miércoles, 11 de junio de 2014

Doble o nada: el éxito de Madama Butterfly


José Luis Rangel Gasperín
“Cada sonido suyo me parecía de amor”
Italo Svevo, La conciencia de Zeno
Llevábamos más de media hora en la fila cuando abrieron las puertas del Teatro del Estado. Era una tarde clásica de Xalapa: cielo nublado, ligera ventisca, la amenaza silenciosa del chipi chipi. Me pregunté en qué pensaban las demás personas mientras esperaban la función sabatina de Madama Butterfly. Al entrar nos recibieron tres geishas con sus respectivos kimonos magenta, verde y carmesí. Nos acomodamos mi madre y yo en la segunda fila de la sala justo en la sección de en medio, ya que en los asientos anteriores parte del público había colocado sus abrigos para apartarle el lugar al conocido que se le hizo lo suficientemente tarde como para todavía merecer una localidad así de cerca del escenario. Típico.
Poco a poco se fue llenando el lugar. La gente miraba al techo de la sala o sus respectivos programas igualmente absortos. Unas cuantas mujeres no alejaban la vista de sus celulares. Escucho en la parte de atrás a un hombre hablar de la lluvia. ¡Está lloviendo otra vez! dijo él, y una voz femenina repitió lo mismo en forma de pregunta, como si fueran parte de una ópera a punto de ser escrita.
Volteo hacia los demás lugares y noto una entrada llena: prácticamente todos los asientos ocupados. A pesar del clima melancólico la gente prefirió acudir a la ópera. Perdió la casa y ganó la cultura: en doble apuesta como doble la función hubo una mayoría que quería oír la historia de Cio Cio San, protagonista de Madama Butterfly, cuyo fatídico destino conmueve a cualquier espectador. Escucho aún las conversaciones y alcanzo a atrapar la cordial invitación a cenar unos tacos al finalizar el evento. ¿Aceptan?, ¡Pero por supuesto! dice una mujer sin pensarlo. Entonces otra voz confiesa: “He creado un monstruo. Es un peligro esta mujer”.
Anotaba todo lo que me llamaba la atención y no tardé en recordar una frase de Vila-Matas: seguro que andaba en lo cierto cuando sospechaba que los escritores siempre fueron unos consumados espías. Y esperaba no encontrarme en una novela de Paul Auster como Fantasmas y que un detective anotara cuidadosamente todas las cosas que yo andaba haciendo, escribiendo como yo escribía.
Las luces se apagaban y dejé de rayar el programa. Mis observaciones dependerían de mi memoria, que en ocasiones no es tan buena. Escuché el rumor de un gong; fue lo último que escribí. Se asomó ligeramente el director de la fosa y al poco tiempo fue alzándose el telón, apareciendo una acogedora casita japonesa que, como dice el libretto, con un estornudo se caería.
Llega Goro –interpretado por el tenor Nahúm Sáenz- y B.F. Pinkerton –el xalapeño Armando Mora- que respectivamente son el pícaro casamentero y el capitán americano que desea juntarse momentáneamente con una fanciulla japonesa para después abandonarla y encontrar a la esposa americana que amará para toda la vida. Goro le presenta a Susuki, la doncella representada por Patricia Escudero que mantendrá durante toda la obra el mismo patrón: sollozante, piadosa y tierna. Llegará el Cónsul Sharpless –Amed Liévanos- para felicitar a Pinkerton por su matrimonio y no tardarían en cantar dovunque al mondo, un maravilloso dúo donde se habla de las aventuras y los riesgos del yanqui vagabundo contra el azar y su propio destino hasta alzar la copa al son de America forever!
Madama butterfly es una ópera donde obligadamente debe brillar la soprano. Si pensamos en las célebres novelas del Siglo XIX el lector suele apasionarse más por las heroínas y su hado funesto, haciendo a un lado a los maridos que las dirigen maliciosamente al abismo. Sufrimos por Ana Karenina y parecemos distantes ante su rígido esposo. De una misma manera con esta obra al llegar las damas de honor junto con Cio Cio San –interpretada por Cynthia Toscano- uno sabe que los aplausos irán para ella. Y así fue.
