domingo, 29 de octubre de 2017

Las travesías de la democracia


Gilberto Nieto Aguilar
La palabra griega “democracia” (el poder del pueblo) fue acuñada por los atenienses entre los siglos VI y V a. C. para definir un sistema de gobierno de la ciudad en el cual las decisiones eran tomadas por la asamblea de ciudadanos y no por el rey, el emperador o cualquier otro modelo de autoridad absoluta, como solía ocurrir en las ciudades o imperios de la época. Durante varios siglos mantuvieron este sistema.
Paralelamente, los romanos construyeron su propia democracia y desarrollaron el derecho para sustentarla. Después, el progreso de estas formas de gobierno derivó en su caída y desaparición. Es difícil asegurarlo, pero tal parece que parte de la expansión de la democracia puede explicarse por la difusión de las ideas y las prácticas que de ella se hicieron desde el último siglo de la Europa medieval hasta el Siglo de la Luces.
Es importante reconocer que la participación de los atenienses en las asambleas de ciudadanos “se basaba en el aprecio de los griegos por las instituciones democráticas y en la sanción social ejercida contra los que se mostraban demasiado remisos a cumplir con su obligación” (B. Rodríguez y P. Francés, Filosofía Política, Granada). Esta combinación social de elementos ha sido indispensable para que un pueblo supere sus resabios y defina una ruta de superación formal y seria.
Cuatro grandes luminarias, precursoras de la Ilustración –Descartes, Hobbes, Spinoza y Bayle–, afirmaban que las ideas de la mayoría de su tiempo eran confusas e inacabadas, puesto que era posible ofrecer a la población un ideario amplio en el cual sustentaran su eterna búsqueda de la felicidad y la mejora de la existencia humana.
Afirmaban que la sociedad podía ser más segura y estable (la mayor preocupación de Hobbes), más tolerante (preocupación principal de Bayle), más racional (Descartes) y más libre y receptiva a las opiniones de los demás (“Todavía vivimos en los orígenes de la democracia”, Gregorio Luri, Filosofía hoy, No. 51, Madrid, 2016).
Baruch Spinoza extiende, con base en su doctrina de una sola substancia contemplada desde diferentes aspectos –cuerpo y alma, materia y mente–, una forma revolucionaria sobre el plano metafísico, político y de mayor bien para el hombre. Según Spinoza, la sociedad sería más resistente ante autoridades religiosas, autocracias, oligarquías y falsos redentores, y podría aspirar a ser más democrática, libertaria e igualitaria. (Luri, Op. Cit.).
La Ilustración Radical fue la corriente de pensamiento y acción política que logró colocar los cimientos de libertad, igualdad y fraternidad en lo que sería la democracia contemporánea. Estalló de pronto en las tres últimas décadas del siglo XVIII en las revoluciones de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, así como en los círculos clandestinos de oposición en Alemania, Escandinavia y algunos países de América Latina. Más tarde en México nutrió el periodo de las reformas juaristas.
La máxima que sostiene a la democracia en estas épocas es que todos los seres humanos tienen necesidades básicas, derechos y condiciones de vida que pueden mejorar. Las personas tienen derecho a buscar la felicidad, ya sean hombres o mujeres, blancos o negros, sin distingo de religión, pensamiento político, condición social y económica, situaciones éstas que tardaron muchas décadas en pasar del discurso a los hechos.
Con el paso del tiempo, y en distintos lugares, el término “democracia” ha sido inestable. En Estados Unidos Abraham Lincoln (1863) pretendió definirla en una frase a la que se recurre con mucha frecuencia: democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Para transitar de las asambleas griegas a los parlamentos europeos tuvo que pasar mucho tiempo, en donde jugó un papel destacado el parlamento de la Inglaterra medieval. Progresivamente se incubó la idea de que los gobiernos requerían el consentimiento de los gobernados y este pensamiento fue creciendo gradualmente hasta abarcar a las leyes en general, instalándose un tipo de democracia que combina la tradición con la modernidad. Para ello, Inglaterra tuvo que enfrentar un largo proceso de transformación de una monarquía absoluta a una monarquía parlamentaria.
Sin embargo, «las fuertes desigualdades oponían enormes obstáculos a la democracia: diferencias en derechos, deberes, influencias y poder entre esclavos y hombres libres, ricos y pobres, propietarios de tierras y no propietarios, amos y siervos, hombres y mujeres, jornaleros y aprendices, artesanos y propietarios, burgueses y banqueros, señores feudales y feudatarios, nobles y hombres comunes, monarcas y súbditos…» Robert Dahl, “La democracia. Una guía para los ciudadanos”, Taurus, México, 2006.
Desde finales de la Edad Media hasta el siglo XVIII, aparecen los grandes pensadores que difunden las ideas y los valores de la democracia que, por desgracia, no llega a todos y además algunos ni siquiera lo comprenden. El camino, entonces, nunca fue fácil. «Hubo subidas y caídas, movimientos de resistencia, rebeliones, guerras civiles, revoluciones.» (Dahl). Sus posibilidades han sido inciertas, dependiendo de las circunstancias y las coincidencias en un lugar y tiempo determinados.
Estos últimos años de crisis y desaliento, de desconfianza y frustración, han llenado las calles de muchos países del mundo los manifestantes indignados (como el 15-M en España) que han proyectado nuevos movimientos sociales, haciendo que se tambaleen muchas instituciones. Han desatado grandespasiones políticas pero de manera especial han generado cierto desconcierto. Puede que los tiempos deindignación sean también tiempos de confusión, como lo trata Daniel Innerarity en su libro La política en tiempos de indignación” (Ed. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015).
Dice Innerarityque cuando la democracia es auténtica, es un espacio en donde no pueden ocultarse sus debilidades e imperfecciones. Se convierte en un régimen de desocultación, en el que se vigila, descubre, critica, desconfía, protesta e impugna. Bernard Crick, en 1962 (“En defensa de la política”), sostuvo que la política es una actividad que tiene que ser protegida tanto de quienes la quieren pervertir como de quienes tienen expectativas desmesuradas sobre ella. Por ello urge cuestionar todo tipo de «razones», pues nuestro tiempo es muy prolífico en dispares tipos de racionalidad, algunas de ellas de nefastas consecuencias.
Sólo quien ha entendido bien su lógica y lo que la política está en condiciones de proporcionarnos puedeevitar las falsas expectativas y, al mismo tiempo, formular sus críticas con toda radicalidad. Lo mejor sería queesa indignación no se quede en un desahogo improductivo, sino que se convierta en un motor quefortalezca la política y mejore nuestras democracias.

gilnieto2012@gmail.com

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