lunes, 21 de septiembre de 2015

Los ojos de Vincent


Fabiola Aranza Muñoz
Mucho antes de nacer Vincent, alguien le dijo a sus padres que el era diferente, distinto al común de todos esos niños que vemos a diario en cualquier lado, solo pasó un tiempo para que ellos se dieran cuenta de que ese alguien tuvo razón, aunque nadie determinaba entonces que un genio en toda la extensión de la palabra, había nacido y estaba ya entre nosotros.

Vincent nació con el universo en la mirada, es a través de ella que percibe lo que existe a su alrededor, sus ojos escudriñan como quien necesita mirar hacia adentro de nosotros mismos, el ya contemplaba desde pequeño campanarios todas las mañanas y comenzó a pintarlos, aunado a los volcanes, peces y trailers que inundaban su imaginación y espacio, la pintura ya era parte de su vida, su misión en este, el mundo que le tocó vivir y como muchos otros niños índigos, coexistiendo entre nosotros sin que muchas veces lo sepamos.

Si su padre Hugo Curiel comenzó a pintar a partir de una ruptura, era casi lógico que Vincent lo hiciera creciendo en una galería que es su casa y su refugio, traza, colorea lienzos indistintos; escucha la música de fondo, el niño crea su propio espacio, el propio tal y como el contempla a los demás, desde su propia trinchera, pensando al mismo tiempo en sus caracoles de mar, sus pollos, sus plantas y su propio jardín con la sapiencia del que es adulto y todo lo tiene bajo control, tiene la energía plasmada en sus manos, da espatulazos hacia la vida, interactúa con un colibrí sin que nadie sepa comprenderlo, lo devuelve a la libertad, se apega a la música clásica, no se deja guiar excepto por su propio instinto, juega con el ritmo, desata guerras de colores en cada obra propia y sorprende a todos cuando de modo súbito, comienza a leer una pequeña Biblia a la que el llama amorosamente: “ El libro de Dios” y lee a modo intempestivo.

Quizás uno se pregunte que es lo que descubre en cada fragmento leído, en que momento aquello que llaman luz espiritual toca su frágil cuerpo, se inspira escuchando, el oído fino es parte de su esencia.

Solo el permite que uno indague en su aura, en su mundo como todos aquellos genios que hemos conocido a lo largo de la historia, no podía ser diferente, ha decidido pintar dos cuadros diarios para esta su primera exposición, tiene las miradas sobre su pequeña persona pero no dice nada, guarda silencio, esboza una sonrisa, mira con intensidad a quien lo descubre, hermana lazos con niños como el, amiga, sonríe abiertamente y dan ganas de abrazarlo para reunir energía suficiente y entrar en su mundo abstracto y portentoso.

Invita a quienes le conocen a sabiendas de que su trabajo vale la pena, vuelve a sonreír para las fotos, quizás está nervioso pero no lo denota, los adultos sí,aunque ya todo fluye a su favor y su segundo nacimiento como artista plástico es inminente, esta vez no solo están sus padres, sus hermanos, sus amigos, sino todos aquellos que hemos tenido la fortuna de que se haya cruzado en nuestro camino, lo celebro, me asomo a sus ojos, los de el, el niño índigo que escribe su propia historia, que toma confianza y agradece los aplausos a sus logros, aquellos que los simples mortales no conocen, de aquí al martes 1 de septiembre en punto de las 5 de la tarde, cuando la Galería del Congreso del Estado abra sus puertas para presentar oficialmente la obra de Vincent Curiel.

¿Quieren conocerlo? Vayan agendando, no todos los días conocemos un niño genio, esta es nuestra oportunidad de decir: Sí, le conozco, de aprender tanto como sea posible de lo que pueda enseñarnos y fluir hacia el universo mismo, que al final, esas son las genialidades de la vida que vale la pena experimentar, así que ¡por allá nos vemos!




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