viernes, 10 de mayo de 2013

Trinomio educativo


 

Silvestre Manuel Hernández*

 

Para Leny Andrade Villa, con cariño

 

Introducción

Las transformaciones económicas, políticas, científicas, sociales y culturales de la primera década del siglo XXI, han revelado la exigencia de una conformación social sustentada más en el conocimiento y la cultura que en decisiones políticas que, de facto, sólo velan por intereses particulares. En este sentido, la prioridad para el desarrollo social y humano, presupone un saber sobre los engranajes que mueven al Estado, y tener la disposición razonada del deber hacer para llegar a la cohesión social.

     Al respecto, el imperativo expreso es posibilitar una educación de calidad, entendiendo esto como “lo óptimo”, “lo deseable”, para el individuo y el bien común. Pues la calidad educativa se manifiesta en la competencia del egresado en su área y, por consecuencia, en un  logro de las metas sociales proyectadas. Es decir, el engrandecimiento de la sociedad y de los individuos es directamente proporcional a la calidad educativa que impartan las Instituciones y el Estado.[1] Tal educación necesita una nueva consciencia sobre lo que se debe hacer en lo personal y para el país.

      En este panorama se inscribe la obra que analizaré y los problemas coyunturales a la misma. Aunque no se especifique de manera formal en el prólogo, el libro Tlanestli. Diálogo entre docentes,[2] está estructurado bajo tres principios: 1. Tópicos de carácter ensayístico sobre diversos temas, literatura, reseñas de libros, cuestiones de historia nacional, y regional del estado de Veracruz;  2. Creación literaria, poesía y relato; 3.  Aspectos educativos. Cada una de las variantes presupone un diálogo con la Cultura y con el otro, si apelamos a la formación de tales conceptos en el origen de la Weltanschauung de Occidente, es decir, a la tradición clásica del pensamiento griego y de sus dos exponentes por excelencia de la paideia: Sócrates y Platón. Lo es, en el sentido de que ellos nos mostraron que las ideas necesitan de un interlocutor para confrontarse y debatirse y que, gracias a esto, se forja el ideal de la educación y se acerca uno a la verdad; asimismo, se templa el espíritu y se valora lo ético. No en vano, la dedicación de la obra en estudio enfatiza: “A quienes están convencidos que leer y escribir constituye una actividad de recreación y desarrollo humano” (p. 6).

     En este contexto, voy a dividir mi exposición en tres apartados y en tres diálogos tácitos: con el texto, con el capital cultural presupuesto, y con ustedes. La hipótesis que guía el trabajo es que la educación precisa no sólo de marcos teóricos y político–sociales para su funcionamiento y aprehensión, sino de creatividad y voluntad para diseminarla en las distintas esferas del quehacer humano.

I.              Presentación y problemática contextual

En el discurso introductorio de Diálogo entre docentes, Víctor Manuel Vásquez Gándara y Carlos Antonio Vásquez Gándara nos orillan a una discusión que, en el fondo, rebasa lo educativo. Sintetizo, de acuerdo con los juicios de los autores:

Ante los cambios del mundo, el sistema social global subordina y orienta el sistema educativo, es decir, los sistemas educativos se convierten en subsistemas del sistema global. Esto, debido a las políticas modernizadoras, donde la educación aparece como una pieza más del engranaje instituido, con dos preguntas centrales por responder: ¿Cuáles son los resultados de la modernización educativa? ¿El “cambio” genera la formación de valores; si es así, cuáles son los verdaderos fines y medios de la educación? (pp. 9 – 12).

      Lo anterior, contemplado en perspectiva, se inscribe en el cuestionamiento de lo postmoderno, no sólo de la educación y sus medios de explicación y difusión, sino de los sujetos y su ser y hacer. Esto, hipostasiado en las tesis de Jean–François Lyotard, Michel Foucault, Roland Barthes y Jacques Derrida, donde los grandes relatos que guiaron Occidente han desaparecido; los discursos están anegados de un poder que no detenta nadie, pero sí somete a los individuos y establece formas comportamentales para los mismos; ya no hay autores ni sujetos de los textos, pues todo es un entramado verbal; ahora, lo prevaleciente es la desconstrucción y los márgenes y pliegues del discurso.

