sábado, 14 de enero de 2017

Cementerio

Víctor Manuel Vázquez Reyes


Hoy se cumplen 15 años de su partida.
Empezaba a oscurecer, las nubes contenían el chubasco únicamente
para que no huyera del lugar. Dicen que ese día salí desde el amanecer y
me dedique a vagar por aquel enorme lugar, pensaban y decían que me
la había pasado llorándola en su tumba, unos aseguran haberme visto en
ese lugar, no obstante no me acerqué a ese lugar desde que la dejé ir al
centro de la tierra.
Mi camino parecía estar determinado, porque mecánicamente me adentré
en la parte más antigua del lugar, había lápidas con inscripciones del
siglo XVII, majestuosas esculturas, monumentos y un magno mausoleo
se encontraban frente a mí, el antiguo respeto y el actual abandono, las
glorias del pasado desvanecidas por el tiempo.
Empezaba a gotear, el delicioso y sutil aroma de la tierra mojada, del
vaho exhalado por la naturaleza, se combinaba con la fragancia de unas
flores recién ofrecidas en una tumba cercana, cargadas de culpa o de
tristeza, de desesperación o de alegría al saber que el ser por fin descansaba,
eran las únicas flores coloridas que había en todo el enorme
espacio grisáceo vigilado por ángeles, cristos y alguna gárgola de cantera
labrada.
Caminaba por el suelo fangoso, mis botas hacían un ruido característico
y me encontraba a gusto disfrutando de los pequeños goterones
que chocaban contra mi rostro, los árboles se mecían por el viento que
acompañaba aquella brisa y decidí darle un gran trago a una pequeña
botella que traía en el abrigo, escuché un extraño ruido, una especie de
exhalación violenta, voltee a todos lados agitado y con un mal presentimiento,
regresé por el sendero en dirección a la entrada del lugar.
A lo lejos vi una pequeña lucecita, encendía y apagaba de manera intermitente,
claro tenía que no me acercaría y trate de rodear esa parte
ya que se interponía a mi paso, caminaba a prisa cuando una numerosa
parvada revoloteó a mi alrededor, volaban y aleteaban de manera ruidosa,
jamás había visto un comportamiento tan extraño en las aves ya que
se esparcieron en diversos grupos y de ahí todos volaron sin dirección
definida, graznaron de un modo tan agudo que tapé mis orejas para evitar
escucharlos.
Llegué a un lugar donde las capillas eran altas, aproximadamente de
unos tres metros de altura y la separación entre ellas era minúscula,
posiblemente de unos cincuenta centímetros como máximo, empecé a
alterarme al cruzar ese laberinto, pude escuchar de nuevo esa extraña
exhalación violenta, un bochorno sofocante entre esas paredes, bochorno
impregnado del olor de las flores podridas, tropecé, en el suelo lleno
de fango sentí un desvanecimiento.
Abrí los ojos y rápidamente me incorporé, con un ligero mareo y la
respiración sofocada continué mi camino, al terminar esa sección me
encontré con la pared que rodeaba el cementerio, me daba terror admitir
que estaba perdido, contemplaba el enorme muro, la desesperación se
apoderó de mí.
Caminé a un lado del muro que parecía interminable, pero era la única
manera de llegar a la entrada de manera infalible, llegué a una de las esquinas,
una pequeño jardín rodeado por varias capillas se interponía, me
adentré tratando de cruzar cuando de pronto un espectro apareció ante
mis ojos y se acercó a mí rápidamente, lo golpeé en repetidas ocasiones,
él solamente bufaba y hacia sonidos espeluznantes, sus ojos desorbitados
inyectados de sangre se acercaban a mí, el jorobado jadeaba y manoteaba, lo golpeé en repetidas ocasiones, golpeaba hasta el cansancio con
todas mis fuerzas pero él con alguna capacidad sobrehumana me derribó,
a pesar de los puñetazos que le asentaba directo en el rostro el seguía acercándose
a mí, sentí como su saliva escurría sobre mí y no paraba de jadear,
la lengua de fuera y su olor repugnante, parecía que intentaba morderme,
pude alcanzar un roca del suelo y le di con mis fuerzas restantes en medio
de la cabeza, mis manos escurrían de sangre caliente y pegajosa, el ente se
levantó y salió corriendo dando fuertes alaridos.
Empezó a sonar la campana que anuncia la entrada de un nuevo cadáver,
pero la noche me hizo entender que eso era imposible y tenía claro
que empezaba a perder la razón, recordaba las facciones del jorobado;
retraso mental, ojos de fuego, sus dientes podridos, tenía miedo.
Tomé como arma un pedazo de herrería que estaba desprendida de un
barandal y continué mi camino, me temblaban las piernas, los chillidos
de las ratas y el crepitar de algunos árboles del lugar me atemorizaban
cada vez más, me aferraba a la idea de que la salida estaría
próxima pues llevaba ya bastante tiempo caminando, la luz tintineante
de nuevo a lo lejos, cerré los ojos.
Apresuraba el paso cada que podía, sentía una mirada profunda y pesada
detrás de mí, escuchaba pasos, de vez en vez volteaba y apretaba
el fierro que traía en la mano derecha, escuchaba murmullos de gente
rezando, por otro lado gente riendo y por otro riñendo, estaba seguro
de los que escuchaba, divisé a lo lejos la entrada y mi corazón se
sobresaltó, me acercaba cuando pude vislumbrar al horrible jorobado
sentado a un lado de la puerta, tenía la cabeza recargada en sus rodillas,
me acerqué lleno de adrenalina con arma en mano y al escuchar
mis pasos alzó la cabeza, sus ojos se clavaron en mí, me acerqué un
poco más y salió huyendo gritando desgarradoramente, varios pájaros
revolotearon sobre mi cabeza mientras salía del lugar.
Víctor Manuel Vázquez Reyes XXVI/XII/XVI

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