Desde que entró en escena Toscano consiguió una magnífica Madama Butterfly: cándida, angelical, enamorada del amor como cualquier quinceañera, destinada a la desgracia sin imaginarlo. El primer acto se volvió un augurio de victoria tras la boda, con la aparición del tío Bonzo –Daniel Hernández- que desaprueba la unión de Cio Cio San hasta desterrarla de la familia, confirmándose tempranamente el posible éxito con Viene la sera, donde Toscano y Armando Mora hacen una gran interpretación.
En el segundo acto despuntó Patricia Escudero, la fiel Susuki, intuyendo la suerte que Butterfly desconoce. Toscano cantó un bel di vedremo, una de las más conocidas arias femeninas donde consiguió el aplauso del público. Aparece el cónsul para notificarle a la japonesa que el capitán americano no piensa volver al Japón, pero en ese momento ella le muestra un niño, hijo de Pinkerton. Cio Cio San renace con una abrumadora esperanza, alegrando la casa con los olores de la primavera y observar el mar por donde navega su marido.
Regresa el amanecer con el porvenir. Butterfly aguarda nostálgicamente, extrañando algo que nunca tuvo. Al poco tiempo, B.F. Pinkerton llega con su esposa Kate –Ana Ibarra- y el cónsul Sharpless. Susuki se entera de lo sucedido y llora por su ama. La tragedia comienza porque el americano está dispuesto a reconocer a su hijo con la condición de llevárselo a su país. Sin embargo, cuando Cio Cio San está por llegar él huye. Kate le pide perdón a la japonesa, el cual es concedido. Se retira junto con el cónsul porque no le será dado el vástago hasta que el mismo capitán vaya por él. Butterfly acaba suicidándose no sin antes despedirse de su hijo. Se clava el cuchillo y las luces del teatro se ponen rojas. Cae al suelo y llega Pinkerton desconcertado. Lentamente se baja el telón y el público comienza a aplaudir.
La ópera resultó un éxito. El director Rubén Flores agradecía con una reverencia mientras desde el foso se veía a los músicos ondear sus arcos como banderas. Se alzó el cuerpo de un cello que causó júbilo entre los presentes. Se fueron presentando los actores: Manuel Vera, el comisario imperial que tuvo una pequeña escena al casar a los novios y Ana Ibarra, que se colocó al extremo izquierdo del teatro; poco después Daniel Hernández, el monje bonzo y Amed Liévanos, el cónsul que definitivamente acertó con su interpretación; Nahúm Sáenz, cuyo fullero personaje –Goro, el casamentero- no dejó de parecernos a muchos alguien simpático;  Patricia Escudero, aclamada con aplausos y vítores; Armando Mora, recibido con una emotividad similar. Sin embargo no habrá voz que me desmienta: Cynthia Toscano fue la ganadora de la noche gracias al darle vida a la pobre Cio Cio San. Una niña abajo del escenario le llevó un ramo de flores, el cual recibió con notable alegría. Ya para esos momentos muchos de las primeras filas estábamos de pie aplaudiendo a la soprano merecidamente.
Fue una bella noche. Algunas mujeres mientras salían trataban de imitar a la soprano haciendo verdaderamente el ridículo con sus imitaciones de Butterfly que dejaban mucho que desear. Ojalá no vuelvan a hacer eso en público. Respecto a mí salí bastante complacido, esperando que haya más funciones operísticas en Xalapa y con el deseo de que alguna vez se represente aquella clásica de Leoncavallo que dice en su primer acto que el teatro y la vida no siempre son la misma cosa. Y aquella flor de loto que acabó marchitándose, la bella Butterfly que permanecía en mi recuerdo me hizo evocar un verso del chileno Oscar Hahn: detrás de todo gran amor la nada acecha.
  

          

   
          


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