jueves, 8 de agosto de 2013

Editorial



A tres años del primer ejemplar editado en septiembre de 2010, la comunión del conocimiento, la creatividad y el análisis, a través de la sensibilidad y la reflexión, sigue. Hoy, gracias a ustedes, estimados lectores y colaboradores, llegamos al número 36 de nuestro Tlanestli. Amanecer. Nuestras páginas han dado cabida a temas educativos (estudios, comentarios y propuestas), artículos sobre diversos temas de la cultura, historia regional, tradiciones populares, creación literaria (relato y poesía, en su presentación bilingüe y en español), temas relacionados con la salud, ensayos sobre libros y autores, caricatura–cartones, y un espacio para quienes nos hacen el honor de leernos y gusten de expresar su sentir. Lo cual nos habla de la forma en que el mundo real y simbólico incide en la consciencia y percepción de los sujetos, y en cómo se contempla en el lenguaje que reconforta y confronta. Esto, de acuerdo con la convicción que tenemos de que cualquier escrito implica una posición estética y ética, y bajo el compromiso tácito de hacer más nobles nuestros espacios de convivencia, que no sólo son públicos y privados, en su acepción sociológica, sino también íntimos y universales, en todo aquello que nos hace ser Hombres.
     Quienes hacemos posible este foro de expresión literaria–educativa–cultural, damos las gracias a ustedes, quienes nos leen; apreciamos el tiempo, la atención y los comentarios que nos brindan. Seguimos pendientes de nuestra Misión, Visión y Valores, porque estamos convencidos de que la cultura, en sus distintas manifestaciones, engrandece al ser humano; y la responsabilidad y el respeto, hacia el otro y hacia sí mismo, lo humanizan y dignifican. Por ello, ponderamos el sentido de las palabras y el uso que cada colaborador hace de ellas en sus trabajos, pues la intención es ayudar a comprender, explicar y apreciar nuestro ser y hacer en la vida.
      Los objetivos de Tlanestli. Amanecer han dado frutos encomiables: 1. La incorporación de nuevas voces críticas, propositivas e imaginativas, que han enriquecido nuestro espacio. 2. La difusión de nuestro quehacer en internet. 3. La distribución en instituciones educativas y públicas de diversa índole. 4. La publicación del libro Tlanestli. Diálogo entre docentes, cuyo corpus está formado por escritos aparecidos en los números de la edición impresa. 5. Una reestructuración que, en agradecimiento a todos ustedes, y con miras a ofrecerles una publicación de mayor calidad, verteremos en el siguiente número.

      A ustedes, apreciables lectores, gracias por su atención y amabilidad durante estos tres años.
                          Gracias, a nuestros colaboradores, equipo de producción, diseño, administrativo, suscriptores y benefactores.
                                                                         Gracias, a todos, por un mejor porvenir, cultural, que podamos construir juntos.



