lunes, 8 de abril de 2013

Algunas consideraciones sobre la evaluación educativa



Gilberto Nieto Aguilar
Con motivo de la reforma constitucional al artículo tercero, uno de los temas a debate es la evaluación. Se tendrán que cambiar esquemas y preceptos para poder ir a conceptos más complejos y profundos que los habituales. Evaluar es reflexionar sobre la forma de enseñanza y de aprendizaje logrado, para proporcionar información confiable que ayude a tomar decisiones en los niveles que corresponda, desde el aula hasta las cúpulas administrativas. 
A decir de María Antonia Casanova, el sistema educativo se justifica en la evaluación. Ella, por el contrario, considera que si los centros escolares no se centraran en la evaluación, se centrarían en la enseñanza y el aprendizaje, “en apoyar al alumnado para que se desarrolle en función de sus capacidades” (La evaluación educativa. Escuela básica, Ed. Muralla/SEP, 1998). La cultura de examinar y calificar con notas “sólo demuestran la posesión de aprendizajes intrascendentes en la mayoría de los casos, [olvidando] el proceso permanente de aprender” (Op. Cit., p. 21).
En México, considerando las condiciones sociales y pedagógicas de la cultura escolar, el examen ha sido un elemento presente que sería muy difícil de superar. Descansa en la idea de que el dominio de un mínimo de habilidades y conocimientos básicos es imprescindible para la formación de los educandos.
Aún cuando sólo se evaluaran los procesos efectuados como refuerzo y ajuste se estarían necesitando, por costumbre o rutina, o para mostrar a los alumnos, padres y directivos, las evaluaciones parciales del aprendizaje de los alumnos. Ante este planteamiento lo mejor es pensar que la evaluación se contemple al servicio de la enseñanza y el aprendizaje, como una estrategia para mejorar ambos procesos; para apoyar, orientar, reencauzar, reforzar al maestro, al alumno y a los padres de familia.
Para L. J. Cronbach, la evaluación es un elemento retroalimentador de lo que se evalúa, y otros autores destacan que su objetivo “es tomar una decisión que, en muchas ocasiones, se inscribirá en el marco de otro objetivo mucho más global” (Op. Cit., p. 31). No es para emitir un juicio, una comprobación, una etiqueta; ni para amenazar o establecer la idea de resolver cuestionarios simplemente para acreditar, porque con estas actitudes sólo se pierde la esencia del proceso de aprender, el más desprotegido de ambos.
Por otro lado surge la necesidad de evaluar la actividad educativa en su conjunto, lo cual no es fácil, pues “la evaluación no está incorporada de modo sistemático al desarrollo del sistema [educativo], a la vida de los centros [escolares] o a los diversos programas que se llevan a cabo. Por lo tanto, no constituye un quehacer habitual” al que estemos, metodológicamente, acostumbrados (Op. Cit., p. 34).
Hasta el momento, de manera institucional, únicamente se ha evaluado el aprendizaje de los alumnos (ENLACE), pues las evaluaciones del sistema educativo (EXCALE) y de los docentes (Carrera Magisterial) han sido parciales, por muestreo (igual PISA) y voluntad propia, respectivamente. Retomando un fundamento de la autora, la prueba ENLACE adolece de fallas para servir como parámetro evaluador pues su resultado depende “de lo que hagan o dejen de hacer los alumnos”, señalados como la única medida para determinar la buena o mala salud del sistema educativo mexicano.
El rendimiento de los alumnos no depende exclusivamente de su esfuerzo personal o de su capacidad innata de aprendizaje, ni de las competencias docentes del profesor. Se incorporan en este complejo proceso de enseñanza y aprendizaje la organización general del sistema educativo, su administración y la de los centros escolares; los métodos de enseñanza sugeridos por la autoridad correspondiente y la experiencia del profesor, los padres de familia que desde el hogar inciden en el interés por el aprendizaje, en las actitudes de los menores, su alimentación, su seguridad, los hábitos y valores, el uso del tiempo libre, etcétera.
