jueves, 6 de abril de 2017

Cuentos sin retorno


Manuel Gámez Fernández


Triptos


Escribía una historia tratando de explicar el universo donde la razón desvaría, cuando la puerta apareció en el cuarto. Miró hacia ella y la puerta respondió con un resplandor naranja, se abrió dejando pasar un rostro conocido. La cara  de Triptos se tornó alegre.
¡Qué pasó  Juan Carlos! ¡Entra!
¡QuiuboTriptos!
Juan Carlos entró. Los amigos se abrazaron  y se besaron.
Otro rostro apareció en la puerta:
¡Qué pasó Marcos!
¡Qué tal Triptos!
¡Entra!
Triptos y Marcos se tomaron las manos y se besaron mutuamente.
Otro rostro se dejó ver, era el de Sebastián:
¡Cómo estás Sebastián!
¡Quiubo mano!
Nuevamente la Euforia se apoderó  de los amigos y rompiendo barreras se besaron los labios. Triptos estaba feliz.
¿Qué hacen por aquí?
Venimos  a verte – contestó Marcos –
¿Y qué milagro que se acuerdan?
Tú nos llamaste….
Triptos calló al no comprender el significado.
Tú eres Dios- dijo Juan Carlos- nos abriste la puerta…
¿La puerta?Triptos miró la entrada y solamente halló un vacío negro que no tenía principio ni fin. Volvió la vista hacia sus amigos. Entonces comenzó a  entender: Una roca flotaba en el espacio indescifrable, sobre ella estaban Marcos, Sebastián y Juan Carlos, cada uno sentado en un extremo.
Triptos ordenó:
¡Nulifíquense!
Los amigos obedecieron y devoraron sus dedos, después los brazos, luego los pies..
Triptos vigilaba la acción, todo debía ser exacto, les dijo que se comieran el estómago y el cuello. Los amigos obedecieron.
Cuando solo faltaban las cabezas, Triptos ordenó que las golpearán contra la roca hasta que se deshicieran. Los amigos obedecieron.
Al final quedaron tres charcas de líquido rojo. Triptos se acercó a ellas, las llamó por sus nombres y se las bebió.
Triptos le ordenó a la roca  que lo envolviera. La roca obedeció.
Imaginación
La viste por primera ocasión en uno de tus sueños, de esos que se olvidan almomento de llegar a la vigilia.
Caminabas entre la muchedumbre y la volviste a ver. Era el día en que los estudiantes hacían una manifestación contra el gobierno. Ella marchaba con el grupo de punta.
Te fascinó laenergía que derramaba. Lanzaba gritos que escuchabas atento. Era la mujer que buscabas, la elegida, la que se sueña. Su rostro pálido, sin pestañas postizas, sin labios de rubí, pero con una lozanía de mármol, te decidió a buscarla.
Seguiste tras ella afanoso todo el tiempo que duró la manifestación.
Cuando ya estabas a su lado, alguien te empujaba y hacia que te alejaras, pero tú no desistías de lo que te habías propuesto, continuabas buscándola, intentando llamarla, tocarla por un instante, conocerla y amarla.
La manifestación concluyó; se disolvieron los participantes. Seguiste tras ella, ahora estaba sola.
Ya la habías alcanzado, le ibas a hablar, y de pronto: como un ángel que retorna al empíreo, se elevó, se elevó, las nubes se la tragaron y te quedaste solo.
Después supiste que ese día no hubo manifestación y que tu nivel de esquizofrenia estaba aumentando.
Rompimiento
Estas son cosas que le suceden o que pueden sucederle a cualquier muchacho de preparatoria.
Tú y yo éramos felices, ambos decíamos que sentíamos cariño el uno por el otro. Los años pasaron pronto, terminamos el curso, en el baile de graduación yo fui tu chambelán. Parecías una reina con el traje de pedrería que te pusiste. Pero la música también terminó, te llevé a tu casa y hablamos de lo que no deseábamos hablar.
Nuestras vocaciones diferentes hicieron que tú fueras a continuar los estudios en Canadá y yo en la ciudad de México.
Recibí tu primera carta. Triste. Me extrañabas y deseabas volver a estar conmigo.
La segunda decía que estabas contenta en tu nueva escuela, tenias amistades recientes y la ciudad de Toronto te fascinaba.
Dejaste de escribirme por tres meses. Luego, recibí tu tercera misiva, en un sobre pequeño, con timbres aéreos urgentes y sin la anotación de remitente.
Al abrirlo, un ave aterciopelada salió de su pequeño encierro, traté de atraparla, pero el ave voló, se escapó de mis manos. Comprendí que habías dejado de quererme y ya nunca nos volvimos a ver.
Suicida fracasado
Su edad era de setenta años, jubilado de una fábrica en la que trabajó 35 años. Soltero, sin familia, sin ideales, sin amigos. Solo pensaba en morir, había sobrellevado la soledad por demasiado tiempo, y ahora, la necesidad de escapar a ella y a lo pesado de la realidad, hiciéronle buscar una salida que brillaba como la única solución.
Su primer intento lo hizo con veneno para ratas; pero al llevarse el polvo a la boca no soportó el mal sabor y comenzó a vomitar.
Compró pastillas para dormir: desafortunadamente resultaron insuficientes, provocándole un sueño de 48 horas al cabo de las cuales despertó hambriento y sediento.
Trató de ahorcarse con una cuerda vieja que se reventó en el momento definitivo. Se rompió un brazo.
Hizo varios intentos más que resultaron fallidos.
Entonces recapacitó, pensó que tal vez la muerte fuera igual de tediosa que la vida, cobró ánimos y decidió seguir su existencia monótona.
Para celebrar su decisión fue a un bar. Tomó dos copas, tres copas, muchas copas, tantas copas que en la madrugada murió de congestión alcohólica mientras dormía. En la bolsa de su camisa encontraron un recadito en un papel arrugado, de fecha anterior, que decía: estuve a un pasito pero me salvé.
Nadie reclamó su cadáver.
Familia conejo
Tal como tarde tras tarde sucedía, familia conejo salió de su madriguera a dar el paseo vespertino de ese día. Familia conejo estaba compuesta de papá y mamá conejo, Luís conejo, Pedro conejo, Alfonso conejo, Ricardo conejo y Ramón conejo, todos hermanos.
Papá conejo caminaba dando saltitos al frente de su familia, cuando apareció el cazador con dos perros bien entrenados para la liebre.
Papá y mamá conejo pusieron en práctica el truco de dividir al enemigo, dándoles el resultado buscado mientras huían los conejos hijos.
Luís, Pedro, Alfonso, Ricardo y Ramón conejo, todos hermanos, llegaron a la madriguera y sin perder tiempo pusieron la televisión en el programa conejil de las caricaturas.
Al poco rato llegó mamá conejo, agotada de tanto correr. Sacó del refrigerador un concentrado de zanahoria con el que se repuso del cansancio.
Como papá conejo no llegó esa noche, ni al otro día, mamá conejo se vio comprometida y tuvo que hablar con sus hijos:
“De hoy en adelante todo será diferente, reduciremos los gastos de alfalfa, al cine iremos de vez en cuando y mañana mismo los llevaré con el ortopedista para que no les pase lo que a su padre, ustedes saben… por tener los pies planos”.


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