sábado, 30 de diciembre de 2017

Dos disparos


 Carlos González Guzmán
I
Viajábamos en un ADO del Puerto a Orizaba, había pasado unos días con Cordero en su casa.
Su Mamá nos había dicho:
¿Porque se van si apenas es viernes, ya se aburrieron?
Daniel le contestó; no Mamá, lo que pasa es que queremos llegar a Orizaguas para pasar el fin de semana allá y esperar a que lleguen todos de vacaciones, seguro llegan mañana o el domingo y podremos ir al cine Variedades o al Río Blanco, pasan la película “Goldfinger” de James Bond, y quedamos de acuerdo en ir a verla con los otros cuatro compañeros de la pensión.
La Gestapo no dijo nada, sólo movió la cabeza y siguió limpiando la casa.
Le decíamos así porque cuando llegué y la escuché dar una instrucción marcial con voz de trueno, lo que para ella era una invitación o una recomendación, yo dije en voz baja; ¡Daniel la voz de tu mamá es como de soldado de la Gestapo cabrón!
Se rio mucho y me dijo, ¡no friegues Carlos! si te oye mi madre te mata ¡jajajajajaja! ¡Es que así es de cariñosa! y como ya llevamos toda la semana aquí, ¡pues tiene a quien regañar! pero es muy bonita mi mami. La Gestapo, jajajajajaja! le voy a decir vas a ver, a ver qué cara pone, jajajajajaja!  
Ese día teníamos planeado salir como a las 6 de la tarde, queríamos llegar como a las 11 de la noche a Pluviosilla, pero doña Meche nos sentenció; Quédense a merendar y yo los llevo al ADO, traje unos churros y compré unas bombas en los Portales, ni modo que me los coma yo todos, y si no se los comen se van a echar a perder. ¡Se van terminando la merienda!
Sólo se escuchó el zumbido de una mosca por respuesta, con la mirada nos dijimos, ¡ya se fregó la Francia!
Si má contestó el monstruo. Así le decíamos en la facultad porque Olguita, una compañera rechonchita, chaparrita de Coatzacoalcos, con su voz chillona aniñada le dijo un día recién que lo había conocido; ¡Hay Daniel estás tan grandote que pareces un monstruo!, a él le gustó el sobrenombre y todos contentos.
La mamá del monstruo era una señora muy preparada, sabía de música clásica, le gustaba la ópera, la pintura, la lectura, era una mujer como de 50 años, alta, delgada, blanca, de ojos café claros, de cabellos ondulado entre rubio y canoso, guapa y muy trabajadora.
Durante la merienda platicamos de mi familia, de libros, de escritores, de música,  Daniel le comentó que yo era el representante de cultura de la UV en la Facultad y eso abrió el camino para platicar de José Agustín, Aurelio de los Reyes, José de Molina; la venta de libros editados por la UV a precios muy muy accesibles para los estudiantes de la FCQ, el cine de Chaplin que habíamos llevado a Orizaba, el concierto de la pianista Alicia Urreta que había interpretado la Polonesa heroica de Chopin, etc., en este tema salió a relucir la gran pianista mexicana María Teresa Rodríguez, y doña Meche comentó las clases de piano que había recibido Daniel con la Maestra Chofita de la Hoz, a lo que Daniel le mencionó que la habíamos ido a visitar como ella nos había dicho, que le había llevado sus saludos,  y que yo le había comprado el disco LP que ella había grabado y me lo había dedicado.
Va usted a ver Carlos, me dijo doña Meche, que Chofita es una gran pianista, ese disco tiene algunas de sus composiciones, aquí en el Puerto es muy conocida.
Se terminaron las bombas y los churros y nos sorprendieron las 8 de la noche. Doña Meche insistió que nos quedáramos, que podíamos escuchar música clásica, comentar el disco de Chofita, seguir la plática, ir al cine, etc., etc., pero al fin le ganamos una batalla, a regañadientes nos llevó a la estación de autobuses ADO y nos dejó ahí como a las 8.30 nos dijo que llegando nos pusiéramos los suéteres y que tomáramos un taxi a la pensión para no andar a esas horas de la madrugada en la calle.