    Así, cómo hacer frente a algo tan decantado por la historia, la ciencia y la tecnología, en alguna o varias de sus expresiones, como es la educación que, paradójicamente, necesita de ellas y de todas las disciplinas cognitivas para “educar al ser humano y forjarle valores” en cada una de sus actividades sociales y personales.

     En el aspecto sociológico, la educación tiene el reto de traspasar los obstáculos de la “modernidad líquida” y afianzar el humanismo de raíz greco–latina y renacentista. Sí, de nuevo “lo humano” ante todo. Zygmunt Bauman diagnostica la actualidad como una “modernidad líquida”, metáfora de lo inaprehensible de las cosas, aun del conocimiento, el cual tiende a convertirse en una mercancía más del consumismo imperante. Tal parece que lo definitorio de nuestro tiempo es la novedad, lo transitorio, lo desgastable y renovable casi al instante. Ante esto, la educación tiene la prioridad de volver al conocimiento de la verdad útil para toda la vida, y hacer a un lado la noción del conocimiento “válido” mientras no se diga lo contrario, el de “usar y tirar”.[3]

     Por consiguiente, la educación, en la sociedad líquida, debe concebirse como la posibilidad de liberar al hombre del destino nefasto de la pobreza y la ignorancia, entendidas en su amplitud significativa, pues es la lucha constante frente a la fatalidad de lo transitorio e insubstancial del mundo tecnificado y vacío de sentido: es un regreso a la pervivencia de lo humano. Así, la educación tiene la enmienda de dialogar con las distintas manifestaciones de los sujetos, extraer lo común y resaltar lo que engrandece.

     De este modo, es necesario que la educación brinde las posibilidades para crear las condiciones humanas, idóneas, para la formación de sujetos instruidos y participativos en la construcción de un orden social más justo y pleno. Además, hay que tener en cuenta el fundamento ético, presente en todas las dimensiones del ser humano, el cual es un imperativo categórico omniabarcante en las esferas pública y privada de los sujetos. La eticidad educativa no puede ser desplazada en la modernidad líquida, pues abre un abanico positivo para el desarrollo humano y para una mejor valoración de la ciencia y la técnica.

II.            El entramado dialógico

En sentido propio, uno, como lector, se puede preguntar por la razón de conformar un texto donde se mezclan varios géneros, el ensayo literario e histórico, la semblanza biográfica, la crónica, el relato, la poesía, la reseña y el trabajo de corte académico de difusión, bajo el título de Diálogo entre docentes. Y, también como lector e investigador, aventuro una respuesta: debido a que ninguno de los escritos tiene la estructura formal de una “investigación científica” sobre los particulares rotulados, lo cual no es un demérito para la obra en conjunto, el Leiv motiv, independiente del concebido por el coordinador de la edición, es que en cada uno de ellos está implícita la semilla de la educación, en sentido amplio; es decir, transmitir un conocimiento, comunicar una experiencia de vida, hacer saber algo sobre lo humano: lo sensible, lo racional, los deseos individuales y colectivos, los obstáculos propios y externos; pero siempre, patentizar el anhelo de ser mejores gracias a la lectura y la reflexión.

    Ahora bien, la estructura del libro se puede diseccionar en tres bloques, de acuerdo con la proximidad de los géneros y los problemas abordados en los escritos.

