jueves, 10 de julio de 2014

Los escolares adolescentes


Gilberto Nieto Aguilar

Los adultos cuestionan la apatía y falta de interés de los adolescentes en su educación, pero la escuela es un microcosmos que refleja lo que sucede en la sociedad en la que viven. La cultura del mínimo esfuerzo llega hasta las instituciones escolares proveniente de cuanto le rodea y la adolescencia es la edad más propicia para que modele y reproduzca aquellas actitudes que percibe a su alrededor.
Lo mismo ocurre con la violencia o acoso escolar, denominados con el anglicismo “bullying”, que se ha incrementado por la desintegración y nuevos roles de la familia, la violencia intrafamiliar, la televisión, los videojuegos, la intercomunicatividad, el ambiente de inseguridad que se percibe por todas partes, la permisividad en la crianza de los hijos, la escasa reflexión sobre los valores familiares y sociales.
El “bullying” siempre ha existido en la casa, en el barrio y en la escuela. Pero los niveles alcanzados en la actualidad y la promoción de las redes sociales, lo han vuelto un tema preocupante y escandaloso. La escuela, entonces, pareciera que deja de ser el lugar del saber, del aprendizaje, de la preparación para la vida adulta y ciudadana, pasando a ser el espejo de la sociedad desde un lugar sin competencias para la convivencia ni respeto hacia los demás.
El mundo exterior a la institución escolar se muestra confuso y desorientado, carente de expectativas altas a las que puedan aspirar los niños y adolescentes. Sin embargo, en ese mundo más allá de los muros de la escuela, interactúan padres, profesores y alumnos, con las fuerzas del mercantilismo y los medios de información y comunicación. Es común ver la desarticulación de expectativas entre padres, maestros y alumnos, que muchas veces contribuye a desacreditar la autoridad y debilitar el rol formador de la institución escolar.
Respecto al aprovechamiento escolar, se ha discutido si un factor determinante para la buena educación es el monto presupuestal que el gobierno federal destina a la educación, pero los muestreos internacionales señalan que México está en niveles aceptables de inversión en materia educativa. Lo que haría falta es  revisar a fondo cómo se distribuye ese presupuesto.
Otro de los elementos que se señalan como determinantes para los malos resultados educativos de nuestros educandos es el del tiempo insuficiente que pasan los niños en la escuela. El aumento a doscientos días laborables no cambia el resultado, pues en España, por ejemplo, y en otros países europeos como Finlandia, tienen un promedio de días de clase menor al de México y sus logros educativos están a la vista.
Más que el tiempo que los niños pasan en la escuela, es más importante lo que hacen durante el periodo de clase junto a sus maestros, las actividades y estrategias que les aplican, los aprendizajes que se logran, la calidad pedagógica del tiempo escolar. En lugar de más días de clase, como medida popular, los padres deberían pensar en no evadir su responsabilidad, en distribuir su tiempo y repensar el trato y cercanía con sus hijos. Nuestra cultura jamás cambiará si no se piensa y actúa en estos dos sentidos familia–escuela.
La escuela secundaria ha incrementado el número de adolescentes cuyo único objetivo es alcanzar la nota de aprobado de la manera que sea posible, sin esfuerzo, con diversión a costa de los más débiles de carácter, sin alcanzar los aprendizajes esperados ni el desarrollo de las competencias deseables. La relación maestro–alumno también ha cambiado y la autoridad ya no se impone como antes, sino que se construye día a día por medio del respeto, en un intercambio mutuo; lo que hace difícil, quizá por nuestra idiosincrasia, establecer algunas formas de disciplina consensuada. 
Los modelos que los jóvenes tienen a la mano para copiar o tomar de ellos aspectos positivos, no son de lo mejor. Ahora quieren dinero fácil y hacer lo que les venga en gana, sin esforzarse por cultivar una profesión, aprender un oficio, emplearse o establecer un negocio de productos o servicios, por ejemplo. Enderezar este estado de cosas es un gran reto para la familia, la escuela y el gobierno.