En realidad se quedaba tranquila porque sabía que Orizabaches era una ciudad calmada y segura de día o de noche.                             
Salimos a las 9 de la noche.
El autobús estaba casi vacío y pudimos dormir a pierna suelta todo el viaje. No nos enteramos a qué hora había pasado por Córdoba, lo comentamos porque llegamos a Orizaba la una de la mañana y no había más pasajeros de los que nos habíamos subido en el Puerto.
Tal vez había pasado solo de rutina comentamos al recoger nuestras maletas y salir a la calle.
II
Caminamos de la estación del ADO ubicada en la calle Real al departamento que ocupábamos como pensión, hacía un poco de frío y como había dicho la Gestapo nos pusimos los suéteres.
Daniel sacó sus Raleigh y yo mi pipa, me detuve un momento para rellenarla de tabaco con aroma a maple que cargaba en la bolsita de plástico. Haciendo huequito con la mano encendimos cada quien su cerillo en una cajetilla de “La Central”, aspiramos y las volutas de humo se fueron por los aires orizabeños.
Caminamos sintiéndonos cansadones y con algo de hambre.
Pasamos frente al hotel Trueba, y al llegar a los almacenes El Fénix doblamos hacia la izquierda para subir por la calle Madero. El Fénix, era una tienda de ropa de unos españoles, uno de ellos Don Pancho había sido mi tutor en la escuela secundaria en el Colegio México, por eso conocía muy bien ese establecimiento.
El silencio, las lámparas de los postes del alumbrado público, las cortinas cerradas de los establecimientos, la cortina blanca del café Madero, el aroma de la noche, todo se conjuntaba en una agradable tranquilidad que nos daba la bienvenida y  nos hacía sentir como en casa.
El edificio donde estaba el departamento, se ubicaba casi frente al mercado de San Miguel, le llamaban así por estar atrás de la iglesia de San Miguel Arcángel, a un lado del palacio municipal de Orizabaches.
Era un edificio relativamente nuevo, con un portón de dos puertas metálicas anchas negro mate y un marco de granito color rosa. Un foco iluminaba la fachada.
Su amplia entrada iluminada por focos centrales, daba a un corredor rectangular como de dos metros de ancho por diez metros de largo, el cual comunicaba a un pequeño patio que servía de gran recibidor para comunicar a dos departamentos -el 1 y el 2- ubicados del lado derecho, cuyas puertas de entrada, metálicas de una sola hoja, estaban separadas por una escalera amplia con pasamanos, toda de mampostería pintada de blanco, que conducía a otros dos departamentos – 3 y 4- en la planta alta. Un foco ubicado en el primer descanso iluminaba los escalones.
La escalera se continuaba hasta la azotea, en donde se ubicaban 4 pequeños cuartos de servicio de lado izquierdo, frente a las cuales estaban los mecates para los tendederos y los tanques que alimentaban el agua a los cuatro departamentos. 
Entramos al amplio corredor después de abrir el portón que siempre estaba semiabierto, no se podía cerrar porque estaba “colgada” una de las puertas y nunca la habían arreglado.
No hicimos ruido para no despertar al Dr. Osorio que vivía en el departamento 1, el de la izquierda, con su esposa y su hija, una chica como de 17 años llamada Angélica. No había luz en el departamento, indicándonos que la familia descansaba.
Entramos al departamento 2 y prendimos la luz de la sala. Los ventanales de los cuatro departamentos tenían gruesas cortinas blancas que hacían juego con las paredes blancas y contraste con las puertas negro mate.
La iluminación a través de las cortinas era ligera por lo que no nos preocupamos de que se notara nuestra presencia y pudiéramos despertar a la gente de los otros departamentos. Las luces de los departamentos 3 y 4 en la parte superior permanecieron apagadas, señal de que los vecinos dormían.
