domingo, 11 de noviembre de 2012

Una visión del amor como problema existencial



Víctor Manuel Vásquez Gándara
Leer el texto del Maestro Marcelo Ramírez Ramíres titulado Abelardo y Eloísa Relato de una pasión medieval nos dirige a diferentes cuestionamientos y reflexiones:
Algunas relacionadas con los conceptos plasmados en el título
Pasión, Medievo, amor.
Es evidente el énfasis del autor en la contextualización dentro de una época, quizás añorada o tal vez criticada, pero también lo es, el subrayar sobre uno de los sentimientos o emociones motivadores de acciones incontrolables o impensables: la pasión.
Respecto al contexto pudiese parecer la historia extraña o ajena, una historia ficticia, utópica, irreal, más aún a la óptica de jóvenes, quienes en la actualidad viven una realidad distinta.
Referente a la pasión, ésta prevalece en tiempo y espacio, sembrando dudas, creando controversias, cuando es inherente al amor. Sí se considera la modificación o cambio de valores sufridos en la sociedad y los que dominan en la modernidad o más allá, la postmodernidad: transformación de la estructura social destacada por el cambio del rol de la mujer, globalización y el desarrollo tecnológico basado en el uso de las tecnologías de información y comunicación.
Pero hoy he sido invitado a esta mesa para expresar, una visión del amor como problema existencial, al interior de la obra elaborada por el maestro Marcelo y por supuesto del relato abordado, relativo a la experiencia vivida por Abelardo y Eloísa.
Expresaría para iniciar que, invariablemente al final de las reflexiones expuestas por los que me antecedieron: Jesús y Javier, conducirá a todos los presentes a tratar de determinar cuál es su posición filosófica respecto al amor: naturaleza, finalidad, experiencia, y/o su expiración.
Es inobjetable que la respuesta a estos cuestionamientos son diferentes cuando provienen del género femenino, al del masculino, y en el relato Marcelo analiza holística y hermenéuticamente para ofrecer su opinión acerca de la posición de Eloísa: sensible, soñadora, tolerante, consciente pero también ansiosa de ser amada y dispuesta a pagar las consecuencias a pesar del engaño tácito.
La naturaleza del amor en Abelardo y Eloísa es representativa del sentimiento surgido en el género humano: desde lo expuesto por Ovidio en El arte de amar, el cual data de hace más de veinte centurias atrás, transitando por Madame Bovary de Flaubert, Honorina de Honorato de Balzac, veinticuatro horas en la vida de una mujer de Stefan Sweig, o las obras citadas por el Maestro Marcelo al inicio de su texto.
Abelardo a su vez, en el contexto de una historia real, muestra los extremos del ser: el personaje intelectual admirado por la sociedad, racional, inteligente, persuasivo, contrastando, aquellas cualidades aspiración de cualquier mortal, con el egoísmo, erotismo y hasta egolatría.
Es aquí donde aflora la esencia humana y la pregunta o afirmación: ¿amor contra erotismo?
Desde esta posición el erotismo acompaña al amor, pero el amor puede andar solo, inclusive sin lo erótico.
La excelsitud del amor, para algunos, porque inclusive es sabido que filósofos en diferentes épocas no se han concordado, es buscar la satisfacción plena del ser amado.
Entre los personajes, la inocencia, debilidad enfrentan a la lujuria, pasión, y culmina con un final insospechado para los propios actores, como a lo largo de la historia sucede día tras día: la razón, la lógica cede ante el amor.
El juicio dictaminado por el destino es implacable. Atestiguado por la sociedad, conocedor de ambas personalidades –actores del drama expuesto-, en el rango intelectual, académico, religioso y el otro, familiar, humano.
Contribuyen al juicio elementos extraordinarios, presentes en todas las épocas: envidia, rencor, sentimientos humanos que sólo esperan la oportunidad para ser encausados y aportar elementos para la culminación del debacle del más fuerte.
Enjuiciar es tarea humana, práctica común y sin embargo ser actor trasciende más allá de la lógica, de la razón, de los buenos modales, de la ética, de lo moral.
La tentación, el impulso, la excitación ante el instinto, hacen de las respuestas: improvisación, locura, inconsciencia.
Como hombre la debilidad ante la belleza y el erotismo acompaña, la lujuria es incontrolable, incluso el ego alcanza su plenitud ante un mínimo de de expresión femenina: la sonrisa, la belleza.
Culminaría con una estrofa de la célebre Sor Juana Inés de la Cruz
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

Si con ansia sin igual                
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
La complicidad es evidente implícita en el problema existencial del amor: ceguera voluntaria.

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