martes, 10 de septiembre de 2013

La nación inventada


Raúl Hernández Viveros

Del interesante ensayo “México 2010: un bicentenario de 189 años y un emperador que vive en Australia”, de Leonel Antonio de la Cuesta[1], se desprende la siguiente opinión: “El Virreinato de la Nueva España, nombre colonial de México, estaba habitado antes y ahora por españoles (peninsulares y canarios), criollos (hijos de los españoles nacidos en el Nuevo Mundo), indígenas, los primitivos habitantes de esas tierras y mestizos frutos de la mezcla de esas razas; también había negros, producto de la esclavitud africana, pero no eran muchos. Los criollos controlaban parte de la riqueza pero tenían un gran resentimiento pues, como dijo un testigo desinteresado, el Barón Alexander von Humboldt, el Gobierno colonial "concede los empleos importantes exclusivamente a los nacidos en España", o sea, que esos puestos importantes "están casi vedados a los nacidos del país, por más que estos se distingan en saber y en cualidades morales". Así había sido desde el advenimiento de la Casa de Borbón en España (1704) y fue precisamente por hechos acaecidos en España que esta situación hizo crisis.”
            Antes de la Independencia, la Nueva España destacaba por su inmenso potencial económico que hizo resplandecer la aparición de productos nacionales en el mercado europeo. Gracias a los monopolios familiares de los pocos dueños en el sector minero, agrícola, textil, que controlaban  la mano de obra casi regalada. Los herederos de los conquistadores consideraban a los grupos indígenas como parte de sus riquezas y fortunas. Es suficiente mencionar que de cada diez mexicanos ocho eran indígenas.
Durante este periodo de la historia de México se consolidó la transformación de los medios de producción y surgieron las posibilidades de ingresar a la competencia comercial internacional. El historiador Silvio Zavala[2], dio a conocer que:  “Medía Nueva España en 1804, 85 144 leguas cuadradas; su población era de 5 764700 habitantes o sea, 71 3/8  por legua cuadrada; en las Provincias Internas; norte del país, la densidad disminuía en relación con la de la meseta productora de cereales; las costas insalubres tampoco competían con ésta. Los europeos no excedían de 80.000; los criollos de 1000 000; había 2 000000 de indios; 2 685 000 mestizos; mulatos y castas en general y menos de 10 000 negros. La desigualdad de las fortunas sorprendía a los viajeros: lujosos carruajes junto a hombres desnudos y hambrientos.
            La desunión era general: los españoles del consulado escribían que los criollos eran irreligiosos, hipócritas, dilapidadores, “nación enervada y holgazana”, los indios tan brutos como al principio”, las castas “tienen sus mismos vicios”. El criollo Mier equiparaba a los españoles de la Colonia, por sus injurias, con beduinos o malcriados hotentotes y afirmaba que no conocían más letras que las de cambio.
            El clero constaba de 9 a 10,000 individuos y con sus criados llegaba la cifra de 15 000, Humboldt predijo que la población crecería cuando se neutralizaran las epidemias y carestías del maíz y las ínfimas clases de los habitantes mejorarían en bienestar industria y comodidad.”
            Leonel Antonio de la Cuesta también se refiere a la penetración ideológica que planteó la Revolución francesa. Destaca que: “Antes de tratar este asunto, es menester recordar que a partir del siglo XVIII se habían difundido por el Nuevo Mundo las ideas políticas de la Ilustración francesa y que en México como en el resto del continente americano las élites criollas se identificaron mayoritariamente con el ideario de Libertad, Igualdad y Fraternidad de los franceses. Esta ideología se propagó en buena medida a través de la Masonería y otras sociedades secretas. La Iglesia condenó desde muy temprano las ideas de los filósofos galos (Voltaire, Diderot, D'Alanbert, etc.), pero ello no fue óbice para que muchos sacerdotes abrazaran el credo revolucionario por el que después perderían sus tonsuradas cabezas durante la Revolución francesa de 1789 y sus secuelas.”[3]
Desde luego las observaciones de Alexander von Humboldt marcaron y señalaron la idiosincrasia de la renovada forma del ser mexicano que nació con la Independencia. Aquella masa de enardecidos indios que creyeron en las proclamas de reivindicación propuestas por el cura Hidalgo. La utopía de que iban a ser tomados en cuenta por la fantasía de que por decreto se abolía la esclavitud y el pago de tributos. Sin embargo, la mayoría de los habitantes ni siquiera eran tomados en cuenta en las decisiones de la cúpula paternalista. Desde la alturas se discriminaba  por el color de la piel, la manera de comportarse, y principalmente por la supuesta ignorancia de no saber el idioma de los conquistadores.