Dejamos las pequeñas maletas en nuestras recamaras y salimos a la calle para buscar algo de cenar. Podíamos ir a los caldos de Salomé, sabíamos que los viernes cerraban como a las 2 o 3 de la mañana, generalmente ahí nos encontrábamos en tiempos de exámenes, los que acostumbrábamos a desvelarnos un día antes estudiando a la carrera el último día, solo que estaba como a 15 cuadras, muy retirado para esa hora.  
Nos decidimos por los billares Pavitos, estaba cerca y ahí vendían unas tortas de pierna, exquisitas. Las preparaban en bolillos pequeños, las envolvían casi tres cuartas partes en papel china blanco, eran sabrosas y podías comerlas con unos chilitos verdes encurtidos en vinagre con cebolla cortada en trocitos pequeños o en delgadas rebanadas, costaban 75 centavos. Con unas 4 o 5 y una Pepsi, un Squire, un Delaware o una chaparrita de a 50 fierros, quedabas arreglado. De postre una pipa con aroma a maple y podías ir a dormir con la conciencia tranquila y una sonrisa de oreja a oreja. 
III
Apenas habíamos salido del edificio y caminado unos 20 metros sobre la banqueta, hacia la izquierda rumbo a Pavitos, cuando nos percatamos que en la acera de enfrente había una cortina que no estaba bajada en su totalidad, o la habían subido dejando una abertura como de 60 cm del nivel del piso.
Súbitamente se vio un rayo de luz en el interior del local, rasgando momentáneamente la oscuridad casi total en esa área ya que estaba fundido el foco de la lámpara del alumbrado público.
Daniel y yo nos quedamos parados y nos miramos como si la idea de cruzar la calle y ver que ocurría nos hubiera asaltado al mismo tiempo.
En ese momento escuchamos unas palabras que no logramos entender, había en ellas como coraje y prisa, inmediatamente después escuchamos dos sonidos sordos, como si hubieran sido dos disparos hechos con silenciador.
Nos alejamos instintivamente para regresar al departamento. De pronto escuchamos ruidos de alguien que agachándose salía atropelladamente por la cortina. Aparecieron dos tipos, apagaron la luz de una lámpara de mano y cerraron la cortina de golpe, seguían hablando y maldiciendo casi a gritos, “él tiene la culpa por no cumplir” “se lo merecía”, “ya se lo había advertido, conmigo no se juega” “te lo dije a ti también, ya se lo cargó la chingada” ¡vámonos!
Apenas si alcanzamos a llegar a la entrada del edificio. Nos dimos cuenta que los tipos nos habían visto y empezaban a correr hacia nosotros, no pudimos cerrar el portón, cruzamos el corredor y llegamos al departamento, abrimos y cerramos la puerta quedándonos a oscuras. El corazón latía a mil por hora, en unos segundos o minutos se oyeron pisadas, los tipos se quedaron parados al final del pasillo, frente a los departamentos. Las cortinas estaban quietas, las puertas cerradas, los focos de los cuatro departamentos apagados, las salas a oscuras. Lo único que alumbraba un poco era la luz del foco colocado en el primer descanso de la escalera, iluminaba el balcón que daba a los departamentos superiores y un poco a las entradas de los de abajo. El silencio en el edificio era absoluto, afuera en la calle no se oía ningún ruido.
Los tipos se arrimaron a cada una de las puertas de abajo, primero fueron al departamento 1 y cuando se acercaron a nuestro departamento, se pegaron a la puerta quedándose un rato para ver si oían algo, podía escucharse su respiración a través de la puerta como si estuvieran junto a nosotros, después se movieron como si trataran de mirar a través de la cortina, pero no se veía nada.
Escuchamos claramente sus pisadas cuando se alejaron de nuestra puerta y uno de ellos subió a los otros departamentos, oímos sus pasos al subir y bajar las escaleras. Al regresar algo le dijo al que había esperado al pie de la escalera y un momento después escuchamos sus pisadas alejándose hacia el pasillo y la salida.         
