situaciones o posesiones materiales y no materiales” (Perona, 2007), como: la identidad, la pertenencia social, cultural, política, de salud, recreación educación, etc. La exclusión implica una marcada concentración de desventajas que conlleva a altos niveles de vulnerabilidad, es decir, “como un proceso de alejamiento progresivo de una situación de integración social en el que pueden distinguirse diversos estadios en función de la intensidad: desde la precariedad o vulnerabilidad más leve hasta las situaciones de exclusión más graves” (Laparra, 2008).

Se concibe a la exclusión también cuando el Estado aísla a ciertos grupos sociales mediante el descuido intencional o negligente de sus derechos humanos, que los sitúa en desventaja social, debido al acceso limitado a los beneficios que concede la política social de los diferentes programas y servicios destinados a la población.

Estos obstáculos, carencias mayormente la padecen ciertos segmentos de población en desventaja como los más pobres, mujeres, jóvenes, ancianos, niños, enfermos, discapacitados, inmigrantes, minorías étnicas, etc., aumentando desconsideradamente el deterioro de las condiciones de vida hasta para satisfacer sus necesidades básicas malogrando su desarrollo y bienestar, condición inherente del ser humano para su inclusión en la vida en sociedad.

Otro concepto significativo es la discriminación, que además de la exclusión, presupone las acciones ejercidas tanto por las instituciones educativas como por la sociedad misma. Estas acciones de discriminación son una serie de actitudes de comportamientos como el desprecio, odio, rechazo, ofensas, agresión, trato despectivo hacia la persona o grupo social determinado.

 En este marco de referencia se formula la pregunta ¿Es la Universidad educativa altamente discriminatoria con la comunidad estudiantil? ejemplo de ello: las minorías étnicas, las personas con VIH/sida, personas con preferencias sexuales diferentes, discapacitados, entre otras. 

A pesar de contar con la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación (2003), donde se destaca el artículo 4 donde se lee “toda distinción, exclusión o restricción que, basada en el origen étnico o nacional, sexo, edad, discapacidad, condición social o económica, condiciones de salud, embarazo, lengua, religión, opiniones, preferencias sexuales, estado civil o cualquier otra, tenga por efecto impedir o anular el reconocimiento o el ejercicio de los derechos y la igualdad real de oportunidades” (Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, 2007), la realidad es otra, ya que cotidianamente se ejercen en la contra los estudiantes. Y aun cuando la exclusión la discriminación socialmente tienen un rol diferente en su relación que implícitamente guardan, pueden generar un nuevo escenario; definido este como las diversas formas de expresión de la violencia.

Si bien, existe una gran diversidad de definiciones sobre violencia, para efectos del presente trabajo retomamos la planteada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) que la define como: “El uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones” (Organización Panamericana de la Salud, 2002).

Históricamente las acciones de violencia es el resultado de los problemas de orden social, político, económico, cultural, religioso, educativo entre otros; sus causas son complejas, ya que, mayormente se identifican con factores asociados a la persona y al contexto social en el que se desarrolla, afectando fundamentalmente a los grupos más vulnerables de la población.

Acercarnos al término de violencia