Roger Bartra recapacitó sobre nuestra existencia histórica: “¿Qué futuro puede tener un país cuando su conciencia nacional parece naufragar trágicamente en las aguas agitadas del progreso y la modernización? ¿Qué escudo podrá proteger a la nación contra sus propios hijos, una prole de mestizos emotivos, groseros, holgazanes e indisciplinados?  Es necesario integrar a esta rijosa prole de pelados en la cultura nacional, de la misma forma en que fueron incinerados los restos del pasado indígena para que renacieran en el mito unificador del campesino melancólico. Igualmente el nuevo Prometeo que la revolución ha convocado –el mestizo cósmico, el proletario como embrión del hombre nuevo- va  quedar reducido a la imagen  patética del pelado. El indio agachado no tiene futuro, pero tiene pasado; el nuevo héroe no tiene pasado pero tampoco tiene futura. La mitología nacionalista lo ha castrado: ése es el precio que tiene que pagar el proletariado para entrar a formar parte de la cultura nacional”.[4]      
Durante la lucha por la Independencia, un enorme sector de la población indígena luchó con palos, arcos, y lanzaderas de  piedras. Fue la carne de cañón que se sacrificó ante la simulación y el engaño de los discursos oficiales. Como parte de la continuación del colonialismo impuesto por la Conquista española, los grupos indígenas pagaron con sus cuotas de sacrificio y muerte. Con la participación de la mayoría de los grupos indígenas se logró la separación con el reino de España. Aquellas masas de campesinos miserables, marginados y desposeídos de sus tierras, significaron el sueño de ser respetados en sus comunidades, y ofrendaron sus vidas por un poco de bienestar y seguridad social.
Enrique Semo destacó la importancia de la actividad capitalista: “En México, durante el periodo de transición en el siglo XIX, predominó, tanto en la agricultura como en la industria, la vía reaccionaria del desarrollo del capitalismo. Los primeros intentos de industrialización fueron promovidos por el capital comercial íntimamente ligado al viejo régimen. En este último tercio del siglo pasado, el desarrollo de los ferrocarriles, la minería, la industria de energéticos y parte de la industria del consumo estaban en manos de consorcios internacionales. La hacienda semifeudal inició su metamorfosis capitalista, sin la transformación radical de las relaciones de producción. Las revoluciones de Independencia y Reforma aceleraron el proceso por medio de la liquidación de los textos de despotismo tributario y el poder corporativo de la iglesia, así como por la consolidación del Estado nacional. Sin embargo no fueron suficientes para alterar la vía del desarrollo”.[5]
Luis Villoro, en uno de los trabajos de investigación trascendentales sobre la Independencia, advirtió que: “El 1808 señala el primer intento del criollo por volver a lo genuino, camino del origen. Pues tal le parece que al retroceder en el tiempo desciende también hacia el fundamento. El inicio histórico de la Nueva España, ¿no es acaso también su principio constitutivo? La doble acepción de “principio”, se confunde: es a la vez fundamento primero de la sociedad y comienzo de su vida histórica. Ahondar en el pasado es sólo una vía para alcanzar las bases en que descansa la sociedad y que permanecen ocultas. La marcha hacia el origen se reviste entonces de una templada añoranza por el pasado sepulto bajo el tiempo, definitivamente perdido, quizás; suave nostalgia de lo incorrupto y prístino, como la que a veces  hace volver la mirada hacia la niñez perdida, hacia el amor primero. ¿Podrá acaso retornar aquel día en que todo era auténtico y llano? ¡Quién pudiera hacer a un lado para siempre lo accesorio, arrancar las escorias que consigo trae el tiempo y revivir la ingenuidad primera!
El letrado, desplazado de un mundo que no halla acomodo, emprende el camino de retorno hacia una patria imaginaría. Su melancolía de hombre sin hogar lo impele a buscar la sociedad aquella en que había un sitio señalado para él y que le ha sido arrebatada. Así, la situación social en que se encuentra constituye el punto de partida de una actitud que marcará con su sello toda la revolución de Independencia. Con su aparición, la paradoja de todo movimiento revolucionario comienza: las proposiciones del partido criollo, que representan la posición más progresista del momento, implican, a la vez; un movimiento de retorno”[6].