Nos movimos lentamente y nos acomodamos en el sofá y en un sillón de la sala. Esperamos un largo rato. Escuchábamos nuestro pulso y nuestro latido, no nos movíamos, pensábamos que a lo mejor estaban ahí, espiando, esperando a oír algún ruido que nos delatara.
Yo sentía que el aroma a maple se había quedado inundando todo el edificio, que podían seguirlo hasta la puerta y saber que ahí estábamos adentro, temblando, mudos, asustados.
Imaginaba que rompían la ventana de la sala y nos disparaban, que no se iban a ir nunca…, que podían pensar que quien los había visto era el Dr. o que nos iban a esperar afuera hasta que saliéramos.
IV
De pronto sonó el teléfono, el sonido del timbre nos despertó.
Daniel estaba más cerca de la mesita del teléfono.
En automático levantó la bocina, se quedó escuchando y de pronto dijo… no mamá no te preocupes, llegamos tarde y no quisimos llamarte para no despertarte… si mamá… no, no te preocupes, todo está bien… si de acuerdo no se vuelve a repetir… adiós.         
Se nos había olvidado llamar a la Gestapo para avisar que ya habíamos llegado.
Doña Meche se había quedado esperando que nos comunicáramos con ella, estaba desvelada y enojada, pero su llamada nos hizo sonreír, ¡bendita voz de soldado, aunque fuera otro regaño!   
No supimos en qué momento se fueron los tipos, ya eran casi las 6 de la mañana.
El estar inmóviles sentados en los sillones de la sala, el tiempo, el silencio, el miedo, el frío de la madrugada, todo hizo que nos quedáramos dormidos, estábamos entumidos y con hambre.
Con la claridad del día y los movimientos del departamento del doctor y de los vecinos de arriba, nos estiramos y empezamos a hablar aún en voz baja, ¿Y ahora qué hacemos?
Decidimos irnos a un hotel y pasar ahí el sábado.
Comimos en la habitación, vimos las películas del canal 4 de la tele, no queríamos salir por miedo a que nos estuvieran esperando en la calle, que nos reconocieran, que nos siguieran al cine o a algún restaurante y usaran su pistola con silenciador.
El domingo dejamos el hotel como a las 11 de la mañana después de llamar al departamento y contestarnos Pepe Kuri que ya habían llegado Manuel Gámez de Jalapa y mi homónimo de Tuxpan, y que Pepe Olivares había llamado de Poza Rica para decir que llegaba como a las 2 para ir a comer todos y después ir al cine Rio Blanco a ver Goldfinger, que lo esperáramos.

V
No dijimos nada a nadie.
Daniel salía un poco antes o un poco después que yo para ir a la Facultad, nos poníamos de acuerdo para irnos en el Garitas o en el Ixtaczoquitlán cada quien por su lado, los dos autobuses urbanos pasaban por la Facultad.
Algunas veces comentamos en la cafetería de la escuela, o en el departamento que sentíamos como si alguien nos siguiera o nos espiara o se nos quedara mirando como si nos reconociera, pero nunca supimos si era cierto o eran solo nuestros nervios.
Los compañeros nunca mencionaron nada de que alguien los siguiera, que les hubieran preguntado algo o que hubieran visto a extraños vigilando la entrada del edificio, cada quien continuó con su vida normal…    
Nunca supimos quiénes habían sido los asesinos, en la nota roja del periódico local “El Mundo de Orizaba” no salió ningún reporte de alguna muerte por el rumbo del mercado en esa fecha, tampoco escuchamos al gritón que vende el periódico en la calle por donde ocurría la tragedia, los vecinos nunca comentaron nada anormal.
Dejé de fumar mi pipa mucho tiempo por temor a que el aroma a maple me delatara.
Chamilpa, Mor., agosto 2016, diciembre 2017     
Para Anita.   


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