Para evaluar la actividad educativa en su conjunto, además de la evaluación de los alumnos, se debe tomar en cuenta la influencia del resto de los elementos del sistema, como son la organización escolar, la competencia de los profesores, el apoyo de los padres de familia, las condiciones socioculturales del entorno y la legislación escolar, esta última de primordial importancia puesto que es la que regula el funcionamiento del sistema educativo y sus líneas básicas de actuación. 
El hecho educativo tiene lugar en el aula y en el ambiente de los centros escolares como consecuencia de la interacción profesor-alumnos, alumnos-alumnos y de la comunicación formativa del centro escolar y de los padres de familia. Enlace, como ya dijimos, no es suficiente para desprender de sus resultados una evaluación general del sistema; es un esfuerzo valioso, sí, pero no suficiente, porque ha servido para clasificar, para obtener listados, etiquetar, alentar la competencia desleal, hacer comparaciones sin equidad educativa, sin llegar a la profunda desigualdad de las escuelas, ni entrar en la validez y confiabilidad de la prueba en sí, ni de sus alcances y propósitos.  
No se puede pensar que de esta manera se conseguiría mejorar la educación. Enlace nació mal, sin la motivación adecuada de los alumnos ni el interés de los padres, debido quizá a la falta de objetivos enfocados a la mejora y a la revisión de resultados para proponer acciones en el aula y la escuela. Seguramente al comenzar este proceso el principal designio fue encontrar los estándares para una prueba universal, aplicable a  todo el país, desde escuelas urbanas de organización completa hasta escuelas primarias rurales unitarias. 
Evaluar no es simplemente medir. Sus objetivos «no se limitan ya a comprobar lo aprendido por el alumnado cada cierto tiempo, sino que amplían sus expectativas y posibilidades y cubren un campo más extenso, más completo, pues la evaluación se incorpora, desde el principio, al camino del aprender y enseñar, y ofrece, en consecuencia, mayores aportaciones y apoyos al conjunto del proceso que transcurre.» (Op. Cit., 1998:101).     
Cuando el modelo de evaluación atrae los objetivos educativos y dirige los procesos de enseñanza, los alumnos aprenden para “aprobar”, para contestar un examen. Las estrategias de aula se condicionan a preparar al alumno para que resuelva dicho examen mientras el proceso de enseñanza y aprendizaje se empobrece y el ambiente escolar se deteriora. Por eso la prueba PISA resulta un instrumento muy complicado de resolver, elaborado como es en otro contexto, bajo otros objetivos y condiciones.
Si consideramos que cada niño es un potencial humano diferente y que la educación camina siempre desfasada en sus objetivos porque prepara en función de ahora a niños que vivirán mañana, y en muchos casos, en palabras de algunos docentes que reconocen el estado actual de la educación, educamos en escuelas del siglo XIX, con métodos del siglo XX a niños del siglo XXI. Tal vez estaremos de acuerdo que en materia de evaluación hay que reflexionar, como una cuestión previa —lo he comentado varias veces en este medio—, sobre el «sistema educativo como un todo interrelacionado, en el que la totalidad de sus partes deben funcionar en una misma dirección, con unos mismos objetivos..., con unas bases comunes que respondan a la filosofía del sistema y a lo que se pretende con él» (Op. Cit., 1998:103). 
Hasta la OCDE cuestionó el enfoque con el que el gobierno federal implementó la evaluación en el sistema de enseñanza nacional, pues lejos de ser un sistema integral de evaluación, una herramienta para la mejora del aprendizaje, se convirtió en un «instrumento de medición y rendición de cuentas», con muy poco o nada de retroalimentación o asesoramiento para mejorar el desempeño y las prácticas docentes y escolares de alumnos, maestros y escuelas.
gilnieto2012@gmail.com

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