miércoles, 7 de septiembre de 2016

El último aliento

Elma Aurora Hernández Ruíz

Estaba serena, tranquila y en la gracia de Dios cuando se convirtió en estrella. Fue su último aliento, pero se ha quedado entre nosotros. La recuerdo con la personalidad de una dama. A sus 93 años, con su cabello cano, ondulado y brillante, siempre bien arreglada, perfumada y con las joyas que hacían juego con su vestimenta.        
La recuerdo sentada frente a su escritorio, al lado de la ventana, ya sea escribiendo o con un libro en la mano. Mi escritorio estaba al lado del de ella, cada una en su trabajo, pero lo interrumpíamos para platicar, comentar o leer sus escritos.
“Quiero que leas el escrito del sombrero”, me decía. “El sombrero adquiere vida, es el narrador de una historia, el viento sopla y el sombrero se aleja de su dueño y empieza a describir los caminos por donde pasa.”        Entonces recordamos a su esposo, siempre con su sombrero huasteco. Él viajó por todo el estado apoyando a los ejidatarios para que recuperaran sus tierras. El amor de ellos perduró a través de sus cartas. En cada una le decía cómo era el lugar, las comidas típicas, los sabores y los aromas. A su regreso venía cargado de fruta, comida y hasta guajolotes, regalos de la gente agradecida. Así surgió la historia del sombrero. Ésta es una estrategia de escritura.
Ella tenía un alma limpia y pura, con valores muy arraigados. Su maestro de literatura le decía: “usted sólo escribe historias de amor, necesita leer a otros autores como Laura Esquivel, su libro: ‘A Lupita le gustaba planchar, pero también, a Lupita le gustaba beber o a Lupita le gustaba autocomplacerse´”. Ella me decía, “tienes que leer este libro, es la historia de una chica que ha padecido la violencia y ha vivido en el desamparo y las injusticias”.
Nos sentábamos a tomar el café en la cocina de su casa y entonces me platicaba la historia de lo que estaba leyendo, lo hacía como para recordarla y para señalar las palabras que movían tantas emociones y de esas palabras salía una nueva historia.
           —¿Por qué estás triste?, le pregunté una noche mientras platicábamos.
—¡Porque la maté!
—¿A quién mataste?
—A la protagonista de la historia. ¿Te acuerdas de aquella trabajadora que nos ayudó en la lechería? ahora es una gran amiga, siempre viene a visitarme y a contarme sus penas. Con esta idea escribí una historia epistolar, o sea basada en cartas. Esta amiga me contaba en esas cartas que su hija había tenido un bebé y que la madre se había ido dejándole a la criatura. Me platicaba el sacrificio que implicaba sacarlo adelante y que pese a esos esfuerzos el chico crecía pero no aprendía. Un día la madre regresó por su hijo pues ya tenía edad para trabajar, la abuela sufrió mucho, se había encariñado con el niño. Se lo llevaron pero como hijo rebelde y desobligado regresó con la abuela que le solapaba todo; ella tuvo que internarlo para que tuviera mayor rigor y se hiciera un hombre de provecho, pasó miles de aventuras. La madre se olvidó de él y la abuela muere de tristeza, en total abandono. ¡No la puedo matar!, es mi amiga y admiro la entereza para educar a su nieto.
Así nacen las historias, como lo dice Gabriel García Márquez, de una anécdota o de un personaje, empiezas a pensar en el lugar dónde se realizan los hechos, en la trama, pero lo más difícil, siempre es el final, a veces no quieres que termine la historia y otras terminan drásticamente con la muerte del personaje.       
También incursionó en historias de terror. Para hacerlas tuvo que leer la colección de tres libros de Edgar Allan Poe, escritor estadounidense. Sus padres eran actores de un teatro itinerante; de allí el gusto por crear nuevas historias. Allan Poe sabía que el miedo y el terror producen emociones, las historias se vuelven fascinantes, sus relatos van en torno de la muerte como El gato negro o El entierro prematuro. Estas historias se van construyendo agregando adjetivos como: noche macabra, sonido estruendoroso o terrorífico, espantoso crimen, la muerte roja, etc.
