martes, 10 de septiembre de 2013

V i v i r en X a l a p a Ayer y hoy




Marcelo Ramírez Ramírez

            Los xalapeños nacidos en la ciudad o adoptados por ella, como lo hacen las madres generosas que no distinguen entre los hijos propios y los ajenos puestos a su cuidado, nos sentimos orgullosos de la ciudad, de sus cualidades tal como las vemos o las imaginamos. Sentimos a Xalapa verdaderamente nuestra, pero más en el sentido de pertenecer a ella, que de considerar que ella nos pertenezca. Ponderamos sus excelencias con buena dosis de vanidad provinciana, lo cual es a fin de cuentas legítimo, porque así expresamos la fuerza de nuestra identidad. En toda grandeza que busca reconocimiento se hace presente el mito; el mito despoja a la realidad de la huella de lo banal rodeándola de un aura misteriosa. Esto lo sabía muy bien Virgilio, el poeta latino que hizo descender a los romanos del troyano  Eneas, dándole a Roma un origen mítico más adecuado a su destino futuro. El timbre especial de distinción para la ciudad lo encontraron los xalapeños en la cultura, lo cual explica que el nombre de la sublime hermana mayor se adopte como calificativo: Xalapa, la Atenas Veracruzana. Tras la imagen idealizada, está la ciudad real en la cual vivimos, en la cual se tejen los proyectos del futuro con los hilos de los buenos propósitos o de las ambiciones, no siempre legítimas que alientan en el ser humano. La ciudad, tal como es, agobiada de problemas sigue siendo, a pesar de todo un buen lugar para vivir, para que vivan nuestros hijos; para que se desarrollen, para que se preparen para el mañana incierto. Si se pregunta a los xalapeños, estos coinciden en que Xalapa es el mejor lugar del mundo. La hipérbole, como todas las que brotan del sentimiento, no necesita justificación; los xalapeños no cambiaríamos de residencia por propia voluntad. De hacerlo, sería por razones ajenas a nuestro deseo. Los xalapeños pueden ser viajeros y algunos son viajeros incansables, pero no son ni pueden ser cosmopolitas, porque están enraizados profundamente y fuera de su tierra terminarían por languidecer, como plantas arrojadas a la intemperie. Supongo que quienes partieron definitivamente a otros sitios para no regresar jamás, debieron tener razones poderosas para ello y supongo también que debió ser intenso y doloroso el proceso de desarraigo para poder echar nuevas raíces en otros sitios.

            Las ciudades, como todas las cosas, cambian para bien y para mal. Quienes vivieron en la pequeña villa de Xalapa en el siglo XIX, difícilmente reconocerían la ciudad de nuestros días. Incluso para los habitantes de la primera mitad del siglo pasado, la Xalapa actual los sorprendería con los cambios operados, algunos verdaderamente drásticos. En varios sentidos la vida se ha complicado y, a pesar de ello, reitero, vivir en Xalapa representa ventajas absolutas y relativas. El clima, la región privilegiada por la naturaleza donde se asienta la ciudad; la cercanía de los sitios a donde las personas acuden a sus tareas cotidianas; la facilidad para tomar rumbo hacia el altiplano o hacia la costa; todas estas  son ventajas absolutas. Ni gran ciudad, ni pueblo privado de satisfactores indispensables, los xalapeños estamos  equidistantes de la monotonía adormecedora y la crispación que nutre los consultorios de los terapeutas.

En cuanto a las ventajas relativas, éstas las podemos condensar en la frase aun no. Xalapa aun no es tan grande y esperamos que el crecimiento desordenado pueda ser contenido o, al menos, regulado mediante políticas públicas oportunas y enérgicas. Aun no tenemos contaminación alarmante; aun no nos falta el agua; aun no sucumben los jóvenes a la promesa de las drogas para escapar de la realidad, si bien existen indicios preocupantes que deberán ser atendidos. Es posible interpretar éstos aun no como un auto engaño, una forma de complacencia alentada por el deseo de continuar con nuestra vida tal como la hemos organizado. Personalmente creo que la ciudad se encuentra en el momento justo de revertir el deterioro generado por la falta de planeación de las políticas públicas.

            Xalapa ha cambiado, este es el hecho obvio con el que debe contarse. No hay vuelta atrás con la modernización a la mexicana, es decir, haciendo mucha política (la palabra precisa sería grilla) y poca administración, al revés de como aconsejaba Don Porfirio, que en esto si, andaba muy acertado. Xalapa deberá cumplir con su destino, pero si éste supone la participación de la libertad de los responsables de incidir en aquél, es legítimo esperar que en los diversos niveles de gobierno prive la prudencia de Don Porfirio, haciendo posible su cooperación con vistas al bien común de los xalapeños. Aún más, la racionalidad democrática hace indispensable integrar a los ciudadanos desde el primer momento en la planeación del futuro.

