viernes, 11 de octubre de 2013

LA LECHE PROCESADA PUEDE CAUSAR DIABETES Y OTROS PADECIMIENTOS.


Benito Carmona Grajales.

La diabetes es el padecimiento que más se ha extendido en el mundo en las últimas décadas. Los países con mayor incidencia son Estados unidos, México, Noruega, Dinamarca, Australia, Alemania y Japón; que también son  los países de mayor consumo de productos lácteos.
            Se ha dicho que la diabetes tipo 2 se debe a carencia de insulina, por lo que algunos médicos aplican determinadas dosis a sus pacientes; sin embargo, los últimos estudios indican que la causa de este padecimiento es la resistencia a la insulina por los receptores que la rechazan cuando ésta, junto a la glucosa, pretende penetrar por las paredes de las células. La leche de vaca tiene un efecto insulinotrópico en el ser humano. Entre más se consuma, habrá más estimulación para la producción de esta hormona por el páncreas, lo que traerá como consecuencia más resistencia insulínica, que es un factor de riesgo para la diabetes. Por algo la medicina oficial ha impulsado programas para que las madres amamanten a sus hijos.
            La resistencia a la insulina se debe a la disminución en el poder de absorción de los receptores insulínicos. Los residuos de la digestión de las grasas afectan esa capacidad. La grasa de la leche procesada por calor nos daña, porque sus ácidos grasos desnaturalizados se acumulan en los receptores insulínicos creando más resistencia que, además de propiciar diabetes, producen celulitis en el tejido adiposo y enfermedades en el páncreas.  
            Los científicos, los que aseguran que el consumo de leche de vaca procesada produce otros padecimientos, toman como base el hecho de que las hormonas en el cuerpo realizan un papel de comunicación; porque son mensajeras que funcionan en una estrecha relación; por lo que, cuando hay alteración en algún órgano o en algún sistema, se corre el riesgo de alteraciones en cadena en otros sistemas, afectando sus respectivos órganos.
            Tomemos como ejemplo a las hormonas de crecimiento. La insulin-like Growth factor 1, que es la hormona de crecimiento de la raza humana, adquiere su potencia gracias a su cadena de setenta aminoácidos, colocados en la misma secuencia tanto en los humanos como en las vacas. Si nosotros tuviéramos el mismo tamaño de las vacas, no habría problema; éste aparece cuando el sistema hormonal de la vaca, a través de la leche que se toma desde la infancia, sigue enviando mensajes de un crecimiento que corresponde a un becerro y no al bebé.
            El crecimiento del niño, gracias al biberón, se ha disparado en las últimas generaciones pero de manera anómala. Se aumenta la estatura pero no la resistencia. En Japón aumentó la estatura, tan sólo en 25 años, 11.4 cm. en promedio. Ellos no tomaban leche de vaca antes de 1946. Este crecimiento que no corresponde a los humanos trae otras consecuencias: la sobre estimulación provoca cansancio crónico, envejecimiento y alteraciones de metabolismo. La Organización Mundial de la Salud, a fines del siglo pasado anunció una relación muy estrecha entre el consumo de productos lácteos y la mortalidad a causa del cáncer de próstata en más de cincuenta países. Cualquier observador puede darse cuenta que entre la población adulta, en la mayoría de los hombres se padece de hiperplasia prostática benigna; esto es, crecimiento de la próstata.
            La caseína es una proteína de la leche. Con el tratamiento térmico a través de la pasteurización, o cuando se pone a hervir, esa proteína se deteriora y su consumo produce permeabilidad en la mucosa intestinal; esto trae graves consecuencias en la digestión, por la producción de escamas grandes, producto de la coagulación en el estómago del niño. En la descomposición bacteriana de la caseína se producen residuos que aumentan la mucosidad fibrosa en el tracto digestivo. Esto, aunado a la permeabilidad, hace que se altere desde la digestión, el proceso de asimilación de los alimentos y las funciones metabólicas.
            Los desechos de la caseína, junto con los de otras proteínas de la leche de vaca se fragmentan en siete o más aminoácidos. Estas moléculas se llaman péptidos opioides que pueden pasar a través de la ya permeable mucosa intestinal. En los receptores opioides comienzan a experimentarse interferencias; esto hará que los diferentes órganos a donde estos péptidos llegan, alteren sus funciones, tal como puede ocurrir con el páncreas y su consecuencia principal, la diabetes. Puede haber varias repercusiones: cerebrales, linfáticas, en el tracto digestivo y en las hormonas del sistema endocrino. Si en todo el cuerpo hay receptores opioides; entonces, en todos los órganos se pueden experimentar alteraciones.
