domingo, 11 de noviembre de 2012

Entre escritores



Aurora Ruiz Vásquez

Después de acostarme muy tarde, soñé con el protagonista del cuento que estoy escribiendo: me fundo con él. El muchacho sufre y alberga deseos de venganza y siento su historia como mía. Despierto sobresaltado, todo lo atribuyo al exceso de trabajo. Decido bajar el ritmo de mis tareas, pero no puedo dejar de pensar en el joven aquél, que siendo niño, presenció el arresto de su padre en la época revolucionaria, donde  después de incendiar su casa, su padre fue asesinado por la espalda sin culpa alguna.
Lo mejor sería salir a caminar para que el aire refresque mi mente, me digo. Y, sin más, tomo el camino largo que conduce al río; paso por un café nocturno y a través de la ventana, creo reconocer entre tinieblas,  a uno de mis amigos escritores.  Me detengo y entro. En una de las mesas del fondo, está él leyendo el periódico que le tapa parte de la cara. Me acerco.
-Qué tal Julio, gusto en verte ¿por qué tan solo?
-¡Hola! a mí también me alegra. Siéntate.
-Mira, he buscado este refugio casi solitario para tratar de escribir un cuento que me está costando trabajo como nunca; no cabe duda que ya estoy viejo; mira, no sé si empezar por el final… como aconseja Alan Poe, optar por el estilo minimalista de Raymond Carver; en fin, quiero algo como microrrelato estilo Monterroso; así, en pocas palabras, terminaré pronto. ¿No crees?
-Yo ando en las mismas,  ya casi lo tengo pensado, surgió de algo tan real que me ha impactado. Deseo escribirlo aplicando la metaficción.
-Me alegra poder conversar contigo de nuestras inquietudes literarias, deberíamos hacerlo más seguido –dijo Julio.
-Por mi parte encantado; te propongo que nos veamos en un mes en este mismo lugar y hora, -lo dije convencido de que sería un beneficio para los dos- Revisaremos juntos nuestros trabajos.
Seguimos platicando de cosas sin importancia y nos despedimos luego, recordando  el compromiso que habíamos pactado.
Regresé a mi casa, más sereno y con ideas claras separando la realidad de la ficción, tratando de hacer mi relato verosímil al lector, contando un cuento dentro de otro.
Optimista me puse a escribir y después de varios intentos y correcciones el resultado fue el siguiente:
En ese entonces tenía siete años y regresaba de la milpa al atardecer, cuando vi a lo lejos una luz naranja intensa en dirección a mi casa. Aceleré el paso; lenguas de fuego consumían mi choza y el humo se elevaba con el viento. Corrí  desaforado tropezando con las piedras, cuando llegué a cierta distancia, en el umbral estaba mi padre  forcejeando con dos hombres armados que querían llevárselo, le grité con todas mis fuerzas, ¡Papá, no! Apenas  escuché que me decía: ¡aléjate, vete! Detuve la carrera y rápido trepé a un árbol frondoso donde me sentí seguro. Desde ahí  distinguí cómo él luchaba y se resistía a ser apresado sin motivo, cuando el otro hombre, sin más,  le disparó por la espalda, haciéndolo rodar envuelto en barro húmedo hacia el profundo barranco. Los hombres desaparecieron; mi hermana y mi madre seguramente pudieron huir, pues no las encontré entre los escombros  del incendio.
De lejos lo vi todo, y el corazón se me partió, desolado sentí  deseos infinitos de venganza. Han pasado diez años y esa imagen cruel no disminuye y todavía, muerto de rabia, no encuentro cómo vengarme.
Llegado el plazo convenido, nos reunimos en el mismo café. Un saludo cordial, algo de tomar y empezamos a hablar.
Julio fue el primero en leer su relato: En ese tiempo tenía escasos siete años y regresaba de la milpa... continuó leyendo hasta el final palabras más, palabras menos, el contenido de lo narrado era exactamente igual al mío. Nos vimos extrañados, ¿qué ha pasado? No puede ser ¿Cómo coincidir al extremo? Se desató una discusión acalorada llena de reproches Y amenazas. Tomamos una copa y otra más; al final, al no encontrar explicación coherente, decidimos tirar al fuego los trabajos, y redactar otros.





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