EL AMANTE Marguerite Duras Pasión abrasadora


                                                       
                                                                                  Aurora Ruiz Vásquez

Releer un libro nos muestra la posibilidad de encontrar cosas nuevas que a la primera lectura se nos escapan, por lo que este acto es recomendable. Recordándolo, al revisar mi biblioteca tropecé con la novela corta El amante de la escritora francesa Marguerite Duras (1914-1996) publicada en 1984, y no dudé en devorar sus páginas de las que tenía vagos recuerdos gratos.
La autora, nació en 1914 al principio de la primera guerra mundial, de padres franceses,  reconocida mundialmente por su obra narrativa, destacó como dramaturga y guionista. A los cuarenta años de distancia de publicar su primera novela, aparece  El amante que se edita en veinte idiomas y es  merecedora del premio Concour. Otras obras maestras son El hombre sentado en el pasillo y El mal de la muerte.  
El texto del libro no es extenso (145 páginas.) y de una prosa fluida y bien cuidada, llena de poesía. No se estructura en capítulos, sino en bloques con frases y párrafos cortos según aparecen en la memoria, lo que resulta interesante. La autora es la protagonista y narradora, utiliza la primera y tercera persona como para esconderse en ella.  Su estilo es especial al no utilizar el diálogo directo, sino que emplea el  verbo infinitivo “decir” en todas sus inflexiones (diálogos dirigidos)  Los temas recurrentes en sus obras son la soledad, el amor y la muerte, así como sus deseos de liberación.
En la novela El amante,  la autora se explaya relatando  las condiciones adversas  reales en que vivió su infancia y adolescencia atormentada por el amor, el odio y el deseo.
Tenemos ante nosotros una historia extraordinaria cargada de erotismo, basada en la realidad, reflejo novelado de lo ocurrido a miles de seres humanos a lo largo de los años veinte.
Se trata de una adolescente francesa de quince años muy bella pero pobre, nacida en Saigón, cuya infancia y adolescencia la pasa en Indochina  y más tarde regresa a Francia, tierra natal de sus padres         . Tiene apenas quince años y medio cuando cruza miradas con un rico joven chino de veintiséis. Ella, provocativa, acepta subir a su limusina que la conduce a un departamento donde se desborda el amor de él y el deseo de ella, transformándose en  amante incondicional, donde se entrega con  la pasión intensa que buscaba.
La chica procede de una familia desintegrada que era un desastre: el padre muerto, cuando ella tenía cuatro años, la madre maestra, media loca, dos hermanos, uno vago, ratero y asesino, preferido de la madre; el otro débil, lleno de miedos y desvalido, la jovencita inteligente, estudia y anhela ser escritora. Son pobres pero dignos, la mamá quiere guardar las apariencias.
Cuando la madre se da cuenta de la conducta de su hija, piensa en la deshonra a la familia,  motivo por el que la golpea a muerte, pero a la vez, piensa que su niña podría generar dinero a la casa y fomenta la relación del rico chino de Cholen al que no quieren ni hablan, pero sí aceptan sus comidas en lujosos restaurantes.
Marguerite vivió de prisa y pronto maduró y envejeció. “A los dieciocho años ya era demasiado tarde, cuenta que tenía un rostro macerado por arrugas prematuras” Cuando su hermano menor al que quería de verdad, murió, pensó separarse de la casa y lo hizo en 1942 para olvidarse por completo de ella. La pobreza extrema, el desamor de la madre y hermanos y la no aceptación de la relación entre el chino y una blanca, fueron las razones detonantes de su actitud emancipadora.
La separación irremediable de los amantes destrozó sus vidas, sin   embargo, a través del tiempo y la distancia ese amor perduró; volvieron a escuchar sólo las voces diluídas, deshilvanadas de ese amor . Ella, mujer impetuosa y obstinada  terminó aniquilada por los efectos del alcohol y murió a los ochenta y un años.
La lectura de la obra me ha cautivado porque muestra una realidad oculta que pasa inadvertida. Una historia de iniciación o aprendizaje donde los adolescentes empiezan a conocer el placer y en este caso, ella prematuramente sobreexcitada, una mujer que empezaba a serlo,  pero que tuvo el valor como escritora, aún siendo mujer, de desafiar al mundo enfrentándose  a la época  y tratar temas que escandalizaban,  pero que encontró en ello un bálsamo a sus heridas. Su vida privada quedó plasmada en sus obras.
Por otro lado, dentro del estigma de la raza judía, era inconcebible la unión de un blanco con un chino, eran amores ilícitos, ellos lo sabían sin esperanza y decían  “nuestro amor podría  llevarnos a la cárcel”.
La prosa de Marguerite Duras tiene un equilibrio expresivo de calidad estética, aborda el erotismo como concepto universal profundo, la consumación del amor y el destino de la mujer, donde vivencias familiares  marcan a la protagonista para siempre, sobre todo, el abandono maternal.
Leer la novela El amante y adentrarse en ella, es disfrutar emociones de amor y rebeldía, ante las injusticias originadas por prejuicios sociales,  que nos llevan a comprender situaciones vitales.

                       
                                                           Duras Marguerite (2003) El amante
                                                                       México Tusquets Editores



EL CAZADOR DE MATAFORAS




Rafael Mario Islas Ojeda *

Le dijeron que debía aprovisionarse de metáforas. Llenar los odres y las alforjas y peregrinar hacia la meca de la imaginación, sembrando en el viento las semillas engendradas por las metáforas más fértiles y esperar la cosecha ubérrima.

Echo a andar con paso apresurado y se hizo de una red fuerte y segura. Para alcanzar al vuelo las metáforas.  Al inicio del camino cazó muchas que le llevaban más y más allá, en carrera sin fin. Algunas se salieron entre la urdimbre y otros huecos de los hilos de la red, otras desparramaron y solo unas cuantas se quedaron.  Alguna sufrió metamorfosis, otras sufrieron mimetismos sorprendentes. Cambios que parecían tener vida propia.

Se convirtió en experto, las agrupó por tamaño, por género y por número. Metáforas impuras cuyas imágenes reflejaban un piélago distante, profundo e ignoto como el viento. Sensoriales, complejas, visionarias y aún colectó las anheladas hiperbólicas
 Algunas sufrían de metonimia, las restantes  eran metagoges simiescas, tropos por semejanza y alegorías, buscó la metagoge que cobraba animación por si sola. Las escogía, las contemplaba, incluso las arrullaba. Por fin las sembró en el   ....aire y se sentó exhausto a esperar la ubérrima cosecha de poemas, así se durmió y al despertar... la vida había cambiado, el amor había escapado, la poesía estaba muerta y los poetas proscritos. Las metáforas atrapadas al vuelo habían perdido su frescura y por ello habían terminado en convertirse todas en signos insípidos, insustanciales y vacuos.

 “O tempora o mores” ya no había una sola metáfora para sembrar de nuevo la poesía. El Réquiem se escuchó en la madrugada.


* Minicuento dedicado a los cazadores de sueños y buscadores de utopías.


