jueves, 12 de mayo de 2016

Mi tratado sobre el acto de preguntar y responder




Mi tratado sobre el acto  de preguntar
y responder
(Un reconocimiento
a Javier Ortiz Aguilar)

Juan Francisco Gaspar Velazco

El hombre  que en afán  de buscar respuestas  a sus preguntas,   propias de todo ser,  se dirige a la filosofía  con interés de ver  en ella el rumbo  de las preguntas planteadas.  En esa búsqueda el hombre  encontrará otros caminos, huellas de otros que han preguntado  en ese andar;  por lo que nos encontramos con dos espíritus: el de la pregunta  y el de la respuesta.   El choque con estas dos  sendas, permite  señalar que en la vereda  filosófica, las preguntas encontradas  y las respuesta halladas   forman un interesante paisaje   que describe al hombre   como un ser inquieto y preocupado de su esencia y existencia.

Las preguntas y las respuestas que hizo, hace y se hará, se dio, se da y se dará, no tienen la necesidad  de ser exclusivas  a una corriente,  a un marco epistemológico,  o a un dogma específico. En sentido creativo,   lo  trascendente   de la pregunta y la respuesta  está en  escaparse de las referencias, la generalidad de una pregunta  se sostiene en tres  direcciones.

La primera  es que la pregunta rebase a las respuestas  comunes,  que rompa el marco existente;  la segunda  cabe en  la acción  de provocar la  discusión que genera el debate, de construir  un conocimiento  que despliegue nueva  energía al saber. La tercera es de  crucial atención,   aquí la pregunta es violenta, fuerte, retadora,  es la que se hace para  luchar  contra el dogma, contra las mentes obtusas, esta forma de preguntar  es la propia  de la mayéutica  socrática,   es la que  ha de permitir  que los  ignorantes den    la luz  conocimiento por primera vez.

 Se dijo en líneas anteriores  que la pregunta y la respuesta  son fuente de la inquietud del hombre.  Es el momento de tratar el punto  de la respuesta;  en primera instancia  hay que plantear un principio fundamental, la respuesta es temporal, humanamente cambiante.  La respuesta es consecuencia   de la historia y del referente  ideológico,  por lo tanto  la respuesta tendrá sentidos  y trincheras;  estas serán la religión, la cultura, la ciencia o  las disciplinas  en su conjunto. Bien, la respuesta no debe  entenderse como la solución  de  dudas,  sino como  un andamio  o punto espacial y temporalmente  humano, lo que implica que no hay una respuesta, sino un conjunto  de ellas que describen  a un periodo, a una época, a un marco ideológico.

En este orden  de ideas cabe aclarar  que  respuesta no tiene como sinónimo la palabra  resolución,  esta es únicamente   utilizable en el ámbito escolar, didáctico.  La respuesta es un  elemento  de la inquietud, es una manera de inteligir el mundo, el cosmos,  la realidad, Dios, la naturaleza, el hombre.  La respuesta no es actividad de memoria, es acción de espíritu: Hegel en Lecciones de Historia Universal,  habla del espíritu de la época que se entiende  como las preocupaciones  que mueven a la sociedad para buscar un cambio o evolucionar.  En este sentido  la inquietud es vista como el espíritu original, el que genera más respuestas y así, de manera dialéctica  un conjunto de respuestas serán las características  que permitirán describir  el ámbito evolutivo de una sociedad.

La respuesta, venida desde el espíritu  corresponde a la necesidad  de  interpretar el entorno, de descifrar  la problemática  de la existencia  humana. La dinámica de  responder a  las  preguntas del momento histórico,  es fenómeno  de la conciencia inquieta,  es la expresión   que  demuestra estar  viviendo  en el tiempo  y estar  conociéndose  a sí mismo  y reinterpretándose; las que a la vez son exigencias  para la sobrevivencia del hombre.  En este tenor   se puede advertir  que todo aquel individuo que no pregunte o que no responda  posee un espíritu inerte, pequeño o quizá es que aún no ha nacido.

Las respuestas   que se dan, deben ser tomadas  con responsabilidad, ser vistas como actos de  inteligencia, esto es la forma en la que  el intelecto  dimensiona al mundo. Este talante debe ser revisado, por razón de respuestas son colectivas, son  ideológicamente  constituidas  e institucionalmente armadas. Culturalmente la respuesta   es un fenómeno de abstracción,  de consenso, de coerción o en términos sociológicos,   la respuesta es  denominada como hecho social. Pero al mismo tiempo,   la respuesta corresponde a la búsqueda del orden, de la armonía  y posteriormente  aparecerá de nueva cuenta la pregunta,  la cual tendrá otras respuestas  generando así una nueva  noción de orden y armonía, he aquí donde encontramos el desarrollo del hombre y la sociedad.

