jueves, 10 de julio de 2014

Drácula: La tragedia de los opuestos


Karla Giselle Bonales Ramírez
El mito de Drácula es algo que de alguna manera ha estado muy presente en mi vida desde que era una niña pequeña; no sólo porque mi abuelo y yo incluíamos vampiros en las historias que nosotros inventábamos, sino también porque fue la primera novela que tuvo un impacto en mí. Obviamente una novela tan extraña iba a tener impacto en una niña de 6 años que apenas entendía de lo que hablaba el autor; pero hace unas semanas volví a leer la novela por pura diversión y me di cuenta de que hay más en Drácula que sólo el vampiro chupasangre y malvado que deja impactados y aterrados a los niños.
Drácula fue escrita por el irlandés Bram Stoker y publicada en 1897. Durante los primeros años, no se vendió, su primera edición se limitaba a tres mil ejemplares, claro, no es de extrañar que en la reprimida sociedad victoriana un libro tan extraño no haya tenido una buena recepción.
Drácula empezó a ganar popularidad durante la primera guerra mundial gracias a una obra de teatro homónima que hacía giras por Europa, llevando tanto terror como risas a la audiencia que asistía; sin embargo, otro de los atractivos es que Drácula era una obra sumamente moderna para la época en la que fue escrita, el Dr. Van Helsing grababa su voz en un fonógrafo, Lucy recibía transfusiones de sangre, etc.
Cabe destacar que en la época victoriana fue cuando varias obras de terror y suspenso que ahora son clásicos de la literatura vieron la luz por primera vez, tales como Frankenstein, El Retrato de Dorian Gray, El Fantasma de la ópera y el propio Drácula, por mencionar algunos. Lo cual obliga a hacer la pregunta  ¿qué había en el ambiente para inspirar a los escritores a crear personajes tan malignos a primera vista pero a la vez humanos?

