martes, 14 de junio de 2016

Sólo a fuerza de pintar


 Jazzamoart

En un mundo donde todo ocurre rápidamente --la información, los acontecimientos políticos, las catástrofes ecológicas, los escándalos de la farándula--, el arte se consolida como uno de los principales valores que nos rescata, que nos salva del caos y de la desgracia existencial. El arte siempre ha ofrecido un abanico de posibilidades y diversos caminos para la aventura, ya que siempre ha estado envuelto tanto en la polémica, la discusión, las revoluciones como en las  propuestas innovadoras, las vanguardias, las aportaciones y los conceptualismos. Aun hoy, en medio de este caudal, sigo creyendo  que la pintura seguirá impulsando a la humanidad por los vaivenes de la historia.
            Algunos advierten que la pintura ha muerto, que es arte del pasado, arte de viejos. No obstante,  la realidad es que hoy se practica con gran oficio y pasión, interactúa con los nuevos conceptos y con las nuevas tecnologías. El deseo de dominio sobre los materiales y la búsqueda de la perfección técnica y expresiva fueron tanto impulso de los pintores renacentistas como lo son hoy de los maestros de nuestro tiempo. De ahí que, en esencia, en espíritu, el ejercicio plástico es el mismo: son parientes, son coincidentes los de antes y los de ahora. Habrá buena y mala pintura, buenos y malos pintores, pero desde luego, lo que nos toca en suerte es el disfrute del fenómeno actual de la pintura con sus polémicos rumbos, sus esplendores y sus altibajos. Pese a los malos augurios, la pintura se mantiene constante como pilar y referente de las artes visuales.
            Desde que tuve mi primer taller en la infancia hasta ahora, cuando tengo mis herramientas de trabajo entre las manos, mantengo el mismo espíritu lúdico y emotivo; sigo divirtiéndome con las aventuras de la invención: exprimir los tubos de óleo, preparar las barnicetas, aspirar el aroma de la trementina. Esta ceremonia y este oficiar en el antro de los placeres plásticos mantiene vivo al artista en mí, y si soy auténtico, si tengo algo que decir, el espectador se conmoverá, se sacudirá, habré logrado provocar en otro las mismas sensaciones y las mismas emociones que sentí al trabajar.
            Pintar es un acto solitario, un monólogo interno, una batalla con los materiales y con el insaciable deseo de descubrirse y de encontrarse en mundos de invenciones y formas. La aventura parece no terminar nunca: el deseo es dejarse llevar por esos ríos de color, de perderse en los océanos de una gran mancha, pero, al final, el único objetivo es salir avante sin ahogarse en el caos ni en la lucha creativa. Saber hacer, ser capaz de cumplir con lo que llamo “las horas brocha”, es decir, horas de acción diaria y disciplinada, tratando, trabando, trabajando con los materiales, es el oficio de todo pintor. Habrá días buenos y los habrá malos, pero el trabajo y la persistencia llevarán a “conclusiones sanas”, es decir: nos colocarán a la luz de la lámpara de Van Gogh.
            Pintar es embarrar, untar, tallar, sobar, salpicar, chorrear, dejar caer la materia, la pasta, acomodar los bodoques de óleo sobre la tela: la pintura navega entre la armonía y el misterio; equilibra la violencia y la sutileza; brota del acto creativo; se inventa y se reinventa sin tiempo ni moda. La pintura no es sólo una manifestación atávica del arte; la pintura es una forma de vida, la pintura es una  labor cotidiana: la pintura, como el amor, nunca morirá.
            El color capitanea las historias, los cuentos: gobierna las “narraciones pictóricas”. Tal como si fuesen materia viva,  el rojo, el azul, el amarillo actúan en una función lúdica y conmovedora. Mientras, tanto las técnicas del óleo, del fresco y del temple, así como la alquimia de los elementos --los pigmentos, los aceites, los barnices, la trementina junto con sus aromas acres-- montaron un escenario eterno. Como diría Augusto Monterroso: cuando desperté... seguía ahí.      
            La propuesta es simple: "La Pintura". En otras palabras, plantear un mundo de pintura total: un mundo en el que el acto de embarrar, de trabajar con el óleo, de usar una brocha como soporte sea siempre; un mundo en el que se experimenta la pintura viva: aquella que se escurre, aquella que se mueve; un mundo en el cual se goce con el antojo de un color que invita a comérselo con los ojos. Cuando pinto me mueve la pasión y la emoción de pintar mi propia historia de la pintura más allá del bagaje del conocimiento fruto del análisis y de mi pasión por todos los artistas a los que admiro. Mantengo siempre un diálogo apasionado con los materiales, con los aromas, con los placeres y con quehaceres de ese viejo y eterno camino de "La Pintura".
            Al pintar, no se busca mantener vigente este medio clásico de creación, mucho menos un nuevo renacimiento, es simplemente ejercer el derecho a la brocha, a la libertad y a la inteligencia. Citando a Efraín Huerta: “sólo a fuerza de poesía deja uno de ser un poeta a fuerza”. Yo digo: “solo a fuerza de pintar deja uno de ser un pintor a fuerza”.


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