  1. Una serie de textos se pueden agrupar bajo el rubro del ensayo, entre ellos encontramos lo inmarcesible de “Abelardo y Eloísa: Relato de una pasión medieval” y “Las cárceles de José Revueltas”; las reseñas a “Historia de la masonería en México, una obra imprescindible”, “México profundo, una civilización negada, de Guillermo Bonfil Batalla”, “Los valores en la ciudad secular cobra plena vigencia y despliega todo su valor”, “La prensa y los libros de la colonia y su influencia en la cultura de Orizaba”; la degustable crónica–ensayo, “La Atenas veracruzana”. La construcción de Xalapa como “ciudad cultural”; el ensayo “México y su Independencia. Los movimientos por la independencia antes de 1810”, y se termina con el comentario “Bicentenario: ocasión de propuestas y realizaciones”, de Víctor Manuel Vásquez Gádara. En todos estos trabajos pervive la visión del autor. Pero también lo que Barthes entiende por escritura, la que, en general, es un diálogo, pues: la escritura es una función que abreva en los distintos espacios del lenguaje, hasta devenir entramado cuyo referente es el mismo lenguaje.[4] De todo esto, nos queda la mirada del escritor atento, que busca en el pasado la enseñanza o el por qué de un hecho que nos sigue hablando, nos enseña o nos cuestiona el ahora.
  2. La segunda sección la integra el quehacer literario, encabezándola el “Monólogo de Nezahualcóyotl”, seguido por “Zenobio”, relato sobre una “lección de vida” en la enseñanza básica de la lectura; a continuación, el soneto “Aire de Veracruz”, y la “Carta a Pablo Neruda”, que deviene una experiencia de amor ante la lectura; cierra el apartado el relato “La última lección para su alumno”. Aquí, lo fundamental es darse cuenta que la creación verbal es otra forma de dialogar con el yo que compartimos todos, es decir, es un acercamiento comunicativo con la sensibilidad empática del tu y yo de cualquier comunidad. Y es también otro medio para educar, ya sea a través de la anécdota tácita o del mensaje estructurado que todo escrito comporta.
  3. El resto de los trabajos atañen a lo educativo. Abre el apartado la semblanza biográfica del maestro veracruzano Carlos A. Carrillo, quien “defendió el derecho de los niños a una formación integral y armónica, racional y científica, objetiva, realista y práctica, graduada y adaptada a sus intereses” (p. 50). Después nos encontramos con “Una práctica de libertad”, de Raúl Hernández Viveros, quien se adentra en los problemas internos y externos de hacer investigación y cómo ésta va al parejo de la educación, pues, para él: “la investigación constituye la aventura intelectual de la experiencia existencial, y respalda a la educación como la graduación y maestría de la vida” (p. 140). En el ensayo “La educación rural que impulsó la Revolución Mexicana”, Lisardo Enríquez nos recuerda el inicio, funciones y cancelación de las Escuelas Normales Rurales; todo, inscrito en el ambiente político de 1921 a 1940. El texto de divulgación, “Planeación y planeación por competencias” de Carlos Vásquez Gádara, expone el problema a que se enfrenta el docente al momento de organizar sus actividades, ya que un correcto ejercicio de las mismas reincidirá en el aprovechamiento del educando. El artículo, “El docente como facilitador del proceso de aprendizaje”, habla sobre la importancia de que el docente adquiera las competencias necesarias para transmitir el conocimiento  a los alumnos. “La vinculación en el sector educativo de Veracruz”, aborda la importancia de relacionar la educación con los sectores productivos, en aras de una retroalimentación y crecimiento. La noticia sobre el “Reconocimiento a la excelencia: Centro Regional de Educación Superior “Paulo Freire”, lo dice todo el título mismo. Esta división, y el libro, concluye con “Los valores y la universidad pública”, en el cual se hace una reflexión sobre los vicios y errores de las instituciones y sus políticas, pero también sobre “lo que vale la pena defender”, tanto en el sector educativo como en lo que los seres humanos aprehenden y ejercen en la vida: aquello que los dignifica, que los hace valer.[5]

     De acuerdo con las ideas precedentes, podría argüirse que los profesores son intermediarios de la cultura, pues actúan a partir de un pasado que conforma el ser del educando, y un presente que delinea la posibilidad de un porvenir mejor. Por esto, el aprendizaje no se restringe a la repetición mecánica de enunciados, fechas y fórmulas, sino que engloba la comprensión y la explicación del pasado, del presente, y de aquello que inquieta la mente, los procesos lógicos y la imaginación, individual y colectivamente, de los sujetos.

