jueves, 14 de mayo de 2015

Seductora humildad Franciscana



Marcelo Ramírez Ramírez

“Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo”.                                           (Hechos 2; 46,47)

Por sus palabras, por sus actitudes poco convencionales, por su presencia entera, rodeada de un halo espiritual, el Papa francisco me recuerda a otro Francisco, el de Asís, que cambió la mesa del sibarita por los alimentos del asceta y los ropajes suntuosos por el sayal humilde. Ambos, cada uno a su manera y según su circunstancia, se encontraron frente a una crisis en la que el espíritu cristiano parecía sucumbir ante la frivolidad mundana y lo que Pablo de Tarso llamó los “designios de la carne”. Ambos, con estilo propio ven en la humildad y la caridad la esencia del cristianismo. Y es que éste, -se ha dicho muchas veces-, no es una doctrina, o no lo es en primer término. Reducido a concepto o a las expresiones del culto, el cristianismo se degrada. Como idea corre el riesgo de volverse abstracto, como culto está en peligro de sustituir el misterio por el ritual y los símbolos. El cristianismo no es una sabiduría y tampoco se resuelve en una práctica de tipo mágico. Ser cristiano es seguir a Cristo y Cristo es una persona. ¿Cómo conceptualizarlo? El cristianismo explicado en términos puramente racionales es el mayor contrasentido. La pretensión de juzgar su verdad trascendente con conceptos extraídos de la experiencia del mundo, es una empresa ilusoria si el mundo ha sido previamente despojado del aliento de la divinidad. El hombre no cree con una parte de su ser y menos aún, puede ser llevado a creer por su razón, porque en primera instancia la misión de ésta es comprender las realidades inmediatas en que el hombre vive y actúa. El creyente es el hombre entero, entregado al impulso que lo lleva a su creador. Ese impulso es previo a todo pensar o, mejor aún, está por encima del pensamiento; es un impulso amoroso que lo abre a la trascendencia. En lo más hondo de su corazón el hombre encuentra a Dios y percibe la íntima conexión de todo lo creado. El místico percibe esa unidad inefable que lo envuelve y lo rebasa. Justamente esto es lo que enseña Cristo, la verdad de nuestra procedencia y destino. Así, el cristianismo se expresa, ante todo, en la conducta del cristiano, superior a cualquier deber ético, porque nace del amor manifestado a través de la caridad y la justicia. Lo que Blondel llamó el espíritu del cristianismo es la invitación a participar en ese impulso amoroso que sostiene la creación y que supera todo egoísmo, toda división, toda fragmentación. La caridad no es una prescripción; simplemente el hombre ha de dejarla brotar del fondo de su ser. Por ello el Papa Francisco le pide a los cristianos y no cristianos practicarla cada día, con cada acto, con cada palabra, con cada gesto. En la cuaresma de este dos mil quince, el Papa nos ha invitado a recordar a Cristo imitándolo. Su ardid consiste en que no pide mucho -en apariencia-, aunque bien visto, los quince actos de caridad que propone bastarían para hacer mejor a un mundo cada día más alejado de la caridad e incluso de su versión laica, la solidaridad. Él sabe que un poco de caridad hará mucho bien porque la caridad es la virtud máxima y a quien la práctica lo demás le será dado por añadidura. Las recomendaciones del Papa Francisco han tenido la aceptación favorable de una inmensa mayoría de personas, lo cual prueba la sabia prudencia con que el Papa hace evidente la vigencia del mensaje cristiano en una época que más que negar a Dios, prefiere mantenerlo en el olvido. Francisco acentúa la misión pastoral de la Iglesia, la responsabilidad de enseñar el camino a los hombres. ¡Qué bueno sería que dentro de la Iglesia Católica cundiera su ejemplo! Cristo enseñó en el templo en momentos excepcionales; su enseñanza ocurrió por lo general en las calles, en las casas y en el campo, siendo Él, el que iba al encuentro de la gente. Citaré cinco perlas de la Joya Franciscana con que el Papa ha exhortado a los hombres de hoy: 1.- Sonreír, un cristiano siempre es alegre. 3.- Recordarle a los demás cuánto los amas. 5.- Escuchar la historia del otro, sin prejuicios, con amor. 6.- Detenerte para ayudar. Estar atento a quien te necesita. 11.- Corregir con amor, no callar por miedo.  
  


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