La intención de no haber podido reconocer los usos y costumbres, los derechos y culturas indígenas permitieron que la aparición de un: “nuevo sistema se inicia con el ajuste de la economía precapitalista de los vencidos a un nuevo tipo de economía de los conquistadores que consistía en una mezcla del esclavismo y del feudalismo decadente en España, orientada a un capitalismo mercantilista que fue el nuevo proceso económico que de desarrollo dentro de la etapa colonial.
            Poco después de terminada la Conquista, los vencedores concedieron a los indios una categoría elemental de menores y les dieron el derecho a los beneficios del bautismo y la catequización.[7]
Lucio Mendieta y Núñez, escribió que: “Los indios y las castas consideraban a los españoles como la causa de su miseria; por eso la guerra de Independencia encontró en la población rural su mayor contingente; esa guerra fue hecha por los indios labriegos, guerra de odio en la que lucharon dos elementos: el de españoles opresores y el de indios oprimidos. Las masas de indios no combatieron por ideales de independencia y democracia que estaban muy por encima de su mentalidad; la de Independencia fue una guerra en cuyo fondo se agitó indudablemente el problema agrario para entonces ya perfectamente definido en la vida nacional.”
En referencia al contenido social en que se encontraba el problema agrario como una de las causas de la guerra de Independencia. También en sus estudios realizó un profundo examen sobre el papel de la Iglesia Católica. Por ejemplo: “La propiedad eclesiástica favoreció también en gran parte la decadencia de la pequeña propiedad agraria de los indios, por cuanto amortizaba fuertes capitales y sustraía del comercio grandes extensiones de tierra. Además de los despojos de que fueron víctimas, se deshicieron voluntariamente de muchas de sus propiedades en favor de la Iglesia mediante donaciones y testamentos. La Iglesia era, en la Nueva España propietaria de innumerables haciendas y ranchos que explotaba para beneficio del culto y acrecentamiento de sus riquezas.” [8] 
De igual forma, el cura Hidalgo contaba alrededor de la iglesia que le correspondía. Con sus respectivas hectáreas, en donde los indios asignados trabajaban en el cultivo y  en las cosechas. La hacienda reflejaba la esclavitud en que eran sometidas las comunidades indígenas. La imagen de esta lucha  entre los criollos con los españoles, mantuvo la estructura feudal. Entre los voraces litigios por el apoderamiento de las tierras de los grupos indígenas, destacó el enfrentamiento entre hacendados por las riquezas coloniales. Las comunidades indígenas, a pesar  de la persecución  sojuzgamiento y el despojo se concentraron en sus usos, costumbres  y amor por la tierra.
Gustavo Esteva estableció que: “En 1810, el año de la revolución de independencia las comunidades indígenas habían logrado salvaguardar para su propia explotación, aunque sometidos a la dominación “desde afuera”, alrededor de 18 millones de hectáreas. En diez mil ranchos y grandes explotaciones que ocupaban 70 millones de hectáreas, una parte importante de los trabajadores que en ellas prestaban sus servicios mantenía una organización comunitaria. Se declaraban baldías  alrededor de cien millones de hectáreas. El peón de la hacienda, que tenía las desventajas del esclavo y las del trabajador asalariado, buscaba aun supervivencia y desarrollo en la estructura social de su comunidad. Y esta se mantenía en lucha en lucha constante”.[9]
Como ya se mencionó, los indios respaldaron el movimiento que iniciaron los criollos, a pesar de sus diferencias y visiones del mundo. Frente al autoritarismo de los españoles de sangre original, los criollos de padres españoles pero nacidos en la Nueva España, permanecieron rechazados por la alta cúpula del poder institucional. Los grupos indígenas lograron sobrevivir ante las constantes amenazas provocadas por el repudio de la discriminación. Constantemente fueron objeto del despojo de sus territorios, la esclavitud, etnocidio, el genocidio y dominio político y religioso durante tres siglos, luego de la Conquista. 