III.           La disyuntiva

Como esto es un diálogo, quiero manifestar algunas inquietudes sobre la educación. Gracias  a la educación, el sujeto adquiere consciencia de “su lugar en el mundo” y en la sociedad, de su actuar para–sí y hacia–el–otro, y construye estructuras mentales para explicar (se) la simbología que impregna los discursos, los cuales le han construido una subjetividad y le han permitido dar una razón de su entorno cultural y material.[6]

     En esta directriz, se debe considerar que lo importante del proceso educativo es que el individuo comprenda lo representado en cada etapa de la educación, es decir, lo trascendente es la representación del objeto de conocimiento, desde un marco significativo: ¿por qué? ¿para qué?.

    Especifico los marcos significativos:

El ¿Por qué?, da una razón de la estructura y funcionamiento de “lo que se conoce”.

El ¿Para qué?, remite a su función práctica en problemas o casos concretos.

      Por lo tanto, el sentido inicia con el ¿por qué?, pasa al ¿para qué?, y se inserta en una cuestión ética y humanista, el valor,[7] que no sólo tiene que ver con el valor inmediato y rentable del conocimiento, sino con el valor de ser un producto humano que debe ayudar al engrandecimiento del Hombre.

    Amén de esto, el conocimiento tiene una intención, consistente en dar un por qué y un para qué, que lleve a más conocimiento. Por su parte, la intención de la educación es transmitir el conocimiento que posibilite explicar el entorno del hombre y al hombre mismo.

Conclusión

Las políticas económico–administrativas influyen de forma importante en los modelos educativos y, por ende, en la manera en que los educandos percibirán el mundo, el entorno y su estar–en–el –mundo.[8] De acuerdo con esto, según sean las orientaciones cognitivas, estéticas, axiológicas y éticas, será el comportamiento de los sujetos y los valores que le asignen a las personas y a las cosas. Casi podría establecerse la ecuación de que a mayor formación humanística, mayor sentido de la existencia del hombre; mientras que a mayor tecnologización y materialización de la educación, mayor pérdida de valores y extravío en la inmediatez y superfluidad de la vida.

      A menor cultura y formación humanística, mayor intolerancia a la diversidad y mayor empequeñecimiento de lo que representa el ser humano para sí mismo y para los otros, que le dan un reconocimiento. Así, el humanismo da al individuo no sólo una consciencia crítica, racional, para hablar de algo con sentido y fundamento, sino que despierta la sensibilidad y la creatividad para decir y proponer algo más allá de la realidad explicada científica y técnicamente.

     En general, sin que esto sea una limitante, la educación es una actividad social cuyo objetivo es la aprehensión del conocimiento y la transmisión de la cultura. Y, ambas, la educación y la cultura, en conjunto, dotan a los individuos de una personalidad psicológica y social, de un carácter ético y axiológico para sí mismos, pero válido para los demás.

     Por lo anterior, y por convicción, sigamos dialogando, con inteligencia y creatividad, con el pensamiento y sobre el pensamiento, con la razón y los sentidos, con lo que enaltece al ser humano y su estar–en–el–mundo: la Cultura y el otro. Con quienes hacen posible Tlanestli. Amanecer, con los textos de Diálogo entre docentes, con Víctor Manuel Vásquez Gándara y el espacio que nos brinda, donde lectores y autores somos uno: deudores del bien social, cuya justificación de ser es la educación.

Bibliografía

Barthes, Roland, El grado cero de la escritura, trad. de Nicolás Rosa, Siglo XXI, México, 1997.

Bauman, Zygmunt, Los retos de la educación en la modernidad líquida, Barcelona, 2007.

Frondizi, Risieri, ¿Qué son los valores?, Fondo de Cultura Económica, México, 1994.

Juárez, José Francisco, “La formación de valores como principio rector de la calidad educativa en las universidades”, en LÓGOI. Revista de Filosofía, No. 7, Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, Venezuela, 2004, pp. 151 – 179.

Rodríguez Barba, Fabiola, “Por una política cultural de Estado en México”, en Casa del Tiempo, No. 9, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2008, pp. 16 – 20.