LA MAESTRA DE PIANO


Raúl Hernández Viveros 

Casi a la media noche, una anciana se colocó detrás de mí y empezó a estudiar los movimientos de mis cansados dedos. Al poco rato, ella reconoció las melodías que brotaban del piano. Su rostro cruzado por las arrugas, me hizo reflexionar que era demasiado vieja. Apenas yo había cumplido el medio siglo, y ya semejaba un vetusto hombre casi al final de su vida. Súbitamente reconocí el perfume del talco. Y fue cuando me di cuenta que era la pianista que tocaba en el jardín de niños. Aquella figura contrahecha estaba más borracha que todos los seres de aquel territorio.
Ella alzó las manos convulsas y se aferró a mi espalda. Vacilante caí en un lago de asombro, perplejidad y horror de mirar aquella piltrafa humana, sobre lo que ahora era una caricatura mal hecha de la imagen de la maestra. Entre balbuceos  intentó contarme que se dedicaba a pedir limosna o exigir la piedad de que sencillamente alguien le regalara un trago de ron. Con sus dedos temblorosos aprisionó mi vaso que estaba encima del piano, y de un sorbo vació el líquido ámbar en su garganta.
Tuve la certeza de que nadie se había fijado en nosotros. Sin percatarme, me tomó las manos gastadas, y sin fuerzas acarició cada uno de los dedos. En voz baja, casi en secreto,  agradeció haberme encontrado al final de su calvario, y reconoció mi talento y afición por tocar maravillosamente aquellas teclas que marcaron el camino hacia mi propio y único destino.
-Sus melodías me recuerdan algo de mi pasado –dijo.
-¿Qué recuerdos tiene ahora?
-Recuerdo la película Casablanca, porque me hizo llorar muchas veces. No puedo dejar de repetir lo: “de todos las bares del mundo, llegaste al mío”, o aquello de “toca Sam la que me gusta”. Las palabras ahora desaparecen de mi pensamiento. Se me olvidó que fui una maestra, y ahora no sirvo para nada. Las cosas se esconden detrás de la oscuridad de mi pensamiento.
-No diga eso. Mejor con las propinas le invito otro vaso de ron. ¿O prefiere otra cosa?
-A estas alturas todo es ganancia. Ni siquiera puedo mover los dedos  por la artritis.
-Claro que no hay que ponerse así porque con la borrachera se va a ver más fea.
-Usted me recuerda algo del pasado. Su cara me resulta familiar.
-Olvide el asunto y mejor brindemos por estos instantes.
Mientras tocaba las teclas, disimulé mi asombro. No podría creer lo de este momento. Un mesero trajo la botella de ron que otros borrachos me obsequiaron por atender sus peticiones musicales.
Desde su mesa cantaban en coro los boleros anotados en una servilleta de papel. Esa noche no pude dominar la ansiedad de llenar mi espíritu y cuerpo de ron. Conseguí reír a carcajadas cuando sentí que las teclas bailaban alocadamente y saltaban como imbéciles.
No recuerdo el momento en que la borracha se derrumbó a un lado del piano, y tampoco cómo logré acomodarla debajo de una mesa. Entre las sombras de los parroquianos atravesamos el umbral del bar. Casi no sentí su respiración. Íbamos inmersos en un pantano, y a cada paso nos hundíamos más sin poder salir de aquella trampa.    
Yo y la anciana abandonamos el bar. Estábamos aniquilados por el alcohol y el encuentro inesperado de almas en pena. Todo esto duró varios minutos  que equivalían al exacto número de los pasos aprendidos de memoria para llegar a la casa de huéspedes. Este mecanismo siempre me ayudaba  a no extraviarme durante el regreso, principalmente cuando regresaba entre los laberintos de la inconsciencia, y los primeros rayos del sol.
Sin desvestirnos, caímos en el colchón. Nos sumergimos en el vacío de la embriaguez, dentro de un sueño profundo pero sin soñar. Yo también perdí el conocimiento.
Al medio día, mi mano izquierda buscó la botella, y calmé la sed con un prolongado trago. Con la mano derecha moví el pequeño cuerpo de la anciana para invitarla a tranquilizar su existencia y entonces reconocí la piel fría. De golpe casi todos mis pensamientos se arremolinaron sobre la convicción profunda de que era otra estupidez de mi borrachera. Tal vez se repetían los delirios tremens, y decidí mejor cerrar los ojos refugiándome nuevamente en la levedad del inconsciente.     
            Como era lunes, decidí seguir el descanso sin salir del cuarto. Y dormí muchas horas Después incliné la cabeza a la derecha y mi frente se impactó con aquella frialdad mortal. Me levanté y sigilosamente comencé a vestirme. Acomodé algunas cosas en una maleta. Acabé con la taza de aguardiente, y guardé una botella llena al lado de la ropa que me llevaba.
            Unos minutos más tarde, avancé contando exactamente los mil pasos desde la puerta de la casa de huéspedes. Y llegué, a la estación de autobuses. Iba perturbado por los tragos y la muerte de la vieja. No soportaba tanta tristeza y maldad.
Antes de llegar frente a la ventanilla, me llevé a la boca un montón de pastillas de menta, las mastiqué, y con el aliento perfumado le pedí un boleto. La joven encargada me preguntó a qué ciudad me dirigía. Le contesté que me iría en el siguiente autobús que estuviera a punto de partir, ya no me importaba cuál sería mi destino. 
Durante varias horas, el autobús vino del centro hacia la noche. Hasta este instante, nunca recordé el nombre de la maestra que me enseñó a bailar al ritmo de las melodías que le sacaba al piano. Tampoco olvidé cuando me contó la historia de Guido Arezzo, a quien ella consideraba el “padre de la música”.
Ella me había enseñado que fue él quien dio el nombre a las notas musicales inspiradas en las sílabas iniciales de unos versos dedicados a San Juan Bautista, y había ideado el pentagrama, que a mí nunca me interesó para nada, ni tampoco tuve la necesidad de conocer y estudiar. Y no experimenté otra molestia más que la claridad del cielo, que me iluminó la memoria.

