miércoles, 7 de septiembre de 2016

Mis conversaciones con Aurora

Evelyn Albina Becerra Ruiz

Se dice que conversar es un arte, el diccionario señala: “Hablar [una persona] con otra sobre algo alternando los turnos de palabra”.  Otra definición: “Comunicar, relacionarse, trabar o estrechar amistad unas personas con otras”.
Llegaba a su casa y desde la reja de la entrada, a través de la ventana por donde ella veía su jardín, la observaba. Ahí estaba, como siempre, como cada vez que la visitaba desde que regresé a vivir a Xalapa después de una larga ausencia. Sentada frente a su monitor, trabajando, con un libro entre las manos, concentrada, muy atenta a la lectura. Sentía pesar por interrumpirla, sin embargo sabía que le agradaría mi visita. Después de los saludos y palabras de afecto, del cariño demostrado con un abrazo y un beso, me acercaba una silla al lado de su mesa de trabajo, así me sentía cerca física y emocionalmente. En cuanto me sentaba, me decía:
−Platícame, ¿qué has hecho?
Así empezaban las largas conversaciones que tenía con mi tía Aurora.
Creo que conversar es importante, tal vez hasta sea una necesidad, tener con quien conversar es indispensable. Platicamos con muchas personas, sin embargo mantener una buena conversación es otra cosa, es una actividad trascendente, un medio para relacionarse desde el alma que nos ayuda a encontrar la esencia de nosotros mismos y del otro, a mejorar como personas, a conocernos y enriquecernos porque conversar nos da la oportunidad de hablar de nosotros mismos, de nuestras experiencias y sentimientos. Así podemos hacernos conscientes de nuestra forma de ser y de estar en el mundo.
Esa es la relación que establecí con Aurora, conversar con ella fue tener toda su atención, su interés, su cuidadosa escucha sin barreras por nuestra diferencia de edad, sin muros infranqueables por nuestras ideas y creencias propias. Ante esta apertura tuvimos la oportunidad de hablar de lo mío y de lo suyo, aprendí a escuchar a una mujer de otra generación, a entender cómo su pensamiento evolucionó con el mundo y sus circunstancias. La empatía nos permitió abrir el corazón y compartir.
Uno de los tópicos que más nos entusiasmaba, claro está, fueron los libros, y aunque decía que su memoria ya fallaba, me relataba su lectura más reciente con lujo de detalles, a veces la trama completa, en otras ocasiones el inicio de algún nuevo libro o sus reseñas, incluso comentaba:
—Ese no me gustó, pero decidí terminarlo; no hay que dejar la lectura inconclusa.
Por mi parte, como participante en un círculo de lectura y como estudiante de historia y de historia del arte, le compartía mis hallazgos y nuevas adquisiciones. Surgían las recomendaciones, sugerencias, el préstamo, sin faltar las motivaciones y sucesos en torno a los libros escritos por ella o el que estaba en preparación.
—¿Y ahora a dónde has ido? Cuéntame ¿trajiste fotos? ¡Me gusta viajar contigo!
Ante la pregunta, la oportunidad de volver a viajar con el relato: describir sitios, paisajes, objetos, eventos, hablar sobre sueños cumplidos y otros aun no realizados. A las ideas unimos afectos y deseos.
Hablamos de asuntos intrascendentes y también de los más trascendentes, de la vida y de la muerte, del dolor, de la pasión y del desánimo, de las pequeñas alegrías que se convierten en felicidad y de las satisfacciones, de esas que sentimos cuando damos y recibimos.
Siempre hubo oportunidad de hablar del futuro y del pasado, de nuestra familia y su infancia, no faltaron las anécdotas familiares, por ejemplo: conocí la historia detallada de la tía Marina que murió de amor y algunas otras anécdotas que se hubieran perdido para mí en el tiempo.
También recuerdo sus reflexiones sobre su vida actual:
—Ya no me preocupo por lo que mis hijos comerán o por si vienen a visitarme; eso ya pasó, ahora pienso en mí, no es egoísmo es pensar que ellos son adultos y que no necesitan que yo resuelva ciertas cosas, al contrario ellos me las resuelven a mí.
Esa muy agradable aventura empezó cuando descubrí que Aurora no me oía ¡me escuchaba! Yo aprendí a escucharla, pudimos hablar de nosotras y desde nosotras, mirándonos a la cara como señal de aceptación y acercamiento, y sintiendo que éramos importantes, ella para mí y yo para ella.
Es por eso que después de cada conversación  me sentía transformada, salía de su casa nutrida, enriquecida, motivada con sus ideas  e inquietudes, con su fortaleza anímica y extraordinaria claridad mental. Sé que no soy la única afortunada de haber establecido esta relación, muchos quienes la conocieron y fueron sus amigos coincidirán conmigo:
Fue un gran  placer ese tiempo invertido porque esas conversaciones me hicieron  una persona distinta, sin duda una mejor persona. Gracias Yoya. 

Julio de 2016

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