lunes, 11 de julio de 2016

La vocación en el tiempo de la ambición



Juan Francisco Gaspar Velazco

La fortuna de la vida  reside  en el hecho  de que nunca los tiempos han sido iguales y por ello cada tiempo tiene a sus correspondientes personas;  y cada persona  a su tiempo  se encuentra   con problemas y soluciones.  Es por ello  que somos  más hijos del tiempo que de nuestros padres ya que este nos determina a actuar en específico y en función  del presente vivido.

Uno de los elementos  que ha sido constante en la historia de la humanidad  es el preguntarse ¿Qué será de mí? O quizá también interrogarse  de manera   personal ¿Qué me corresponde hacer? Estas interrogantes  forman parte  de algo llamado vocación,   la cual  se puede pensar como un  llamado místico que aparece en una determinada etapa de la vida del hombre,   la cual lo mueve, lo transforma  para una  reinterpretación de su vida. La vocación,  aun siendo un don sagrado no se cultiva en un mundo paralelo o externo a la realidad de la humanidad.  Se despliega en un escenario social, económico, político, cultural e histórico. Se establece en lo que al ser humano lo forma y lo conforma, por lo tanto aun a pesar de ser un beneficio sagrado se concretiza en el mundo; por ejemplo  veremos los dos primeros versículos del libro de Ezequiel donde se hace  puntual relevancia  al tiempo  y a la situación vívida del profeta al instante  en el que encontró  las preguntas que transformaron su andar en el mundo:

 “El año treinta, el día quinto, del cuarto mes, encontrándome entre  los desterrados, a orillas del rio Quebar, se abrió el cielo y contemplé visiones divinas.
El día quinto del mes, el año quinto de la deportación del rey Joaquim, la palabra de Yavé fue dirija al sacerdote Ezequiel, hijo de Buzi, en el país de los caldeos  a orilla del rio Quebar”

Obsérvese aunque de manera breve  en estos 3 versículos se plantea el tiempo, personajes y hechos históricos vívidos, al mismo tiempo  se sitúa el evento. Por lo tanto, podemos decir  que el ámbito donde se desarrolla una persona determina su comportamiento, su  mirada al mundo, su postura ante los problemas, lo mismo que sus perspectivas de solución y sus opiniones en torno a lo que acontece, ello implica reflexionar  que la vocación corresponde a una necesidad por atender los acontecimientos que se presenten en un tiempo y en un espacio.

En este siglo XXI en donde se vive un escenario caótico, poli situacionista, enajenado y con necesidad de referentes   es necesario plantear  los conflictos  que hoy  impiden  el surgimiento, el crecimiento  y es despliegue de la vocación. En el mundo en el que nos encontramos  nos percatamos  que existe una idea de una sociedad global que absorbe las demás sociedades y las somete a las ideas  que se presume son novedosas, altamente atrayentes  ante las que la demás culturas y sociedades son vistas  como inferiores  o arcaicas.  Estas ideas globales son cautivadoras, se han vertido como la única  forma  de integración mundial y señala  que sus referentes son la única verdad y la sobresaliente forma de unidad. Lo anterior conduce a la comprensión  de que existe un conflicto entre los estándares propuestos por la sociedad global  y las características  que propone  la vocación.

La tendencia o paradigma presentado  como idea universal  ha generado  un conflicto  en la persona  que pone en lucha  el deber ser y el deber hacer. Por un lado el deber ser está vinculado a la ética, es decir, a la conquista de un bien común  y la construcción  de una sociedad con referentes de convivencia que permitan su evolución; mientras que el deber hacer  está siendo tomado  por elemento utilitario del tener, de la creación de necesidades que se solucionan  con el consumo  y con la moda. Se puede decir que el deber ser se encuentra  vinculado   a una visión místico espiritual de la sociedad, mientras que el deber hacer o el deber tener   se relacionan  a una visión  utilitaria y desechable  de la sociedad, lo que conlleva a que la persona  ya no se plantea en términos éticos el trabajo, sino en términos meramente pragmáticos, se salta del debo trabajar  al tengo que trabajar.