            De acuerdo al Derecho Romano, las nuevas regiones conquistadas eran sometidas a estas leyes que consideraban a los bárbaros sólo como esclavos. Al mismo tiempo, mediante la cruz y la espada, la religión católica participó en este proceso dogmático para intentar borrar el pensamiento prehispánico que hasta la fecha continúa presente con la transmisión oral de nuestros mitos y leyendas. De esta manera se impuso la religión católica en el territorio de Mesoamérica. Al grado que Francisco de Vitoria justificó el exterminio de los infieles bárbaros del Nuevo Mundo, como: “matanzas y tormentos de inocentes, raptos de doncellas, estupros de matronas, despojo de templos…”[10]
            Sin embargo, los frailes que encabezaron la evangelización del Nuevo Mundo, trajeron en sus estudios, perfectamente analizada la propuesta de Santo Tomas, relacionada con el estudio del  hilemorfismo[11]. A partir del concepto de ley eterna, a la que se considera como  “la razón de la sabiduría divina en tanto que rectora de todos los actos y movimientos”. Desde el estudio de la propuesta ordenadora de Heráclito, que había intuido en la naturaleza (Logos), y de la que los estoicos habían hecho fundamento de su filosofía. De este modo, la concepción teleológica aristotélica,  según la cual todos los seres tienden por naturaleza a un  fin que les es propio,  obtiene en el universo regido por la ley eterna divina su definitivo fundamento. Todo este conocimiento fue razonado por el cura Hidalgo.
La ley eterna divina tuvo concreción en la ley natural, que regía el movimiento de los seres hacia su fin natural. Los seres irracionales no eran conscientes de tal ley natural: se dejaban guiar por ella de manera directa y necesaria. Los escolásticos llegaron a la conclusión de que Dios hubo creado seres con entendimiento y voluntad, seres humanos dotados de razón y libre albedrío. Estas leyes que el hombre descubría analizando su propia naturaleza constituyó lo que Santo Tomas denominó la ley moral natural. “Ha de hacerse el bien y evitarse el mal”,  de este principio derivaron las siguientes premisas: “Todo aquello a lo cual el hombre se encuentra naturalmente inclinado, la razón lo considera naturalmente bueno”, y “el orden de los preceptos de la ley natural sigue el orden de las inclinaciones naturales”. Los  seres humanos  lograron deducir racionalmente el contenido de la ley natural analizando las tendencias esenciales de la naturaleza humana en  tres niveles: sustancia, animal, y racional.
Descubrieron la tendencia natural al conocimiento y a vivir en sociedad. También de la tendencia al conocimiento a la verdad se plantearon normas relacionadas con aquel tipo de actividades humanas. Para Santo Tomás, la ley positiva desembocó en una prolongación de la ley natural. Bajo esta teoría, los frailes intentaron un poco proteger a las comunidades indígenas, de la voracidad de los españoles y criollos, que se consideraban los verdaderos dueños del naciente Estado mexicano. En este sistema los indios sólo desempeñaron el papel de sus esclavos, que aportaron la fuerza humana motriz como mano de obra de los esclavos.
Por tanto, los criollos sintieron el peso de la discriminación, y fueron rechazados por las autoridades enviadas por la Nueva España. Comenzaron a tomar conciencia y renegaron de los españoles, denunciaron su opresión política y la explotación a los americanos como los criollos se asumieron, evitaron reconocer la condición de esclavos en que vivían los grupos indígenas quienes eran los dueños originarios de los territorios ocupados por los extranjeros españoles, criollos y luego también por los mestizos. Miguel Hidalgo y Costilla exigió a los criollos insurgentes que se respetara la propiedad incluso de los españoles, y no se opusieran a la revolución de Independencia, pero nunca  se restituyeron las tierras y territorios a sus dueños originarios, las comunidades indígenas. 
A pesar del intento de prohibir la esclavitud y la entrega de tributos, en las proclamas del “Despertador Americano” de Hidalgo, se presenta el proyecto político en el que los criollos reclamaron para sí el control del gobierno, la economía nacional y la titularidad de la soberanía nacional, pues se reivindicaron como el pueblo americano. En la tarea política de definir y pactar el Proyecto de Nación y de todo asunto de gobierno futuro los indios fueron ignorados, como si no existieran. Insurgentes e independentistas concibieron -cada quien a su modo- y finalmente pactaron un proyecto de Nación étnicamente Única en la cual los Pueblos, Tribus y Naciones fueron disueltos oficialmente.
