miércoles, 16 de enero de 2013

VIAJE AL CORAZÓN DEL POLVO




Juan Hernández Ramírez


                                                                                Poesía
ORALIA
                   
Con tu fuego de sol
incendiaste mis ojos
de pies descalzos.

Eran pequeñas las golondrinas
y piaban en sus nidos de barro
de aquel pueblo olvidado,
del que también tú te olvidaste.

Ya no he vuelto a mirar
en tu piel de adolescente
los árboles de zapote
y las palmeras de botella
de aquella vieja escuela.

El arroyo de aguas ondulantes
donde dos serpientes líquidas
de nuestras montañas
pegaron su cuerpo para ser uno;
ahora sólo es el basurero del pueblo.
Su líquido color de firmamento
recuerda la basura del tiempo.


Oralia, tu nombre
de resplandor de sol,
me hizo emprender la marcha
quemando las espinas del camino
para llegar al ocaso con tu nombre escrito.


En tus labios, pequeña,
reía con locura el viento,
y yo quise ser el primero
en poner mis dedos de ciruela tierna
encima de tu sonrisa.

Tu rostro de música de aves
y tu cabellera de cierva marina,
por ese camino de piedras sin palabras
se fue perdiendo hasta ser silencio.

Las montañas no repiten tu voz,
tu libertad rompió el tiempo
y ya no floreció igual la luna;
te fuiste en aquel barco a la deriva
y el viento rompió las velas
llevándote náufrago a litorales sin retorno,
y quedaste, Oralia, errante.















                      II

Estoy seguro, el tiempo me desgarra,
y tus ojos en el canto de los montes
son hojas que tratan de pintar
las horas que  mantienen de pie
el grito del ciervo que espera la lluvia.

Distancia y silencio fue tu miedo.

¡Oh, Oralia!, veneno sin olvido,
las mañanas sin tiempo,
han sido amaneceres sin rocío.

Oralia, ya eras la niña de la ausencia
en tu contemplación absorta del horizonte,
hogar de la hoguera silenciosa
donde se quema el corazón.

Tu inocencia, como rosas de incendio,
ha de haber muerto en otra orilla
entre los lirios de una tormenta,
sin que las piedras supieran que eras de oro.

Porqué nos fuimos sin dejar una señal
en la rama de un cercano amanecer,
porqué hoy, ya nadie nos recuerda,
tú en tu fuego y yo en el mío.

Oralia, sin que tú supieras,
como en una tumba abierta
sacaste de mi pecho el hueso
que hace reverdecer el olvido.


Ven, tómame,
toma el árbol de mi cuerpo,
has astillas de sus ramas,
consume con tu boca el fruto,
desgarra los sabores y el silencio,
y has pedazos mi última carne.

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