Por lo planteado podemos advertir  que la vocación se encuentra  ante la dificultad  de realizar las cosas  por obligación  que en función  del ámbito colectivo. Dicho de otra manera y ejemplificando: la vocación de un médico ya no es la salud, sino, la ganancia que se obtiene  por procurar la salud, esto no es que forme parte del espíritu del médico, sucede que es una  introyección de la sociedad global que hace del médico un instrumento  y no un ser conductor  de un beneficio.

Existe también  un problema más  que el hombre vive  ya que  aunque su corazón quiera  efectuar   una acción buena anteponiendo su deber ser, la sociedad lo empuja al tener que hacer por la búsqueda de un rango de prestigio,  ya que allí se encuentra la posibilidad de ser propuesto y catalogado  como persona de éxito. He aquí el conflicto existencial ya que esto nos orilla a decir  que el ser humano ha perdido esa característica de autenticidad  necesaria  para el nacimiento, crecimiento y despliegue de una vocación.

 El deber ser   está fundado en la preocupación por el otro y el entorno, y de la correcta armonía  consigo y con la moral universal;   pero en este tiempo  la sociedad se enfrenta  al yo superlativo, que busca la satisfacción propia y no del cansancio  de la entrega por el semejante. Este yo presentista está determinado en el tener y no en el dar, en el tener que hacer desplazando a la responsabilidad por la obligación. En estos términos la vocación ya sea laica, religioso sacerdotal o matrimonial  se encuentran bloqueadas, dado que en estos términos sociales descritos el laico no está pensando en los problemas  de la humanidad,  sino en los impuestos por esta sociedad global. El religioso y el sacerdote  contagiado también  por estas tendencias individualistas han dejado de pensar  en los postulados humanistas de la institución   atendiendo solo a sus necesidades; en esta misma corriente se hace imposible el sostenimiento  de los elementos éticos del matrimonio, por razón   de la exaltación del yo y la disminución del tú, no hay por lo tanto una entrega, sino un pacto en términos de  la posibilidad de deshacerse. Esta circunstancia  nos conduce  a tomar la utopía,  es decir, reconquistar  los valores comunitaristas  o continuar  en el rumbo trazado por estas tendencias y esperar  a que eventualmente surjan hombres y mujeres auténticos que rompan  con estas   vertientes.

Lo determinante y lo obligatoria de la sociedad global orilla al humano a una unidirección de vida, lo que no le permite contemplar otras maneras de realización  o de despliegue de la potencia humana; es decir, que no está dispuesto  a ser el agente que convierta en acto la potencia.  Por lo tanto el ser humano no está en busca de su vocación o consolidación de esta, sino solo reaccionando a lo que se le presenta. Ante esta situación  o mejor dicho, desde dentro de la consecuencia,  generado por la muerte de la personalidad autentica,  la Iglesia católica   debe realizar   un replanteamiento   de sus marcos referenciales  para reconstruir   su fundamento  correspondiente al llamado. En primera instancia    deberá entender los retos a los que se enfrenta, uno de ellos es la cultura posmoderna que se vive en nuestro tiempo, en segunda instancia  debe retomar  su historia, esto implica ejemplificar  mediante personajes    la construcción  de la vocación. Desde luego esto deberá hacerse por distintas vías, una de  ellas se propone que sea la recuperación literaria de la vocación   de los grandes hombres y mujeres  de la historia de la humanidad. Un tercer momento   deberá ser   la divulgación   de las historias de vida  de los hombres y mujeres   que han  disminuido el yo  y exaltando el tú. Al mismo tiempo   deberá ir presentado una crítica puntual a la situación social presente,  al tiempo que ha de realizar para sí  un juicio  donde también  busque salir   del  tener   y aspire  al deber  ser.




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