Llegaron a mis pensamientos, aquellos días en el jardín de niños cuando tuve la suerte de encontrarme con la profesora que tocaba el piano. Me aburría todas aquellas mañanas, por estar rodeado de niños que eran abandonados en manos del entretenimiento y la educación de los maestros expertos de párvulos. Cuando ella iniciaba el concierto, yo volvía de inmediato a integrarme al mundo. Me instalaba, siempre muy cerca, detrás de la pianista. En primer lugar, olía el perfume de talco. Más tarde observaba los movimientos de los dedos largos que golpeaban las teclas elegidas.
            -Me gustaría enseñarte, pero tienes que crecer un poco más.
            -Creo que podré hacerlo. Con ver el movimiento de los dedos puedo recordar bien el sonido de las teclas.
            -Efectivamente, tienes buen oído.
            -Es posible que lo haga sin darle valor a las notas.
            -Hay muchas personas que obran igual y han llegado a triunfar en la vida.
            Fue cuando tomé la decisión a tocar el piano al costo que fuera. Por otra parte, también imaginé que me dedicaría al conocimiento de la música para poder leer las partituras, igual que aquella hermosa mujer;  que para mi significaba la presencia  misteriosa de los ángeles. Detrás de aquellas melodías, brotaban mis lágrimas y eran como si provinieran de un mar tempestuoso.
            El cambio de ritmo provocaba alegría de vivir y conocer las curiosidades del mundo. Entonces movía las piernas, y seguía el ritmo de las canciones. De reojo medía cada uno de mis pasos y sonría ante el impacto ingenuo que provocaban los movimientos cadenciosos. Esta etapa marcaba la inocencia de una edad, en la cual no fui lo suficientemente capaz de advertir la maldad.
-Eres un niño con bastante suerte.
            -Me parece fácil tocar las teclas y sacar melodías del  piano.
            -No es tan fácil. Es cosa de llevar el ritmo, que los pies vayan en movimiento.

            -Lo que me gusta es bailar.

            -Hay que hacer lo que uno más quiere en la vida.
            -Yo quiero tocar las teclas.

            La pianista organizaba bailes entre niños y niñas, lo que aprovechaba, y gozaba  dando las vueltas entre esas manitas que apretaban las mías. Creo que fueron importantes los días en que tomé la decisión de imitar el oficio de la maestra.
Posteriormente, el tiempo se deshizo entre los sonidos de las teclas y fue el descubrimiento por una pasión que me enloquecía hasta el delirio en esta lucha por vivir mi destino. Nunca supe si era tarde porque la vida tenía muchas sorpresas.
Durante mi adolescencia vagué hasta dedicarme a la venta de cristos, santos y vírgenes por pueblos y ciudades. Recorría cada calle, iba de puerta en puerta, hasta que caía la noche y llegaba el fin de semana, que eran la culminación con el culto religioso del domingo.
En esos viernes día me bañaba y perfumaba con el talco parecido  al que usaba la pianista. Me iba a recorrer los bares. Al descubrir en un establecimiento algún piano, sin pedir permiso me ponía a contemplar el color de la madera de abeto, que brillaba con el barniz negro. Era un acto mecánico, y de memoria recordaba los movimientos de los dedos de mi maestra. El encargado me invitaba a levantar la tapa del piano
-Si quiere tocar nuestro piano le doy permiso. Nadie lo ha tocado desde el año pasado.
            Tras juntar coraje, me acomodé en el asiento y recorrí con los dedos todas las teclas. Aparecieron tres mujeres para solicitarme les tocara algunos boleros. Me apresuré a llevar la letra con el movimiento en los labios.
            -Tiene todavía voz,  -dijo la más joven.

            -No crea, son los últimos vestigios que restan.
            -Quiero contratarlo durante el día. Dígame su dirección.
            -Pierda cuidado, rento un cuartucho, y me apenaría invitarla a conocer donde vivo.
            Las otras dos mujeres eran cómplices de esta propuesta.

            -Tal parece que hace lo que le da la gana.

            -A pesar de mi larga existencia prefiero ser libre.

            -No es necesario. Esta noche los tragos van por nuestra cuenta,  –dijo la más vieja

            Al principio, los parroquianos me invitaban vasos de ron o whisky. Antes de llegar al espacio de la embriaguez, todavía recordaba que otros me regalaban suficientes  billetes de varias nominaciones. Entonces percibí que ganaba más  que con la venta de las figuras de cristos, santos y vírgenes. Decidí hacer un itinerario de los bares que contaban con pianos. Escribí un programa de mis actuaciones, y llevé la cuenta de mis gastos y ganancias. Comprendí que sólo descansaba los lunes y dormía todo el día sin salir de mi cuarto.

            Ese proyecto funcionaba bastante bien porque estaba fascinado por mi prolongada soltería que intentaba engañar con los tragos obsequiados cada noche, acompañados de otras recompensas. Al amanecer volvía a contar mis pasos que me llevaban desde el bar elegido al pie de mi cama, gracias a mi poderosa memoria aprendí al lento recorrido a partir del centro a cada una de las cantinas. Conocía todos los pianos y a cada uno de los habitantes nocturnos, quienes me saludaban al llegar, y antes de comenzar a tocar, invitaban vasos de ron para calentar mi espíritu y los huesos de mis dedos.