            Un componente más de la leche es la lactasa.   Es la encargada de descomponer la lactosa en sus unidades simples como glucosa y galactosa para facilitar su aprovechamiento. La lactasa se pierde con el calentamiento. Sin la lactasa la leche pierde acidez y es fácil que bacterias enemigas se multipliquen produciendo daños. Además, este componente, facilita la absorción del calcio.
            La leche de la madre le proporciona al bebé ginogalactosa, ácido decosahexanoico y galactocerebrósidos. La primera es un factor de crecimiento sano; los otros dos, son sustancias esenciales para el desarrollo del cerebro. La leche comercial, por el contrario, se excede en componentes que, a las personas con ciertas predisposiciones, pueden causarles secuelas graves o enfermedades crónicas degenerativas, como arteriosclerosis, crecimiento acelerado y dilatación de los órganos o la ya mencionada resistencia a la insulina.  
            La idea más difundida en el mercado de la leche procesada es la de su riqueza en nutrientes; sin embargo, la publicidad no dice que esa riqueza se encuentra en la leche cruda de la vaca. Se ha comprobado que gran parte del calcio de la leche no se absorbe en la digestión debido a que la enzima fosfatasa, que es esencial para la absorción del calcio, se pierde con la pasteurización. Lo mismo pasa con la lactasa, que al eliminarse, la lactosa, mal dividida no coadyuva también en la absorción del calcio. En Harvard, en 1997 se hicieron estudios en 75,000 mujeres para comprobar que el consumo de leche pasteurizada no protege en los riesgos de fractura ósea.
El Dr. Jean Seignalet, de la Universidad de Montpellier, dice  “A lo largo de nuestra vida el tejido óseo se renueva; es normal que en la misma medida sea destruido por los osteoclastos y reconstruido por los osteoblastos. Con la osteoporosis no desaparece sólo el calcio, sino el propio hueso, por lo que la administración de grandes dosis de calcio, no es capáz de revertir la osteoporosis. El calcio no puede asentarse en un sustrato que está desapareciendo. Una dieta hipotóxica que suprima los productos lácteos y que agregue magnesio y cilicio, evita en un 70 % los casos de osteoporosis”. Entre los países que más padecen osteoporosis están Estados Unidos, Israel, Holanda y Finlandia. 
Estos descuidos que son parte de la cultura de la alimentación moderna han desencadenado otros padecimientos, tales como apatía, ictericia, cataratas, problemas de hígado, retraso mental, artritis, problemas plaquetarios en las arterias, ataques isquémicos, eczemas, depresión y fatiga crónica,  entre otros. El calcio no absorbido crea calcificaciones en forma de plaquetas en las arterias, cálculos biliares y renales.
En Estados Unidos se hicieron pruebas en soldados muertos en la guerra y dio como resultado que de los 300 estudiados en la autopsia, el 77.3 de ellos tenían placas de ateroma en las arterias, a pesar de  su edad promedio de 22años. Esto los llevó a la conclusión de que el consumo de productos lácteos aumenta en seis veces la probabilidad de incidencia de infartos respecto a los que no consumen esos alimentos.
En Inglaterra se hicieron varios estudios. Uno de ellos consistió en seleccionar un grupo de 44 pacientes con cardiopatía isquémica; en 43 de ellos desaparecieron los síntomas tan sólo con eliminar de la dieta los productos lácteos procesados al calor.
Los médicos y terapeutas que conocen de estos malestares recomiendan una prueba sencilla antes de consultar con un profesional: Enumerar los signos o síntomas; luego, suspender el consumo de leche procesada o hervida, lo mismo que sus derivados durante un mes. Si logra mejoría, debe volver al consumo de esos productos y, si observa que regresan los síntomas, ha encontrado la mejor prueba de que estos alimentos le están haciendo daño. Por seguridad, coinciden los especialistas en la materia, se recomienda la práctica de análisis de laboratorio que permitan dar un seguimiento a los tratamientos que se requieran.
Para concluir, recomendamos no satanizar el consumo de la leche y sus derivados. La moderación nunca trae consecuencias graves; son los excesos los que nos dañan. Si alguien descubre que le perjudican estos productos, que se abstenga de su consumo; pero, si de vez en cuando quiere sentir el placer de degustarlos, su cuerpo se lo agradecerá. Cada quien es la medida de su bienestar. Nosotros sólo tratamos de presentar el panorama expuesto por la ciencia; pero, cada cuerpo es diferente y el mejor conocedor de su cuerpo es usted.
                                                                                Benitocarmona52@hotmail.com

             

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