En la escuela, la pedagogía y la didáctica intentan entender y dar respuestas válidas para estos tiempos de cambios vertiginosos, a través de diversas propuestas que pretenden aportar elementos para interpretar la realidad general y la realidad particular de cada escuela. Las instituciones escolares tienen sus propios tiempos y los procesos de transformación son lentos, según se mueven las fuerzas y el arraigo de los paradigmas que establecen las costumbres y usos cotidianos.
El trabajo colaborativo entre los docentes, con los padres de familia, y las dinámicas que se integren con los alumnos para construir un ambiente escolar desde el cual trabajar sobre el aprovechamiento, los estilos de aprendizaje, las competencias, el comportamiento y los problemas provocados por la violencia y el acoso escolar, tendrán que adaptarse a los nuevos papeles que requieren tanto la reforma curricular (2011), las nuevas relaciones laborales y de desempeño de la “reforma constitucional” y el marco legal de la educación y del país.
Padres y maestros deben encontrar la manera de atender a los adolescentes y ayudarlos a reflexionar críticamente respecto al uso de su tiempo libre, el papel que el estudio juega en sus vidas y la influencia que ambos ejercerán en lo futuro. Ningún tiempo es perdido si se destina a escucharlos, y se piensa en la mejor respuesta y el tono más persuasivo para llevarlos a comprender que se trata de sus vidas, de las expectativas que pueden albergar para los años por venir.
Los padres y los maestros no pueden competir con la tecnología que embriaga a los jóvenes y les aporta otro tipo de saberes a través de Internet, las redes sociales, el chat, los celulares, la televisión y la música que los aísla del mundo. Son cuestiones muy importantes para ellos. Pero es inminente la exigencia de abrir espacios de diálogo, de comprensión, de confianza para hablar de intereses, inquietudes y necesidades que deben ser compartidas con los padres. 
La apatía y falta de interés de los adolescentes en su aprovechamiento escolar puede deberse a falta de motivación, la cual puede tener muchos factores de origen en la propia familia. Me interesa destacar dos: la autoestima y la resiliencia. La primera es un conjunto de percepciones, pensamientos, evaluaciones, sentimientos y tendencias de comportamiento dirigidas hacia ellos mismos, hacia su manera de ser y de comportarse, hacia los rasgos de su cuerpo y su carácter (José-Vicente Bonet, “Sé amigo de ti mismo: manual de autoestima”, p. 18).
La resiliencia es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas (DRAE). Se define como la aptitud de los sujetos para superar con sus propios recursos períodos de dolor emocional y conflicto, comunes en cualquier etapa de la vida pero trascendentales cuando se comienza a comprender el mundo, como es el caso de los adolescentes. Ambas se retroalimentan entre sí, pero pueden tensionarse por una autoestima muy baja.
La autoestima y la resiliencia se desarrollan y se aprenden desde el hogar, y en la escuela pueden reflexionarse como procesos conscientes. Toca a padres y maestros apoyar a los adolescentes a incorporarlas en su manera de pensar y de sentir, ayudándolos a comprender que todos y cada uno de ellos son capaces de lograr lo que se propongan siempre y cuando estén dispuestos a esforzarse y trabajar para conseguir lo que desean.
Una serie de estudios conducidos por E. E. Werner (1992) y por Norman Garmezy (1993), han dado cuenta de cuatro factores que se observan comúnmente en los niños que, estando expuestos a situaciones adversas, se comportan en forma resiliente. Uno apunta a las características del temperamento que les permite manifestar una capacidad reflexiva y sentir responsabilidad frente a otras personas.
El segundo es la capacidad de asimilar experiencias e incorporarlas en su conducta. El tercero es la relación imperante en la familia y el trato entre ellos, la ternura y preocupación por el bienestar de los niños. En cuarto lugar están las fuentes de apoyo externo que pueden ser de gran utilidad como el consejo de un profesor, un padre o madre sustitutos, las instituciones de apoyo a la familia, la consulta a especialistas y algunos otros agentes que ofrecen este tipo de auxilio.  Padres y maestros deben ayudarles a superar exitosamente esta etapa de sus vidas. 

gilnieto2012@gmail.com

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