            Después de la rutina, en mi habitación, los lunes por la tarde la sed despertaba mi ansiedad, y necesitaba tranquilizar los nervios. Debajo de la cama, a un lado de la mesita junto a la lámpara, brotaban las botellas de aguardiente. Saboreaba algún rancio bocadillo que era el foco de atención de las moscas y cucarachas. Sin tomarlas en cuenta, las asustaba un poco salpicando ron, y sin temor devoraba aquellos restos de basura.

            Me dormía otra vez. A veces me despertaban en la puerta los golpes de la dueña de la casa de huéspedes.

            Por supuesto, yo no abría y los gritos exigían el pronto pago de alquiler. Cuando me encontraba de buen humor, le contestaba que no se preocupara, prometía que a fin de mes me pondría al corriente. De esta manera, las semanas pasaban deshaciéndome en promesas de volver a vender cristos, santos y vírgenes, pero la necesidad de presionar las teclas me transportaba a recorrer puntualmente los bares.

            Con la perdida de la voz, se multiplicaron los gestos en mi cara. Gesticulaba a cada rato, a pesar de que alguien siempre me solicitaba que cantara su bolero favorito, yo sacaba fuerzas y cumplía los deseos. Mis gestos de cansancio advertían el deterioro de mi cara y ni siquiera podía mantener en calma mis palabras, pues me resultaba difícil pronunciar frases completas.

Pensé que iba a morir solo, marginado a la orfandad de la soledad, en este viaje rumbo a lo desconocido. El ruido del motor logró hacer que volviera a recordar que había sido capaz de memorizar las partituras invisibles que aparecían en alguna parada del autobús, y de pronto me dormí con aquellas notas solitarias.


Raúl Hernández Viveros (Ciudad Mendoza, Veracruz,1944). Ha publicado La invasión de los chinos (1978); Los otros alquimistas (1980); Los tlaconetes (1982); El secuestro de una musa (1984); Una mujer canta amorosamente (1985); El talismán del olvido (1992); Días de otoño (1995); La conspiración de los gatos (1997); La generosidad divina (2009), la novela Entre la pena y la nada (1985) y los libros de ensayos: La nictalopía de Sor Juana Inés de la Cruz (2000), Memoria y pensamiento (2001), La Mitología de Roberto Williams García (2002), y Relato Español Actual (2003), libro que lleva varias reimpresiones en la Península ibérica, editado por el Fondo de Cultura Económica y la UNAM. Durante una década estuvo a cargo de la revista La Palabra y el Hombre, y del Departamento Editorial de la Universidad Veracruzana. Actualmente es director de la revista y ediciones Cultura de VeracruZ.


VULNUS BEATUS


Silvestre Manuel Hernández*

La vida, de una u otra manera, ya sea en cuanto experiencia o en tanto conocimiento, nos brinda sorpresas, para bien o para mal, pero todas nos van forjando un carácter, una ilusión y una esperanza; el cómo la entendamos o re-semanticemos, depende de la sensibilidad y de la razón que hayamos encontrado en ella. Es así como ha devenido “la sabiduría” en pequeñas sentencias, aforismos o apólogos; que, como decía Baltazar Gracián: “de lo bueno, si poco, doblemente bueno; y aún lo malo, si poco, no tan malo”. Estas construcciones verbales se remontan a la literatura y filosofía griega, que entran en el pensamiento religioso, gracias a la expansión del latín como lengua culta. En este sentido, hablo de una “herida dichosa” (Vulnus Beatus), para ser partícipe de la tradición humanista de Occidente. Valga, pues, las siguientes líneas, factibles de significar una o varias cosas a la vez, en este o aquel periodo de la existencia; pero que, de una u otra forma, nos acercan más a lo que llevamos dentro, quizá a lo humano.