El hombre preocupado  por las preguntas y las respuestas,  de antemano es un filósofo de oficio, goza de la inquietud intelectual y el privilegio  del alma crítica, dos requisitos del sabio, este tipo ideal  también pregunta y responde. Pero su ejercicio es entender  el marco teórico y el contexto de las dos situaciones, su trabajo redunda en  un análisis de las épocas y sus ideas, de los hombres y sus principios, de las instituciones y sus leyes,  y de las sociedades  y sus referentes, de sus pueblos y de sus dogmas.

Entre el compendio de preguntas  y respuestas que encontramos en el devenir de la humanidad, planteadas de diversas trincheras, se encuentra   que las preguntas  por el hombre  han sido la causa de muchas  obras desde los naturalistas, hasta los posmodernos   del  ala revolucionaria.  Pasando desde luego por distintas   etapas que hicieron   de la pregunta por el hombre,  un debate que hoy   día se  revisa para  asirse al concepto  que surge de la pregunta.  Leer  liga a las respuestas   con el entorno del lector. Un cristiano que lea en Nietzsche  la pregunta del loco a los hombres: ¿Dónde está Dios?  Y encuentre que los allí reunidos   responden: “Dios ha muerto  y nosotros lo hemos matado”  el cristiano  asumirá un ateísmo, otro lector desde otra corriente  como Martin Heidegger  leerá en ese mismo texto   la muerte del sentido   y el significado. Por lo dicho: el  intelectual, el filósofo, el científico escudriña  en la ideas que originan  preguntas,  que constituyen respuestas  y edifican  marcos teóricos  que descifran, interpretan y entienden el mundo.

 En el afán de preguntar,  en la inquietud de responder,  he escuchado de un hombre venido desde un lugar de clima frío, llamado Altotonga. Se dice de él  que desde su temprana juventud lo caracterizó  el alma de la inquietud, esto se denotó   desde sus primeros pasos  en el colegio Preparatorio de Xalapa, posteriormente  cuando dio pasos veloces por Pedagogía; luego cuando ingresó a la facultad de Historia, la que concluyó satisfactoriamente. Pero curiosamente  fue a dar  a las entrañas de la Filosofía,   y ese camino andado  ha permitido  la existencia de un hombre  que en sus preguntas y en sus respuestas note  que en incontables ocasiones  ha sido interpelado,     por la duda y la insatisfacción   de las respuestas  que le han  querido  imponer.

Javier Ortiz ha vivido  una época  donde se emplazaron  a discusión los referentes de la modernidad, en especial a aquellos  que en el siglo XIX  fueron tomados como punta de lanza; los cuales fueron  el Progreso y el Estado Nacional. Al tiempo que se  revisaron  estos ejes modernos aparecía en Occidente una escuela denominada  Escuela Crítica  de Frankfurt. Esta nueva perspectiva  de interpretación  social, le permitió  a Javier  preguntar por el Marxismo, no solo como una corriente  política, sino como una teoría  que presenta de manera  clara las fallas del modelo capitalista.  En lo  referente  a la generación   de pobreza y en la concentración de la riqueza la relectura  al marxismo  le permite a Javier preguntar  por las condiciones de su país, por ese medio de urbanización, de modernización  burocrática, del surgimiento de grupos sociales anti sistémicos, del México terrorífico  y el México presidencialista.  Al preguntar sobre estos tópicos  desde la perspectiva “Javieromarxista”  fue necesario  para nuestro personaje  revisar  los temas de México desde la práctica  y la militancia  radical, es decir, siendo un miembro activo y consciente,  integrándose  tanto a una lucha estudiantil como a una campesina, o integrándose al partido comunista  para  desde esos andamios  presentar  proyectos de cambio.

Javier en actuar como hombre de vida práctica y militante   de sus ideas, no se ha cansado de preguntar y responder en función  de los problemas de su época; la cual  está  marcada por  el constante cambio  y  a pesar de  la velocidad, Javier ha  sabido interpretar  y responder a los enigmas  que el entorno le presenta. En este escenario,  condicionado  por el pensamiento posmoderno y por lo altamente  atrayente de las ideas nihilistas  y correlacionando con la muerte del sujeto,  Javier ha enfrentado esas novedades revisando el pasado y con especial afán ha reestructurado aquellos apartados a los que la posmodernidad ha descalificado.