            La trasformación de la ciudad, en la cual los espacios públicos pertenecían por entero a los habitantes, nos arrebató esa posesión inapreciable. Calles, avenidas, parques, pertenecen ahora a los vehículos. Una de las preocupaciones cotidianas de los xalapeños es encontrar sitio para estacionarse; cuando lo encuentran se les amenaza con el corralón, aún cuando la autoridad no ha sido capaz de ofrecer solución al problema. Es entonces cuando las normas establecidas se vuelven absurdas y difíciles de cumplir. Por ello es necesario rediseñar la ciudad, pensando en términos de una recuperación de espacios públicos para las actividades culturales, la distracción o el simple descanso del espíritu. También será necesario recuperar el clima de seguridad. Si la ciudad es casa grande, el ciudadano tiene derecho a circular por ella con tranquilidad, no con la actitud cautelosa de quien sabe que puede ser víctima de malhechores o de la desafortunada circunstancia de quedar atrapado en medio de un tiroteo. Caminar en la ciudad se sigue haciendo porque las personas deben salir a buscar alguna cosa, entrevistarse con alguien, cumplir las diarias obligaciones. Lo que ya no es posible es caminar la ciudad para disfrutarla. Caminar la ciudad es ir a su encuentro, reconocer, como señales amistosas ciertas fachadas de casas antiguas, (muchas han desaparecido); ciertos tejados y portones; ciertos árboles cargados de años. Hoy caminamos en Xalapa al ritmo de nuestros pasos, no de nuestro corazón. Acaso todo esto suene exagerado, o sólo sea verdadero en parte; o sean las vivencias de alguien que conoció otra ciudad en otro tiempo donde quedó atrapado. Si es correcta la segunda proposición, esto es, si lo que se ha dicho es verdadero en parte, entonces reitero la urgencia del frente común de autoridades y ciudadanos, para devolver a Xalapa su sonrisa limpia y amable de antaño.  

            El tema de la violencia me lleva a recordar el ambiente de aquellos tiempos, cuando los máximos escándalos se daban en los carnavales. Estos eran la válvula de escape de una sociedad reprimida, apegada a los convencionalismos. Los escándalos daban lugar a la maledicencia, que es una forma corrompida del juicio moral, ya que quienes la practican se complacen en condenar las miserias ajenas, pensando que hay gentes peores que ellos. Lo malo es que de la antigua represión, se ha evolucionado al exceso de tolerancia, cuyo verdadero nombre es cinismo. En general, a pesar de ese recato con que suelen ocultarse las malas pasiones, el ambiente de antaño favorecía una moral pública y privada que es la base para la sana convivencia en el respeto mutuo. Sólo en ese ambiente fue posible la existencia de virtudes cívicas auténticas. Lo ilustraré con un caso seguramente digno de admiración para los xalapeños de nuestros días. Se cuenta que hace muchos, muchos años, (es necesario decirlo así para destacar la distancia que nos separa de aquel suceso), hubo un cargador de número que llegó a ser presidente municipal. Fue un buen alcalde a pesar de que no se propuso ser el mejor alcalde de todos los tiempos, (según suelen decirnos, por ejemplo, los gobernadores y, más comúnmente, los aduladores sexenales). Actuó con honradez y con espíritu de servicio; su patrimonio no aumentó lo más mínimo, porque vivía decorosamente de su sueldo y nunca se sacó la lotería. Al día siguiente de cumplir con su encargo, volvió a su ocupación, igual que se dice de aquel romano que, en tiempos de la República, retornó a sus labores del campo después de haber sido dictador. Este relato, aunque suene inverosímil, revela el talante moral que los individuos únicamente pueden alcanzar en un clima social adecuado. Hoy estamos justamente en la otra orilla: el ambiente de corrupción sólo puede favorecer y perpetuar la corrupción. Parece un círculo vicioso que será preciso romper de alguna manera. Como el tiempo no tiene marcha atrás, la única opción es hacer cuanto se pueda, aplicando responsablemente el aforismo de que la política es el arte de lo posible. ¿Es necesario aclarar que lo posible nos invita al máximo esfuerzo y no al mínimo?

            Otro personaje representativo fue “Juanote”, también cargador de número, a quien durante la década de los cincuenta conocí en la plenitud de sus capacidades físicas extraordinarias. No tenía figura de atleta de gimnasio, era de complexión robusta, grueso y algo ventrudo, simulando en su andar la engañosa lentitud de los osos. Solía vérsele en empinadas calles y callejones, llevando sobre la espalda, con el auxilio del mecapal ajustado a la cabeza, tremendos muebles cuyo peso nadie más que él podía soportar. Era de trato cordial y reconocida honradez, a quien se confiaban los bienes familiares con la certeza de que “Juanote” los entregaría intactos en el nuevo domicilio o dirección que se le indicara. “Juanote” honraba su ciudadanía ateniense: era un melómano y su inconfundible figura era fácilmente identificable en las funciones de la OSX. Su personalidad me hace recordar el pensamiento de Martí: “Pueblo grande no es aquél en que una riqueza desigual y desenfrenada produce hombres crudos y sórdidos y mujeres venales y egoístas. Pueblo grande, cualquiera que sea su tamaño, es aquél que da hombres buenos y mujeres puras”.

            Advierto que he mencionado a dos miembros del que sin duda es el más humilde de los gremios conocidos. Hubo, desde luego, en la vieja Xalapa, muchos xalapeños que se distinguieron en diferentes oficios y actividades, principalmente el derecho, las letras, la pintura, la arquitectura, la historia y la política. Ellos están a la espera del escritor que los rescate para la memoria colectiva.
 




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