De la gracia
Cuando estaba a punto de cruzar la meta, se le apareció un genio y se ofreció a cumplirle tres deseos, de ellos escogió dos: no haber nacido.
Del sueño
Cuando tuvo el último sueño del último hombre de la última galaxia, empezó a soñar que estaba vivo.
De la autoafirmación
Aceptar el fracaso ante las cosas inmediatas o trascendentes de la vida, y no esperar más milagro que la ausencia de la felicidad para perderse en la realidad trágica de la vida.
De la enfermedad
Quedarse como suspendidos en esa obscuridad mental, sedados de la voluntad, gangrenada la ilusión, corrompida la vista, distorsionado el oído; y todo lo demás normal, con gripa, diabetes, vómito, calentura, padecimientos que llegan a matar; mas antes de eso, al principio, la enfermedad: callada, quieta, sin darse a notar, la mediocridad envuelta en sus ropajes, asfixiando al ser humano, cortándole la vida.
De la vuelta, de la vida
Volteó hacia atrás, aún sonriendo por sus “logros”, y no tuvo más remedio que caerse muerto, pues en el suelo se dibujaba la sombra de la vida, casi a gatas, escapándose de él.
Del silencio
Cuando se dio cuenta de que todo era una sarta de mentiras y puso en duda hasta su fe, se le apareció Dios al Cardenal, y simplemente guardó silencio.
De la autocrítica feroz
Optar, de la mejor manera, por cortarse la lengua y los dedos de las manos para ya no decir ni escribir más estupideces, al darse cuenta que todo es completamente prescindible, incluyendo el Doctorado en Ciencias de la Estulticia Universitaria.
Del recuerdo
Cuando estaba a punto de realizar su sueño… recordó que era impotente y homosexual, además de misógino y dado a la homofobia.
De la auto-pregunta
¿Y por qué escribo?
     Quizá porque quiero aprender a vivir con mi propio infierno, tal vez porque no tengo más salida que ahogarme en las palabras que me trago. ¡Tan-tán!
De lo importante
Sí, esa fue la decisión que valía la pena. Ahora ya no había más pensamientos. Las estúpidas fantasías regresaron a la mierda de donde venían. El cuerpo yacía entre el fango de las casas y las inmundicias que arrojaba la gente.
   Él, empezó a caminar con la misma actitud de tiempos pasados: burlándose de los pobres insectos que circulaban a su alrededor. ¡Lo importante estaba por venir!
De la ilusión de vivir
¡Qué poco dura la vida, y qué largo es el “vivir”; y entre ellos dos, lo que uno no alcanza a vivir, sino a creer que se vive!
De la futilidad de la revelación
Saber que toda la vida no ha sido sino unos cuantos momentos; que sin saber cómo, pasaron, y que sólo la memoria ha dicho que eran los verdaderamente significativos; cuando ya todo era inútil, como el mirar para atrás o el respirar un poco de aire, cuando el peso de las cosas nos aplasta.
De la verdadera angustia
Abrir los ojos y ver que todo y todos siguen aquí, aun el propio Observador, sin asombro o alegría.
Del deseo inacabado
Cuando se supo corpóreo, finito, mutable, empezó a desear, querer, añorar… Deseó vehementemente la oscuridad, el silencio, el ulular de lo imaginario, la tranquilidad; anheló perderse entre los seres etéreos, perfectos en su irrealidad e inmaterialidad, insensibles ante las lágrimas y el dolor. Entonces recordó, revivió, extrañó… Y deseó, tan sólo, tener una voz propia, no ser lo que era: algo insubstancial, un ente infeliz; y anheló, quiso, añoró… Pero su deseo era sólo eso: un simple deseo; y siguió tal cual, perdido en el deseo, esperando el nombramiento, anhelando el qué será.
De las cosas importantes
Darse cuenta que hace muy poco, tras hablar de más, se acaba de perder lo único que valía la pena en la existencia: ser prudente y guardar silencio.
De la estoicidad
Casi toda su vida transcurrió en la búsqueda constante de los conceptos para comunicar lo que llevaba adentro: un mal casi inefable, para sí y de los otros. Hizo gala de la retórica y la filosofía, la teología y la matemática, la literatura y la psicología, y nada, el sentimiento no afloraba en las palabras. Vio a su alrededor y comprobó que los demás no necesitaban de referentes externos para vivir, sólo de acciones concretas. Entonces, estoicamente dejó de cuestionar y abandonó para siempre el masoquismo-divertimento intelectual y se arrojó a la mudez de la soledad comunitaria.
Del engaño más grande
Deambular durante toda la vida con una idea, con una ilusión, hasta con una fe, y tener unos cuantos minutos de lucidez, antes de morir, para ver que todo era un engaño, que el mal se traga todo, hasta lo que se figuró trascendente y se escribió en mayúsculas.
De la huida vengadora
Llegar al momento en que no se tienen más palabras para engordar el cajón donde se guardan las hojas escritas a lo largo de tantos años, y optar por tragarse uno a uno los manuscritos y empezar de nuevo con una estúpida sonrisa de optimismo.
De la revelación
¡Y a fin de cuentas qué son los conceptos, las palabras o la vida, sino un simple paso hacia las tachaduras de las obras y los confines del olvido!
De las cosas
Cuando quiso cosificar las cosas que verdaderamente valieron la pena en su vida, se dio cuenta de la imposibilidad de extraer algo del pasado y del tiempo de las lamentaciones y la mirada interna. Entonces aceptó lo incosificable de esas cosas que no observamos mientras la existencia expía de nosotros en cada suspiro y anhelo, y cerró los ojos y cruzó los brazos.
Del llorar
Lloró con un llanto amargo, como dicen que lloran los que no tienen nada verdaderamente por qué llorar, y entonces se ponen a llorar de su desgracia. ¿Qué otra cosa les queda sino entretenerse en algo?
De la partida
Sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo. Los pendientes apremiaban, ahora, desde antes. Se asomó por la ventana y miró caer las gotas de la lluvia, las nubes eran grises, como los días… Pensó en escribir las últimas líneas. Caminó hacia el escritorio, palpó la presencia de eso que le aterraba en su niñez. Agarró el lápiz y anotó en la hoja amarillenta: “finalmente…” El sonido del choque del agua en las láminas de asbesto, mezclado con los disparos, fue lo único que conservó en su trayecto atemporal hacia la eternidad, de la que siempre había dudado. La obra estaba hecha.
De la necedad
Ver que la vida es tan perra que se empeña en dejar a los humanos las ilusiones, y éstos tan estultos al no querer mandarlas al carajo y echar carcajadas o razones aquí o allá.
Del posicionamiento en el mundo
Permanecer cuantas veces sea necesario, y la gracia lo disponga, justo en el punto intermedio entre la tristeza, la desesperación y la locura, para poder ver esa parte de la Esencia que los otros se empeñan en querer definir, y simplemente sonreír.
De la acción más noble
Servir de basurero de la desgracia humana al convertirse en historia de los otros, al repetir las particularidades e innecesariedades de lo convencional y soso de la supuesta razón de lo universalmente aceptado, para luego intentar crear algo estético.
De la heroicidad
Tras un día negro, levantarse a las cuatro de la madrugada y tirar de balazos al cielo, en espera de que caiga el ángel de la guarda en el patio de la casa, y ajustar cuentas.
De la cena del pobre
Carecían de todo lo material para satisfacer sus necesidades más apremiantes, y aún así se reunían felizmente en torno a la mesa y juntaban una a una las esperanzas y los deseos, para con ellos formar un platillo y alimentar lo único que no se les acababa, que les quedaba intacto: el coraje de vivir.
De la fe
Arrepentirse de todo lo Malo de la vida, a final de cuentas: ¡por si las dudas!
Del optimista irredento
Esperar, esperar, esperar… Y pasar, pasar, pasar… Hasta que la muerte llega, en medio de la miseria espiritual y física: y aún así, esperar.
De la certeza erótica
Descubrir, sin mediar ponderación alguna, que lo más placentero está en los momentos anteriores al encuentro amoroso, pues la imaginación erótica se engrandece y toca los confines del Ser; mientras que la materialización del deseo es una simple consecuencia de un acuerdo espacio-temporal y de una operatividad corpórea y orgásmica.
De la tranquilidad
Descender hacia el vacío, sin ruido, pensamiento, sentido, tiempo, espacio, amigos, familiares; sólo el descanso, el olvido, la pronta cancelación del sufrimiento, la muerte: sólo eso.
De las carcajadas
Develársenos que las carcajadas forzadas son el reflejo de querer ocultar el odio y los impulsos violentos hacia aquel que se muestra más certero en sus comentarios, y uno sólo existe como comparsa.
De la literatura
Fluir perenne de ideas, pensamientos, fantasías, ficción, poeticidad de la palabra, idealización de los seres y los objetos, trascendencia de la mediocridad del vivir; pero también albergue de payasos, vividores y mediocres autodenominados escritores.
De la sabiduría
Estudiar durante mucho tiempo para poder entender el valor del silencio, y ejercerlo desde el momento de la comprensión.
Del tiempo
Ver cómo se pudren las cosas, así, despacio, como degustando su fin, sin nada de por medio, sin impedimento externo, sin medición, sintiendo el acabamiento de uno mismo gracias a la perennidad del tiempo, y todo siendo y dejando de ser en un simple segundo: sucesión constante; tiempo, sólo obstruido por el silencio obscuro. Paso a lo que es y deja de ser, agobio de la existencia: razón del fin, fin de la sinrazón.
De la contradicción lógica
Saber que no existe nada más allá de nuestros actos; y ante la desesperación, esperar un milagro.
De la deducción lógica
No hay nada malo, que por peor no venga.
Del Dasein
Superar los cuestionamientos metafísicos y existenciales, para concluir que la estructura de la vida está formada por columnas de tristezas y alegrías, estratégicamente colocadas por no se sabe quién, en un terreno impregnado de soledad y deseos, conocido como ser humano.
De la muerte para el creyente
Sentirse ungido por algo trascendente, a pesar de las indignidades cometidas, y tener la dicha de contemplar el revelamiento de que la muerte es la realidad de un presente, vuelto pasado y futuro, que se vive para dejar de existir y empezar a vivir.
De la muerte para el incrédulo
Saberse terrenal y finito, y actuar sin más certeza de que la muerte es la realidad de un presente, “ya le tocaba”, que se vive para dejar de existir y dar paso a la nada.
De la búsqueda del perdón
Darse cuenta que aunque uno llore y sufra por los actos cometidos en contra de otra persona, la sensibilidad sólo se convence de que uno debe padecer tanto como el ser ofendido, mientras que la razón nos indica la imposibilidad del perdón, y en cambio nos asegura el peso moral, pues el perdón implica olvido, y un ser humano no borra de su memoria los agravios, a menos que esté muerto. Entonces es cuando uno busca más la indulgencia, incluso ofreciendo cosas desproporcionadas, pero todo es en vano, el perdón sigue ahí, columpiándose del castigo y la memoria.
De la nobleza hiriente
Gritarle y patearlo para descargar en él frustraciones y problemas, y después, con unas simples palabras y caricias, tenerlo ante uno lamiéndole y haciéndole gracias el pobre perro, mientras la consciencia retumba.
Del descubrimiento del talento
Hoy, ayer, y desde hace días, no he podido escribir nada: la Literatura está de plácemes.
De lo que se cree que es el amor
Palabrería más palabrería acumulada en libros de distintos géneros que intentan generalizar y dar cuenta de un sentimiento difícilmente expresado por quien lo siente o se hace la ilusión de sentirlo.
De la “amistad”
