martes, 11 de octubre de 2016

LA VOCACIÓN FILOSOFICA DEL DR. RAÚL HERNÁNDEZ VEGA




 Marcelo Ramírez Ramírez,

Ya son varios los miembros de la Academia Mexicana de la Educación que se nos han adelantado en el viaje a la  “región del misterio” que dijera el poeta Nezahualcóyotl; el últimofue el entrañable amigo Alberto Ruiz Quiroz.Hoy deseo recordar a otro académico que con Ruiz Quiroz tuvo afinidades intelectuales profundas, me refiero al doctor Raúl Hernández Vega. Uno y otro, sintieron la necesidad de certezas últimas que sustentaran su tarea docente y, más allá de esto, dieran sentido a su propia vida. Raúl Hernández Vega, tipifica a esa clase de intelectuales que, una vez atrapados en las no muy suaves redes de la filosofía, hacen de su pasión a las ideas una entrega incondicionada. ¿Cómo se puede amar a tal grado lo abstracto? Ese es precisamente el incomprensible misterio de la filosofía. Amor de una pureza  indiscutible es también amor exigente y en buena medida tiránico,  porque busca la verdad y la verdad no se deja atrapar a las primeras de cambio. Se habla también de verdad desinteresada por cuanto se la persigue sin interés inmediato o  utilitario; pero esto no impide que sirva al hombre en el sentido muchomás elevado de ponerlo a salvo de sus pasiones destructivas, una de las cuales es el uso del conocimiento para manipular, dominar y destruir.En el prefacio al último libro publicado en vida del autor, nos dice Hernández Vega que venía trabajando desde hacía varias décadas una temática relacionada con el poder y la sociedad civil, dos preocupaciones en torno a las cuales se articulan otros motivos. Y venía haciéndolo, no como jurista  que era su formación primaria, ni como sociólogo o historiador de las ideas  o teórico de la política, aún cuando aprovechara los aportes de estos campos de las ciencias humanas. Nuestro investigador quería y buscaba las razones últimas, por eso hurgaba más allá de las apariencias; se empeñaba en quitar “los velos de la apariencia”. En suma, quedó subyugado por la obsesión de una búsqueda radical; quería respuestas satisfactorias. Por una dialéctica inevitable, quien ambiciona demasiado respecto a la verdad, comprende sus limitaciones y acepta dos exigencias de su trabajo: La humildad y la constancia. La primera le sirve para utilizar con eficacia su inteligencia, la potencia racional del espíritu humanoque aspira a lo más alto, pero está sujeta  a múltiples limitaciones y condicionamientos. La amistad que el hombre busca con la sabiduría sólo se realiza en cierta medida, aún en aquellos casos excepcionales tocados por el genio. Este amor por el conocimiento, humilde en su forma , pero impulsado por un ambicioso propósito, es la vocación del filosofo y fue la que tuvo nuestro amigo Raúl Hernández Vega.

La otra condición de la búsqueda radical de la verdad es la constancia, porque quien busca sabe que siempre le faltará tiempo para buscar y encontrar. Y eso explica que el doctor Hernández Vega anduviera constantemente apurado; era, lo fue durante muchos años, un estudiante de tiempo completo, que se robaba a sí mismo algunas horas para dar clases. Fue un estudioso espoleado  por sus hallazgos y por las tareas pendientes. Tuvo la suerte de contar, en su compañera la señora Reyna Palmeros Palmeros alguien con quien compartir, en primer término, los logros de su vida intelectual. Dama inteligente y sensible, doña Reyna supo entender y estimular la vocación del esposo. Hernández Vega no fue pues, un filósofo solitario. Así es como lo recuerdo y siempre me será grato evocar sus pláticas llenas de viveza y entusiasmo sobre el poder, la sociedad civil, la justicia, que ocuparon sus reflexiones hasta el últimodía de su vida.

Raúl Hernández Vega vio en la sociedad civil una fuente  donde se origina el cambio del sistema, pero insistía en aclarar que esta “impulsión” no se da en todos los miembros de la sociedad, sino en unos cuantos, en las minorías conscientes capaces de “padecer con los demás, los problemas de la injusticia”. Nuestro amigo reconoció en la conciencia que descubre al “otro”, la exigencia ética de un mundo másjusto, pues la conciencia nos lleva  a descubrir el carácter insatisfactorio de lo existente y a negarlo. La sociedad civil tiene su entelequia, afirmaba Hernández Vega, utilizando la categoría aristotélica; tiende hacia un fin superior, visualizado por esa minoría en la cual la indigencia del “otro”, es un acicate para encontrar un orden genuinamente racional. Tal es una de las consecuencias de su pensamiento  que comparto y que debíera ser un patrimonio de todos los universitarios, si éstos  han de colaborar para que la sociedad realice su entelequia, como diría nuestro querido amigo y maestro Raúl Hernández Vega.


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