viernes, 12 de junio de 2015

Sentires utópicos



Gilberto Nieto Aguilar

El tema de hoy parte de un ejemplo que Daron Acemoglu y James A. Robinson incluyen en el prefacio de su libro “Por qué fracasan los países”, Paidós, Crítica, México, 2013.  Se hace una comparación, a grandes rasgos, sobre el desarrollo político, económico e industrial de Inglaterra y Egipto, una potencia relativamente nueva al lado de una nación con una historia de grandezas que parece que se han perdido.

México ha poseído todo tipo de recursos naturales para ser grande entre los grandes, pero ha sido débil en capital humano, gobernantes y gobernados, incapaces hasta el momento de aglutinarse en torno a un ideal social de progreso que les sea común. 

Pero vamos al ejemplo. El Norte de África y el Oriente Medio están convulsionados. En Egipto, Hosni Mubarak había gobernado con un férreo control casi 30 años, hasta que fue derrocado el 11 de febrero de 2011. La raíz del descontento en Egipto es básicamente la pobreza, así como en Libia, Siria, Yemen y demás países de la región.  

¿Por qué Egipto es más pobre que Inglaterra? ¿Qué limitaciones impiden que los egipcios sean más prósperos? ¿La pobreza de Egipto es inalterable, inextinguible, o puede ser superada y finalmente eliminada? Una joven trabajadora de una agencia de publicidad de El Cairo opina, tras el derrocamiento de Mubarak: “Sufrimos debido a la corrupción, la opresión y la educación deficiente”.

Otro joven dice: Estoy de acuerdo con ella. Espero que, para finales de este año (2011), tengamos un gobierno electo que aplique las libertades universales, logre la igualdad de oportunidades entre los ciudadanos y ponga fin a la deshonestidad que se ha apoderado del país.

Para ellos el cambio en la conducta política y la práctica de la honestidad en los círculos sociales y de gobierno, son necesarios para encauzar al país. Los impedimentos económicos que enfrentan, en gran parte se deben a la manera en que se ejerce el poder político en Egipto y al monopolio de dicho poder por parte de una élite reducida.

Algunos analistas subrayan que esa pobreza proviene de su situación geográfica. Otros apuntan a los atributos culturales que supuestamente han sido hostiles a la prosperidad y a la ética de trabajo de otros pueblos. El tercer enfoque, y el más fuerte, es que los gobernantes egipcios no saben qué hacer para que su país prospere y han seguido políticas erráticas basadas en la tradición.

Tal vez los comentarios de los jóvenes estén más cerca de la realidad, porque Egipto es pobre precisamente porque ha sido gobernado por una pequeña élite todopoderosa, que ha organizado a la sociedad en beneficio propio a costa de la mayor parte de la población. Esta situación es recurrente en muchos de los países considerados pobres, sin agravio del nuestro.  

Países como Corea del Norte, Sierra Leona o Zimbabue son pobres por la misma razón que lo es Egipto, aseguran los autores del libro. En cambio, otros países como Inglaterra y Estados Unidos prosperaron porque sus ciudadanos derrocaron a las élites priviligiadas que controlaban el poder, y crearon una sociedad en la que los derechos políticos estaban mucho más repartidos, el gobierno debía rendir cuentas, atender las necesidades y reclamos de los ciudadanos, y buscar las mejores condiciones para que la mayoría de la población aproveche las oportunidades de desarrollo, realización y superación económica.

En Inglaterra se produjo una revolución en 1688 que transformó la política y la economía del país. El pueblo luchó por alcanzar más derechos políticos; los ganó y los utilizó para ampliar sus oportunidades económicas, que culminó en la revolución industrial. Egipto –y México– ni se enteró, pues estaba bajo el control del Imperio Otomano que no tenía interés en promover la prosperidad egipcia.

Aunque en 1952 derrocaron la monarquía, no fue una revolución como la de Inglaterra en 1688 o la de Francia en 1789. Fue sólo el traspaso del poder a otra élite parecida, sin interés en lograr la prosperidad para los egipcios de a pie. La estructura básica de la sociedad no cambió, las mieles del poder siguió siendo para unos cuantos y Egipto continuó siendo pobre. Recientemente convocó a elecciones y ganó Abdel Fatah Al-Sisi, pero los resultados hacen pensar en otro error. En fin, patrones similares se reproducen –no se crean– en varias regiones del mundo y México no es la excepción.


gilnieto2012@gmail.com

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