Juan
Francisco Gaspar Velazco
La
fortuna de la vida reside en el hecho
de que nunca los tiempos han sido iguales y por ello cada tiempo tiene a
sus correspondientes personas; y cada
persona a su tiempo se encuentra
con problemas y soluciones. Es
por ello que somos más hijos del tiempo que de nuestros padres
ya que este nos determina a actuar en específico y en función del presente vivido.
Uno de
los elementos que ha sido constante en
la historia de la humanidad es el preguntarse
¿Qué será de mí? O quizá también interrogarse
de manera personal ¿Qué me
corresponde hacer? Estas interrogantes
forman parte de algo llamado
vocación, la cual se puede pensar como un llamado místico que aparece en una
determinada etapa de la vida del hombre,
la cual lo mueve, lo transforma
para una reinterpretación de su
vida. La vocación, aun siendo un don
sagrado no se cultiva en un mundo paralelo o externo a la realidad de la
humanidad. Se despliega en un escenario
social, económico, político, cultural e histórico. Se establece en lo que al
ser humano lo forma y lo conforma, por lo tanto aun a pesar de ser un beneficio
sagrado se concretiza en el mundo; por ejemplo
veremos los dos primeros versículos del libro de Ezequiel donde se
hace puntual relevancia al tiempo
y a la situación vívida del profeta al instante en el que encontró las preguntas que transformaron su andar en
el mundo:
“El año treinta, el día quinto, del cuarto
mes, encontrándome entre los
desterrados, a orillas del rio Quebar, se abrió el cielo y contemplé visiones
divinas.
El día
quinto del mes, el año quinto de la deportación del rey Joaquim, la palabra de
Yavé fue dirija al sacerdote Ezequiel, hijo de Buzi, en el país de los caldeos a orilla del rio Quebar”
Obsérvese
aunque de manera breve en estos 3 versículos
se plantea el tiempo, personajes y hechos históricos vívidos, al mismo
tiempo se sitúa el evento. Por lo tanto,
podemos decir que el ámbito donde se
desarrolla una persona determina su comportamiento, su mirada al mundo, su postura ante los
problemas, lo mismo que sus perspectivas de solución y sus opiniones en torno a
lo que acontece, ello implica reflexionar
que la vocación corresponde a una necesidad por atender los
acontecimientos que se presenten en un tiempo y en un espacio.
En
este siglo XXI en donde se vive un escenario caótico, poli situacionista,
enajenado y con necesidad de referentes
es necesario plantear los
conflictos que hoy impiden
el surgimiento, el crecimiento y
es despliegue de la vocación. En el mundo en el que nos encontramos nos percatamos que existe una idea de una sociedad global que
absorbe las demás sociedades y las somete a las ideas que se presume son novedosas, altamente
atrayentes ante las que la demás
culturas y sociedades son vistas como
inferiores o arcaicas. Estas ideas globales son cautivadoras, se han
vertido como la única forma de integración mundial y señala que sus referentes son la única verdad y la
sobresaliente forma de unidad. Lo anterior conduce a la comprensión de que existe un conflicto entre los
estándares propuestos por la sociedad global
y las características que
propone la vocación.
La
tendencia o paradigma presentado como
idea universal ha generado un conflicto
en la persona que pone en
lucha el deber ser y el deber hacer. Por
un lado el deber ser está vinculado a la ética, es decir, a la conquista de un
bien común y la construcción de una sociedad con referentes de convivencia
que permitan su evolución; mientras que el deber hacer está siendo tomado por elemento utilitario del tener, de la creación
de necesidades que se solucionan con el
consumo y con la moda. Se puede decir
que el deber ser se encuentra vinculado
a una visión místico espiritual de la sociedad, mientras que el deber
hacer o el deber tener se relacionan a una visión
utilitaria y desechable de la
sociedad, lo que conlleva a que la persona
ya no se plantea en términos éticos el trabajo, sino en términos
meramente pragmáticos, se salta del debo trabajar al tengo que trabajar.
Por lo
planteado podemos advertir que la
vocación se encuentra ante la
dificultad de realizar las cosas por obligación que en función del ámbito colectivo. Dicho de otra manera y
ejemplificando: la vocación de un médico ya no es la salud, sino, la ganancia
que se obtiene por procurar la salud,
esto no es que forme parte del espíritu del médico, sucede que es una introyección de la sociedad global que hace
del médico un instrumento y no un ser
conductor de un beneficio.
Existe
también un problema más que el hombre vive ya que
aunque su corazón quiera
efectuar una acción buena
anteponiendo su deber ser, la sociedad lo empuja al tener que hacer por la
búsqueda de un rango de prestigio, ya
que allí se encuentra la posibilidad de ser propuesto y catalogado como persona de éxito. He aquí el conflicto
existencial ya que esto nos orilla a decir
que el ser humano ha perdido esa característica de autenticidad necesaria
para el nacimiento, crecimiento y despliegue de una vocación.
El deber ser
está fundado en la preocupación por el otro y el entorno, y de la
correcta armonía consigo y con la moral
universal; pero en este tiempo la sociedad se enfrenta al yo superlativo, que busca la satisfacción
propia y no del cansancio de la entrega
por el semejante. Este yo presentista está determinado en el tener y no en el
dar, en el tener que hacer desplazando a la responsabilidad por la obligación.
En estos términos la vocación ya sea laica, religioso sacerdotal o
matrimonial se encuentran bloqueadas,
dado que en estos términos sociales descritos el laico no está pensando en los
problemas de la humanidad, sino en los impuestos por esta sociedad
global. El religioso y el sacerdote
contagiado también por estas
tendencias individualistas han dejado de pensar
en los postulados humanistas de la institución atendiendo solo a sus necesidades; en esta
misma corriente se hace imposible el sostenimiento de los elementos éticos del matrimonio, por
razón de la exaltación del yo y la
disminución del tú, no hay por lo tanto una entrega, sino un pacto en términos
de la posibilidad de deshacerse. Esta circunstancia nos conduce
a tomar la utopía, es decir,
reconquistar los valores
comunitaristas o continuar en el rumbo trazado por estas tendencias y
esperar a que eventualmente surjan hombres
y mujeres auténticos que rompan con
estas vertientes.
Lo
determinante y lo obligatoria de la sociedad global orilla al humano a una unidirección
de vida, lo que no le permite contemplar otras maneras de realización o de despliegue de la potencia humana; es
decir, que no está dispuesto a ser el
agente que convierta en acto la potencia. Por lo tanto el ser humano no está en busca de
su vocación o consolidación de esta, sino solo reaccionando a lo que se le
presenta. Ante esta situación o mejor
dicho, desde dentro de la consecuencia,
generado por la muerte de la personalidad autentica, la Iglesia católica debe realizar un replanteamiento de sus marcos referenciales para reconstruir su fundamento correspondiente al llamado. En primera instancia deberá entender los retos a los que se
enfrenta, uno de ellos es la cultura posmoderna que se vive en nuestro tiempo,
en segunda instancia debe retomar su historia, esto implica ejemplificar mediante personajes la construcción de la vocación. Desde luego esto deberá
hacerse por distintas vías, una de ellas
se propone que sea la recuperación literaria de la vocación de los grandes hombres y mujeres de la historia de la humanidad. Un tercer
momento deberá ser la divulgación de las historias de vida de los hombres y mujeres que han
disminuido el yo y exaltando el tú.
Al mismo tiempo deberá ir presentado
una crítica puntual a la situación social presente, al tiempo que ha de realizar para sí un juicio
donde también busque salir del tener y aspire
al deber ser.
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