La destrucción del mito del cura Hidalgo quedó plasmada en su juicio de excomulgación  y condena de ser fusilado. Los soldados del pelotón tuvieron el temor de cometer pecado mortal si le disparaban al corazón o a la cabeza. Al final del fusilamiento, permanece hasta nuestros días la imagen trágica de su  agonía. Un testigo presencial, Juan Vicente García describió que el general Nemesio Salcedo le ordenó a un indio tarahumara: “Corta la cabeza de ese reo”. Por lo que en su presencia y con un sable muy filoso de un solo tajo la separó del tronco; visto lo cual por aquel jefe, le dio al bárbaro ejecutor 25 pesos de gala. Este hecho fue referido por su padre, el historiador Luis Pérez Verdía.[12] 
José María Morelos, continúo la lucha de Independencia, que aceptaba el sojuzgamiento de: “Que la Religión Católica sea la única, sin tolerancia de otra. Que todos sus Ministros se sustenten de todos y solos los Diezmos y Primicias, y el Pueblo no tenga que pagar más obvenciones que las de su devoción y ofrenda. Que el Dogma sea sostenido por la Jerarquía de la Iglesia, que son el Papa, los Obispos y los Curas, porque se debe arrancar toda planta que Dios no plantó”. Lo cual ahondó mucho más el abismo entre los grupos indígenas y los nuevos administradores de la riqueza y el poder. Se intentó otra vez destruir la memoria indígena.
Los liberales y conservadores, criollos y mestizos, emprendieron la tarea de construir sus instituciones y sus leyes, simularon copiar las constituciones de Cádiz y la de Estados Unidos de Norteamérica, con la idea de que México era una sociedad de una sola etnia, de una sola cultura, de una sola lengua y de una sola religión. La gran diversidad cultural y étnica que componía el 80 % de la población nacional y que era indígena fue simplemente ignorada. La fatalidad histórica de las comunidades indígenas fue la de haber derramado su sangre sólo para fincar el Estado de sus nuevos opresores.
Dieron inicio los conflictos entre liberales y conservadores, era una disputa por la Nación, por el control del Estado para favorecer un sistema de acumulación de capital. Pero para unos y otros políticos, los Pueblos indios eran considerados solo como un activo económico muy poco diferente de las bestias de carga, a pesar de que la esclavitud se había abolido por decreto del presidente Vicente Guerrero el 15 de septiembre del año 1829.
Con los criollos nació el Don Nadie, que definió Luis Villoro, y Octavio Paz aseguró posteriormente que era de: “padre español de Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y habla con voz fuerte y segura. Don Nadie llena al mundo con su vacía y vocifera presencia”.[13] El reconocimiento a la imposición de una ideología, el dogma católico. La realidad de no reconocer los orígenes de las culturas y lenguas indígenas. El sometimiento a la ignominia de no pensar más allá de los dogmas religiosos. El repudio a todo lo que pudiera estar relacionado con las raíces indígenas. Los hijos y nietos de la Malinche rechazaron a la figura paternal, e inventaron la utopía y la ideología de un Estado-Nación, Octavio Paz señaló que: “nuestra historia como nación independiente contribuiría también a perpetuar y  hacer más neta esta psicología servil”[14].    
El fracaso y mentira de la Independencia radicó en que no se intentó la descolonización de México. El proyecto político y cultural se encuadró bajo la propuesta de la civilización occidental católica que centró todo su poderío en la destrucción de Mesoamérica. La fantasía de la separación con la Madre Patria, llevó únicamente a la paranoia de pasar a la tutela desconocida entonces del abandono por parte de una madrastra denominada Iglesia Católica. Al analizar esta parte de la historia de México, Maximiliano se refirió a que: “Los indios son la mejor gente del país; los malos son lo que se llaman decentes, los clérigos y los frailes”, según lo destacó Guillermo Bonfil Batalla[15],  y dio a conocer que a partir de la intervención francesa se: “Crea una comisión mixta”, (de mexicanos  europeos) para estudiar las condiciones de la vida de los indios. No pasa nada. La emperatriz decreta la abolición de los castigos corporales en las haciendas, reduce la jornada de trabajo y establece límites a la servidumbre por deudas. Tampoco pasa nada”.
Hay que destacar las reflexiones sobre la propuesta de los indios de México, en la actualidad: “La Nación mexicana (desde su fundación en 1824), nació con una sola religión: la católica, un solo lenguaje: el español, una sola cultura: la española criolla y una sola autoridad y ley: la constitucional y liberal. Nuestra espiritualidad volvía a considerarse cosa del demonio y no sería tolerable; A partir de ahora si queríamos participar en la vida de la nación debíamos hablar en español; nuestra cultura sería considerada durante décadas como salvaje, inferior y retrógrada y un obstáculo para la prosperidad por lo que debía desaparecer; nuestra organización política tradicional y sus prácticas de gobierno, administración y justicia autónoma fueron consideradas ilegales.