Siempre me pedía que acomodara sus libros, toda una biblioteca y puedo asegurar que todos fueron leídos. Algunos los clasificaba por autor, otros por temáticas: “estos son mis preferidos, estos los que estoy ocupando, y estos van en lista de espera”.
Todos sus libros tienen su nombre y la fecha en que los adquirió o quién se lo regaló, además la fecha en que lo leyó y tienen agregadas notas con la nacionalidad del autor o con pequeños señalamientos de ideas importantes y reflexiones. Sabía exactamente la ubicación de cada uno. Qué memoria, la admiro, podía platicar de cualquier tema y sobre todo bien sustentado.
Ella sabía que uno de mis autores preferidos es García Márquez. “Lee el libro El olor de la guayaba”. Es la entrevista que le hace Plinio Apuleyo Mendoza a García Márquez, una delicia. Me pasé la tarde muy entretenida como si estuviera con ellos en una charla de café, es un libro que se lee de una sentada. Esta obra cuenta la vida de García Márquez, él platica cómo surgió su obra literaria. Me encanta cómo describe la calidez de su pueblo en el Caribe impregnado del olor de la guayaba. Con lujo de detalles hace remembranzas y muestra cómo la magia de las palabras va creando historias.
Aurora no sólo leía, invitaba a la lectura, contagiaba su amor por la obra literaria, que trascendió a los hijos, a los nietos y hasta los bisnietos. Un día recibí una llamada, era mi nieto que me decía:
—¡Abuela, ya estoy de vacaciones! y ahora, qué libro vamos a comprar, ¡ah, ya sé!, el de tu amigo.
¿Cuál?
—El de las mariposas amarillas.
Él iba conmigo en el coche cuando dieron la noticia de la muerte de Gabriel García Márquez y entonces hablamos de su obra.
Cuando murió Carlos Fuentes, el 15 de mayo de 2012, yo le comenté:
—Fíjate que he escuchado de este escritor, pero poco he leído así que compré el libro La gran novela Latinoamericana.
—Yo sé que tienes mucho trabajo, déjamelo y tú después lo lees, me contestó.
Carlos Fuentes es uno de los principales exponentes de la narrativa mexicana, dice que cada autor crea su libro, que va creando formas literarias y artísticas y que retoma lo que dicen otros autores, se va construyendo con textos prestados. Yo creo que escribir es la manifestación de lo que sentimos, de lo que hemos vivido, de lo que hemos leído e investigado, y que poco a poco vamos creando hasta darle una forma y una estructura.
Vladimir Nabokov, escritor ruso avecindado en Estados Unidos, escribe su autobiografía de una manera muy original y divertida, en sus escritos es fiel a lo que decía a sus estudiantes, ¡acariciad los detalles!, ¡los divinos detalles! Y dice que la única manera de escribir es en estado de éxtasis. Desde entonces ella empezó a escribir, primero sus memorias y finalmente su autobiografía, reviviendo esos momentos con diferentes emociones, después escribió cuentos, poesía, relatos cortos y novelas.
En su colección de libros no podía faltar José Saramago. En esas noches bohemias me comentó de El viaje del elefante.
—Fíjate cómo mueren los elefantes, cuando se sienten cansados buscan un lugar alejado para morir, siempre acompañados por otro elefante que está con él hasta su muerte. Esta historia nace de la visita que hace Saramago a un edificio en Lisboa y pregunta por unas figuras que ve, son figuras que muestran el viaje de un elefante que fue conducido desde Lisboa a Viena.      Ella pensaba en su propia muerte. “Quiero morir en mi casa, no quiero que me duela, quiero estar rodeada de mi gente”.
Así murió, en su casa, rodeada de su familia y en un momento de oración. El aroma a gardenia inundó la habitación y como un pajarito se fue quedando dormida. Se fue en paz y tranquila. Su misión en esta vida había concluido.
Ahora estoy aquí, en mi escritorio, solo escucho el tintinar de las mariposas que cuelgan de la ventana, muestra de que ella no se ha ido, está en mi corazón.

Xalapa, Veracruz, 23 de julio de 2016

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