*Departamento de Humanidades,

Universidad Autónoma Metropolitana,

Unidad Azcapotzalco, Ciudad de México.

silmanhermor@hotmail.com

 



[1]  Téngase presente que la institucionalización de la educación presupone la conducción del individuo bajo cierto cúmulo de conocimientos mínimos (pedagógicos, psicológicos y sociológicos), los cuales “llaman al orden” y establecen jerarquías en sus vínculos sociales y personales.
[2]  Tomo I, Editado por Foro Fiscal, Xalapa, Veracruz, México, 2012, 194 pp. ISBN: 978–607–9066–02–4 En lo sucesivo, cuando me refiera a este texto, sólo anotaré, entre paréntesis, el número de la página.
[3]  Para una dilucidación puntual de estas vertientes, véase Zygmunt Bauman, Los retos de la educación en la modernidad líquida, Gedisa, Barcelona, 2007. Aquí, el autor desglosa el presente en cuatro hipótesis: el síndrome de la impaciencia, caracterizado por lo rápido que pasa el tiempo y se impone la consigna de no desperdiciarlo; el conocimiento, el cual pasó de ser un producto atesorable y que dignificaba, a una mercancía más; el cambio contemporáneo, ejemplificado por lo volátil y porque ninguna estructura se conserva lo suficiente para garantizar la confianza a largo plazo; la memoria, oscilante entre la concepción de un aprendizaje y una educación que se creyó duraderos y un  mundo volátil donde la “memoria” se reduce a contenedores de información. Problemáticas que llevan a concluir que los educadores se enfrentan al desafío de ajustarse a las cambiantes circunstancias de un mundo sobresaturado de cosas “sin sentido de lo humano”.
[4]  Véase Roland Barthes, El grado cero de la escritura, Siglo XXI, México, 1997, pp. 11 – 35.
[5]  En este sentido, es oportuno citar la reflexión de José Francisco Juárez, quien afirma: “la institución educativa resguarda y transmite los valores aceptados por el colectivo, aspecto importante para el mantenimiento de la misma sociedad. Pues, todo acto educativo implica necesariamente hacer referencia a los valores, a algo valioso que se quiere producir a quienes se educa. Así, las instituciones educativas deben comprometerse responsablemente en la consolidación de una personalidad acorde a los valores aceptados por la mayoría como valiosos. Los valores son los que le dan sentido al hecho educativo, ya que la educación no es un mero formalismo académico, sino una tarea para formar sujetos conscientes de su rol como ciudadanos, integrantes de un sistema llamado sociedad”. Véase su artículo “La formación de valores como principio rector de la calidad educativa en las universidades”, en LÓGOI. Revista de Filosofía, No. 7, Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, Venezuela, 2004, p. 157.
[6]   La misma educación, en tanto proceso transmisor e indagador de conocimiento, dota a los sujetos de los instrumentos reflexivos propios para des–sujetarlos, es decir, para que ellos mismos se des–hagan de lo impuesto y se forjen un sentido y un significado en la vida.
[7]  Para una contrastación sobre las distintas clases de valores, véase Risieri Frondizi, ¿Qué son los valores?, Fondo de Cultura Económica, México, 1994. En especial, consultar “¿qué son los valores?” y “Problemas fundamentales de la axiología”, pp. 11 – 48.
[8]  El ejercicio del poder, en el espacio público, es determinante para el ser y deber de los sujetos. Un ejemplo muy puntual son los programas culturales, pongamos el caso, en México, del Programa Nacional de Cultura 2001 – 2006, donde se establece la política cultural bajo cinco principios: 1. Respeto a la libertad de expresión y de creación. 2. Afirmación de la diversidad cultural. 3. Igualdad de acceso a los bienes y servicios culturales. 4. Participación de la sociedad civil en la política y en los asuntos culturales. 5. Federalismo y desarrollo cultural equilibrado entre los tres niveles de gobierno: nacional, regional y municipal. Para una dilucidación de esto, véase el artículo de Fabiola Rodríguez Barba, “Por una política cultural de Estado en México”, en Casa del Tiempo, No. 9, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2008, p. 17. Desde luego que la crítica evidente es que una cosa es lo que se postula, y otra es la realidad.

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