Al imponerse el modelo de Nación Única y Estado Republicano y luego ser reafirmado por el Constituyente de 1917, se decidió al mismo tiempo que los Pueblos, Tribus y Naciones indias deberían dejar de existir al menos legalmente. Consecuentemente la relación política histórica que impuso el Estado mexicano a los Pueblos indígenas fue de segregación étnica y de dominio político.
Los constituyentes de 1824 y de 1910 no sólo no consideraron la construcción de una Nación pluricultural como éramos en la realidad, sino que ahora debíamos dejar de ser indígenas para ser verdaderos mexicanos. Ahora quedábamos en el total desamparo. El nuevo Estado mexicano se anexó todos los territorios indígenas existentes en el que fue el “virreinato llamado antes Nueva España, el que se decía capitanía general de Yucatán, el de las comandancias llamadas antes de provincias internas de Oriente, y Occidente, y el de la baja y alta California con los terrenos anexos e islas adyacentes en ambos mares”. Pero cuando México perdió casi la mitad de su territorio con la guerra que culminó en los Tratados de Guadalupe Hidalgo de 1848, los intelectuales liberales y algunos conservadores como José María Roa Barcena protestaron por la pérdida de territorio pero nadie lamentó la división de los territorios ancestrales de nuestros Tribus y Naciones indígenas del Norte.”[16]
Con la distorsión de la realidad se logró inventar a un ser originario descendiente de las civilizaciones de Mesoamérica y del Occidente católico. De un fanatismo se impuso otro igual de terrible con su santa inquisición, llamado Santo oficio, y sus verdades absolutas. Se construyó el edificio imaginario de un pervertido nacionalismo. La mitología de héroes casi sacralizados como lo hicieron los antepasados prehispánicos, mediante los dibujos de los tlacuilos, o a través de las imponentes esculturas. Algo idéntico a los artistas griegos y romanos que realizaron sus obras magnas, en donde narraron sus episodios históricos. 
También con el cura Hidalgo se hizo la figura protagonista de las estatuas oficiales, y se inventaron retratos. Lo mismo sucedió con la imagen de la Virgen de Guadalupe que utilizó como estandarte al frente del movimiento de Independencia. Aquella belleza que se cantaban los conquistadores al llegar al Nuevo Mundo: “Crieme en aldea, / híceme morena: / si en villa me criara / más bonica fuera / Morena me llaman… Yo blanca nací. / el sol del enverano, / ne hizo a mi ansí. / estribillo: / morenica, graciosica, / morenica y graciosita / y mavromatiani[17]
Y Hernán Cortés portaba una pintura en su escapulario debajo de su armadura para combatir a los infieles. La imagen morena que fue una versión mariana del santuario está en la villa y puebla de Guadalupe, (Cáceres), España, y representó la inspiración de los conquistadores del Nuevo Mundo.




[1] “Otro Lunes”, Revista Hispanoamericana de Cultura, Número quince, noviembre 2010. Año cuatro. (http://www.otrolunes.com/)
[2] Apuntes de historia nacional,  (1808-1974),  Sep, 1981, México.
[3] Artículo Citado
[4] Roger Bartra, La jaula de la melancolía, Grijalbo, 1987, México
[5] Seis aspectos del México real, Universidad Veracruzana, México, 1979.
[6] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, FCE, México, 2008. 
[7] Ricardo Pozas, Isabel H. de Pozas, Los indios en las clases sociales de México, Siglo Veintiuno, México, 1971.
[8] Lucio Mendieta y Núñez El problema agrario de México,  Editorial Porrúa, México, 1971.
[9] Gustavo Esteva, La batalla en el México rural, Siglo Veintiuno editores, México, 1982.    
[10] Francisco de Vitoria, Relecciones del Estado, de los indios, y del derecho de la guerra, Porrúa, México, 2007.
[11] Teoría filosófica ideada por Aristóteles y seguida por la mayoría de los escolásticos, según la cual todo cuerpo se halla constituido por dos principios esenciales, que son la materia y la forma relacionada con el derecho divino
[12] Compendio de la historia de México, Librería española de Garnier Hermanos, París, 1892. 
[13] El laberinto de la soledad, FCE, México 1959
[14] El laberinto de la soledad, FCE, México 1959.
[15] México profundo, Grijalbo, México, 1994. 
[16] Proyecto Indígena de Nación, Septiembre, México, 2010
[17] Julio Rodríguez Puértolas, Poesía crítica y satírica del siglo XV, Castalia, Madrid, 1981. 

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