Los atractivos de la novela no sólo se limitan a la promesa de juventud y vida eterna, sino también a lugares extraños y tétricos que sólo pudieron imaginarse en la gótica atmósfera de la Inglaterra victoriana, donde todo el país se encaminaba a ser un potencia mundial, con sus grandes avances tanto industriales como científicos. Sin embargo, también había un sentimiento de decadencia, como si algo fuera a terminar, y no es de extrañarse que Bram Stoker haya incluido varios temas que en la sociedad victoriana eran vistos como tabú, como el erotismo, el rol de la mujer y la religión.
Cuando pensamos en Drácula, lo primero que se nos viene a la mente es sangre, y no es de extrañar, ya que Stoker se basó en Vlad Tepes “El Empalador”, un héroe transilvano que se enfrentó a la invasión turca de Rumanía y debía su apodo a su método favorito de matar a los invasores: el empalamiento; sin embargo, no fue por esto que fue elegido, sino porque además bebía la sangre de sus enemigos.
Uno de los rasgos característicos de Drácula son los afilados colmillos, la hematofagia, el poder de convertirse en rata, murciélago o lobo y la fuerza sobrehumana que, según el Dr. Van Helsing, es superior a la de diez hombres. En relación a la hematofagia, los historiadores sospechan que  Vlad Tepes tenía una rara enfermedad hematológica que le causaba fotofobia y fotosensibilidad, encías retraídas, que hacía que sus dientes parecieran colmillos y palidez facial, lo cual ayudó a Bram Stoker a construir su personaje.
Algo muy importante en Drácula son los paisajes, los Cárpatos, los trenes, el castillo del conde, lleno de pasillos y cuartos lúgubres que ayudan al desarrollo del personaje. Drácula no ha salido de su castillo en siglos, así que cuando va a Londres, lleva cajas repletas de tierra transilvana, lo cual puede ser una representación un tanto pagana de su personaje ya que en esa época, la mayoría de Europa era cristiana y en el caso de Inglaterra, anglicana y él habiendo renunciado a la fe, necesita algo de donde él pertenece para mantenerse con vida.
Hay una razón por la cual Drácula nos sigue atemorizando y provocando nuestros pensamientos y ésta es que hay una cualidad en Drácula que a pesar de ser un monstruo lo hace altamente humano y por eso aún podemos de alguna manera relacionarnos con él aún después de 117 años de su aparición pública; aunque ha habido muchas adaptaciones de Drácula, haciendo al vampiro trágico, cómico, perverso, etc.
Todas estas maneras de ver a Drácula, son posibilidades que dejó abiertas su creador. Entre el Drácula trágico, capaz de enamorarse sin poder ser correspondido, y el Drácula que ciertas versiones presentan como una caricatura, hay un abismo. Sin duda el personaje verdadero, es el primero, un Drácula que inspira más terror que lástima piadosa, por estar condenado a la eternidad, una eternidad completamente diferente de la que puede atribuirse a un ser divino. La de Drácula equivale a vivir por siempre. Drácula lo expresa como un triunfo cuando dice en la novela que “el tiempo está de su parte”, no obstante, esto no deja de ser una tragedia, pues el vampiro necesita vivir a costa de la sangre de sus víctimas. Para él permanecer vivo significa matar, depender de otros, y por ello me parece que se trata de una falsa eternidad.
El Drácula que más ha llamado mi atención ha sido el de la película de 1992, interpretado por el actor inglés Gary Oldman, no sólo por ser el más cercano a lo que imaginó Bram Stoker, sino porque le aporta un lado al personaje que normalmente es ignorado por las demás adaptaciones: el lado amable, y cuando digo la palabra “amable” me remito a su origen, digno de ser amado.
Drácula de 1992 es un alma atormentada, como Vlad Tepes, se fue a luchar en la invasión musulmana, dejando atrás a su amada Elisabeta, quien tiempo después recibe una carta diciendo que su príncipe ha muerto; llena de luto y tristeza, Elisabeta se suicida y su cuerpo es llevado a la capilla del castillo, donde Drácula la encuentra y es tanto el enojo que siente, que lo hace renunciar a Dios y a volverse un “monstruo”. Para Drácula sí existe el amor eterno, y esto es demostrado cuando conoce a Mina Murray, la cual siente una conexión y atracción casi instantánea al conde.
Aunque claro, una de las diferencias más grandes entre la novela y la película es la conexión que Mina siente con Drácula, de acuerdo al libro, él era “un ser sin corazón ni sentimientos”, claro que yo he de  estar en desacuerdo, ya que el tema principal de este ensayo es debatir si Drácula tiene o no un lado humano, pero en mi opinión, hasta el monstruo más malvado tiene sentimientos y razones para comportarse de la forma en que lo hace.
Drácula provoca en mí cierta ternura ya que, como dije antes, no sólo es un monstruo, ninguno de los personajes de la literatura gótica son sólo monstruos, muestran facetas de cómo los autores se sentían, algunos querían ser aceptados, otros querían ser necesitados pero todos querían ser amados, y esto es lo que me lleva a ver a Drácula con ternura. Todo lo que él hizo, fue por amor, renunció a la fe porque no podía vivir sin el amor de su vida. No estoy diciendo que todos nos podemos identificar con él por eso, sino porque a todos nos gusta sentirnos amados.
 Para terminar, citando a Stoker en la novela, “La vida es un juego de luces y sombras”, este pensamiento aplica tanto al personaje de Drácula, como a cada uno de nosotros en nuestra propia vida; representa la dualidad que todos en algún momento podemos llegar a tener, porque no siempre somos la misma persona, tenemos facetas y polaridades, para bien o para mal, y esto es algo con lo que nos podemos identificar; todos tenemos un lado oscuro, quizá por eso sentimos cierto deleite morboso al leer a Drácula.



Bibliografía
Bram Stoker. Drácula. Tercera Edición. Editorial Porrúa Ciudad de México. 2009
Bram Stoker, Neil Gaiman. Drácula Anotado. Primera Edición. Editorial Akan. Ciudad de México. 2012


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