Estar en el desamparo material y emocional y darse cuenta que nadie le tiende a uno la mano para ayudarlo, sino sólo le preguntan por su situación: para tomar distancia.
De la madre
Saber que la misma mujer que nos parió y nos alimentó es la misma que nos ha ofrecido una disculpa por habernos asustado, distraído o preocupado con su enfermedad de vieja achacosa, y echar al aire un sí y sentirse digno y comprometido.
Del dolor
No duele tanto el malestar orgánico o el peso moral, la vida nos lo enseña, sino el sentir que uno está de más en este mundo, y alguien nos considera dignos de atención, más aún, nos ayuda en algo sin nosotros haberlo solicitado: esto sí duele, pero limpia el alma.
Del descubrimiento oportuno
Saber que solamente se cuenta con la buena voluntad y el apoyo de una madre que día con día va muriendo, pero conserva la disposición para escuchar las “desgracias internas” y brindar una sonrisa y ciertas palabras de aliento. Eso vale oro: las lágrimas sólo sellan la hermandad y el amor.
De la motivación
No intentar transformar a la gente con lo que se dice o escribe, simplemente enseñarle la recompensa de una acción, y seguirán las órdenes sin ningún pretexto.
De la demostración de la finitud
Colocar un punto en el espacio, en seguida otro y otro, hasta formar una línea, y prolongarla con la intención de llegar al punto de partida, antes de que transcurran lo años y nos sorprenda la muerte.
De la estrategia
Sé feliz en la vida, aunque no sepas qué es eso: has creer al otro lo que tú no eres, al cabo que no sabes quién es el otro, ni quién eres tú.
Del tolendus ponen
Si la responsabilidad y la dignidad van terminando contigo; y la distracción y la falta de compromiso te permiten vivir; pero el mundo se ha desdivinizado; entonces es preferible optar por la muerte, pues nadie te garantiza nada.
De la angustia por implicación
Darse cuenta que ante la falta de resultados convincentes de parte de la ciencia, por ejemplo ante una enfermedad “inexplicable”, las interrogantes generadas desembocan en el terreno de la escatología, donde cualquier cosa se pierde en laberintos “interpretativos” cuya única salida es: así es la vida, eso es lo mejor, Dios así lo quiso. Entonces sí llega la angustia.
De la desesperanza
Sentir en carne propia cómo la vida nos niega esto o aquello, hasta la realización de morir de forma rápida o repentina para ya no sufrir más. Ver cómo pasa el tiempo y seguimos en la misma situación. Saber que hemos sido engañados por creer en algo más allá de nuestras manos. Y aún así desear las cosas que uno cree merecer, por no haberle hecho mal a nadie, por esforzarse más que otros; y abrir los ojos y encontrase igual de desdichado. Vaya si no es motivo suficiente para estar desesperanzado, aunque en el fondo se sepa que es algo consubstancial a sí mismo.
De la disculpa
Cuando se ha crecido entre la soledad y la materia fecal; se ha vivido pendiente de la desilusión y la impotencia, y se da uno cuenta que la “vida” cada día se hunde más en el lodo, el único acto digno es ofrecer disculpas a los demás por habernos cruzado en su camino y no haberles aportado nada como seres humanos, sino al contrario, haberles hecho partícipes de nuestra intrascendencia. Sólo disculpas, lo demás no importa.
De las razones
Las razones brindadas a los demás sobre cómo se pueden explicar las cosas que le ocurren a las personas, muchas veces no son sino la cara oculta de nuestra impotencia para cambiar nosotros mismos: y ahí no hay razón válida, sólo idiotez.
De los senderos
Al igual que la muerte, maestra en igualdad, quien ronda los senderos humanos, en silencio, casi a ciegas, pendiente de las quejas, sin asombro de miseria alguna, y sin esperanzas: no necesita alzar la vista, ahí, en el espacio oscuro está su abrigo y la igualdad buscada tanto tiempo.
De quién decide
La decisión de hacer algo o ser alguien, como la esperanza, fundada en simples supuestos, es vana, pues la desilusión, inmersa en lo individual y colectivo, y casi siempre sustentada en la realidad material, puede ser mayor; qué decide qué, quién decide por quién, no lo sé: todo es cuestión de tiempo, de enmohecimiento de la vida, de pérdida de los anhelos, todo depende de la llegada de la muerte, lenta, callada… Y uno ahí, creyendo que decide algo, soñando de espaldas a la razón, con los ojos abiertos pero nublados por la inmediatez; pero en-sí, quién decide qué, si no hay Decisión Primera.
Del juego del mal
Si ni con el sufrimiento más atroz, en cualquiera de sus formas, ni con las explicaciones más retóricas, fue posible encontrar a Dios; y si ni con el desencanto aletargado en la garganta para liberar la mísera existencia, se obtuvo la muerte, entonces el mal se vuelve necesario en el vivir, porque el dolor y la desgracia adquieren niveles de deber, y la finalidad del hombre es cumplir con algo, así sea su destrucción: después de todo, la vida es un juego contra el Mal.
Del posible bien
Darnos cuenta, quién sabe por qué razón, que en cierta etapa de la vida no nos preguntamos si algo era bueno o malo, simplemente seguíamos el fluir de los hechos desde la parte del mundo donde nos encontrábamos. Sí, tal vez eso era el bien, porque más tarde el tiempo nos daría el golpe, nos haría ver las cosas de otra forma, y el bien ya no tendría lugar ni en los recuerdos: el presente, lleno de desgracias y frustraciones, desplazaría toda esperanza para dar paso al Mal.
Del despido
Ver, sonreír, agradecer; leer, escuchar, congratularse y preguntarse por qué; pensar, callar, saberse vivo y creer en algo más, en algo mejor; y aún así, poner un punto, decir es todo, es buen inicio, e imaginar final más pleno y más digno, para la Vida, para la Muerte. Investigador de Ciencias Sociales y Humanidades