miércoles, 11 de junio de 2014

Noción de competencia en los ámbitos laboral y educativo


Gilberto Nieto Aguilar
El discurso en torno a las competencias ha ocupado un espacio preferente en las últimas décadas. Las implicaciones de la noción de competencia vienen del ámbito laboral, y aunque en el enfoque pedagógico se refiere a las competencias cognitivas, hay una relación estrecha respecto al enfoque empresarial y a las oportunidades de empleo, que busca legitimar el imperativo de obtener el nivel máximo de eficacia productiva para conservar el empleo, según los estándares, perfiles, parámetros e indicadores que la empresa diseña para tal fin, de acuerdo a  la forma de organizar el trabajo y la propia actividad productiva.
Las políticas activas que pretenden responder a las necesidades reales de las empresas, en el ámbito de la formación, induce el resguardo ideológico de las oportunidades de trabajo para concluir que formación y empleabilidad son las dos caras de la misma moneda que definen las modalidades de inclusión y exclusión al mercado de trabajo. Además, aparejan el beneficio de los aumentos salariales futuros, derivados del aumento de productividad a que podría aspirar el trabajador que posea mayor información, capacitación y competitividad. De ahí la relevancia, en el caso de la educación, de los cursos de actualización para la profesionalización del magisterio que ahora se complementará con las disposiciones legales de la llamada "Reforma constitucional en materia educativa".
El neoliberalismo propugna por un ordenamiento social y laboral sobre la base de los valores meritocráticos, que por un lado podría llevar a salarios más bajos y por el otro lado a mejorar esos salarios sobre la base de las capacidades individuales. En el medio educativo lo encontramos en el sistema de estímulos económicos llamado Carrera Magisterial, que se traduce en un ascenso económico, en una mayor percepción para el maestro, mientras quienes no pueden ingresar al programa o promoverse dentro de él, reciben los incrementos salariales que cada año otorga el gobierno federal –normalmente por debajo del 4%– con el consiguiente deterioro económico al cabo de algún tiempo por ser menores que el ritmo inflacionario del país.
La cualificación (preparación para ejercer determinada actividad o profesión) o competencia de los individuos, “es una construcción social […] resultante de la acción de las instituciones, la historia, la tradición, las relaciones laborales, los sistemas formativos y la familia” (Bruner y Belzunegui, p. 15). El sistema de enseñanza actúa como homogeneizador y, cuando así conviene a los intereses empresariales y políticos, bajo ciertos criterios determinantes, como diferenciador social para la permanencia del statu quo, legitimando y eternizando la estructura social imperante a través del sistema educativo. Ahora también con el apoyo de los medios.  
En la actualidad la educación individual es una inversión de alto riesgo, pues las compañías rentables realizan continuas reducciones corporativas y vemos a muchos profesionistas universitarios trabajando como taxistas, porteros, tenderos o en actividades que no tienen nada que ver con la especialidad que estudiaron. Buscan la garantía de una posición social, pero se estrellan ante la idea de que “los ciudadanos han de asumir las competencias necesarias para competir, para ser «ganadores», para ser capaces de cuidarse a sí mismos administrando su propio capital humano” (ibídem). El Estado benefactor y paternalista inicia un proceso de desincorporación de la seguridad social para que no sea una carga al erario federal, evadiendo una obligación en un país pobre y con pocas oportunidades.
La formación se convierte en una clasificación y división social entre aquellos que son “capaces” y los que no lo son, entre los capacitados y los que requieren recibir la capacitación. Solé F. y Mirabet M. (1997, p. 21) aseveran que la intención de la formación es capacitar para la realización conveniente de una tarea o un trabajo determinado. “La formación –dicen los autores–, se define como una metodología sistemática y planificada, destinada a mejorar las competencias técnicas y profesionales de las personas en sus puestos de trabajo, a enriquecer sus conocimientos, a desarrollar sus actitudes y aptitudes, y a enseñarles a aprender”, nada lejano a lo que se predica desde la reforma educativa de 2006 en la enseñanza por competencias, pues la formación es uno de los principales inputs para el cambio interiorizado de comportamientos, incluyendo el cambio cultural en un largo plazo.
De alguna manera se logra introducir en el ámbito laboral, como ya se intenta en el educativo, la idea de que los trabajadores o los maestros más jóvenes están mejor capacitados para enfrentar los cambios acelerados de la segunda década del siglo XXI y que a ellos se reservan las mejores oportunidades de ser contratados, permanecer en el servicio y ascender en los cargos directivos.
Otro aspecto polémico y de consecuencias imprevisibles, es la tendencia a favorecer la creación de centros educativos privados de educación básica. En educación media superior, imperan los centros escolares  privados. Gran parte de la sociedad no puede hacer frente a los costos que implica pagar la educación de sus hijos, y el criterio empresarial de hacer de la educación un producto lucrativo es un fantasma que se recicla con cada nuevo gobierno federal, hasta el momento, sin importar las siglas partidistas.
Actualmente se le concede un enorme valor a los títulos y diplomas que avalan estudios o prácticas cursadas. Con el desarrollo de competencias se pretende impulsar la experiencia profesional y el bien–hacer a través de la cualificación adoptada y requerida en el ámbito productivo.
Para Solé y Mirabat (1997, p. 23) “las competencias son el conjunto de conocimientos, técnicas, aptitudes y destrezas directamente útiles y aplicables en el contexto particular de un puesto o situación de trabajo”. Leby–Leboyer (1997, p. 39 y 40) consideran que las competencia son “aleaciones de conocimientos (saberes), aptitudes (saber hacer) y actitudes (querer hacer) que se solidifica en las personas, dotándolas de valores diferenciales frente a otras personas.”  
Dejando de lado los reclamos del espacio mercantil globalizado, del crecimiento en el nuevo orden mundial, desde un punto de vista ideal y pedagógico habría que cuestionarse si efectivamente las competencias pueden ser aplicadas en el ámbito escolar para desarrollar integralmente a un ciudadano reflexivo, analítico, crítico, propositivo, colaborativo, cooperativo, sociable, capaz de tomar decisiones, preocupado por su optimización individual y consciente de su pertenencia a un entorno planetario que debe ser nutrido con la convivencia armónica y la búsqueda del bien común.
Referencia principal: Brunet I. y Belzunegui Á. (2003). Flexibilidad y formación. Una crítica sociológica al discurso de las competencias, Ed. Icaria, Barcelona.

gilnieto2012@gmail.com

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