En esa actividad intelectual  Ortiz ha ido a la  Filosofía, inquieto como una de sus características, le ha dedicado tiempo a la Escolástica, la Metafísica, el Barroco, la Modernidad,   la Lógica  y por supuesto al Marxismo. En esta indagación   se ha encontrado con las posibilidades  de un pensamiento activamente moderno, que denuncie a la posmodernidad  como un pensamiento hegemónico  e incluso construido para  socavar las aspiraciones  de existencia de un ser autónomo y vital. Es decir, el trabajo intelectual de este hombre no está reducido a una corriente, su limitante es  su creatividad y su espíritu de búsqueda,  con la misma relevancia revisa a Löwit o a Hegel, que  a Heidegger o a Sartre; pero siempre leyendo y releyendo, preguntando, preguntándose, respondiendo y respondiéndose, y esta labor  la comparte con sus amigos a través de sus espejos, ya sea en un café  o en un aula tomada por asalto,  y en muchas otras ocasiones  por la calles  de esta esquizofrénica ciudad de Xalapa; ya sea    con  correligionarios de su disciplina  o con un matemático, físico, economista o con cualquier otro cuyo vínculo importante  sean las ganas de conversar.

En su devenir intelectual  Ortiz encontró  un espacio  en la docencia, en el nivel medio superior y en el mundo universitario, tanto para generar nuevas amistades o como él lo decía: “a mí me gusta mucho hablar y el profesor habla mucho, yo por eso, decidí ser profesor  para asegurar    el poder hablar”  y en esa  vocación de hablar   los que fuimos sus alumnos     podemos decir   que disfrutamos  de sus charlas que la institución denomina clases.

Javier en la docencia  ha construido, amén de grandes amistades,  un legado de admiración. También imprimió una indeleble huella que se evidencia  al ver que sus ex alumnos  le buscan para debatir, informarse, además de hacerse acompañar  por él para brindar una cátedra a los alumnos de los que fueron sus alumnos. Esto es muestra de la vitalidad  y de reconocimiento a un hombre que no ha perdido la energía para enseñar y aprender. Se le busca  no solo por el respeto o la amistad, además, se sabe  que su presencia en espacios educativos  ayuda   para que los estudiantes  aprendan tanto de su experiencia como de sus reflexiones; los jóvenes se acercan a él, le preguntan  y  él  no da respuestas cuadradas, invita a la lectura y comparte  sus comentarios  siempre en un ámbito de libertad.

Javier como un ser inquieto, con preocupaciones filosóficas, políticas, sociales, incluso religiosas,  en su actuar como profesor,  su interés no radica en  enseñar lo que se debía (“debe”) aprender, o construir  nemotecnias  para la resolución de un examen. Él se dedica  a suscitar  la pregunta provocadora  y a encontrar respuestas, las lecturas que proporciona   generan dudas más que certezas, conducen a la reflexión   y como él expresa: “lean este texto háganlo desde su trinchera”, es decir,   desde sus  planteamientos. En esta actividad las preguntas  que se le hacían o se le hacen,  no son respuestas cortas para aprender, son juicios  para motivar  la indagación, la investigación. Por tal hecho en el ámbito de la enseñanza, Javier  no ha sido un ser que dosificó, sino un hombre  que profesa el saber  y el conocimiento, y los divulga en el diálogo firme pero nutrido en la discusión  sin  concesiones, pero con respeto y apertura.  Sus preguntas  no son vagas y sus respuestas nunca impuestas, atendiendo a su espíritu,  él obsequia   sus lecturas lo mismo que un café;  y sorbo tras sorbo y café tras café, en servilletas  o en libretas que luego se extravían  se dibujan esquemas  y se escriben textos, fruto  de una minuciosa revisión  del tema,   que acompaña esa tarde de café,  y después  de concluir esa charla para él y para los que hemos estado con él,  quedan ganas   de continuar con esa conversación; pero al otro día seguramente     habrá una nueva pregunta,  se comentará una nueva lectura   y habrá como siempre una nueva discusión.

Javier Ortiz Aguilar    no se deja llamar mentor,   mucho menos maestro,  comúnmente   solo se le dice Javier;   pero en esa sencilla palabra   se encuentra   la constitución   de un sujeto  que pregunta y que responde. Que vive en su tiempo,  que contemporiza  el pasado y el futuro  cuando dialoga  con ellos  en sus lecturas y en sus charlas,  también está inmerso en él   el espíritu cosmopolita, porque como un buen hablante   lo mismo dialoga  con una mesera  que un docto, con un joven que con un viejo,  con un niño que con un adulto y en cualquiera que sea el escenario  habrá espacio  para coincidir   y para disentir;  esto implica  que su legado  no lo encontraremos en los libros escritos por él,  sino en las experiencias  que podrán narrar  los que con él  han tomado café y caminado por las calles esquizofrénicas en la ciudad de Xalapa.





















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