jueves, 19 de enero de 2012

La Universidad que pienso

Luis Gerardo Martínez García (Escritores por la Educación, A.C.) La Universidad que pienso es aquella que se siente viva; que se ve fuerte; y que se siente combativa. Veo una universidad que no cree, más bien piensa y sueña. Siento una universidad que no desiste, al contrario, se compromete. Una que sabe medir la distancia entre ella y los grupos gremiales sin perder de vista su vínculo (casi) necesario; que acerca constantemente su existir a la sociedad compartiéndole participación. Entidad que exige al Estado para dar continuidad a los procesos encomendados por los ciudadanos. Una que valora al veracruzano del norte, del centro y del sur en su diversidad, enfrentando la desigualdad, el analfabetismo y la injusticia. Pienso una universidad vigorosa que enfrenta sus retos con la participación de quienes la integran, desde una perspectiva justa e incluyente. Una que propone, crea e imagina una sociedad diferente; una sociedad que no para su andar en una sintonía cambiante, como manecillas del reloj… sin parar. Creciendo en ciencia y humanidades con ideas e ideales de hombres y mujeres desde su creación, propias de la docencia, la investigación y la extensión. Una universidad que identifica a la crisis para ser el punto de encuentro de los desencuentros y reescribirse como parte de su proceso educativo. Una universidad que camina al ritmo de esas mentes pensantes que día con día abren las puertas de su corazón, cada vez que leen un autor, revisan un libro, escriben un artículo; cada vez que problematizan, interrogan, ponen en cuestión. Porque al cuestionar se recurre a una fase del aprendizaje, propio de una universidad pública como la nuestra. No se puede estar estático, sin pensar, sin estar, sin respirar, sin contrastar, sin latir. No se debe, ni por asomo, admitir la manipulación, el chantaje, la incoherencia porque eso es recurrir a una educación enajenante, insensata, irresponsable, inadmisible. La universidad por el contrario, debe ser propiciadora del cambio, la socialización y la ciudadanización. Una universidad que forma en la política, se torna seria, en tanto excluya el comentario adverso, la crítica destructiva. Pero si en su lenguaje habla de inclusión, participación, debate, reflexión, diálogo y otredad, se torna seria y, además, responsable, comprometida. Una que forma competencias puede caer en errores, (como bien dice G. Fadanelli, “Rehuir de la competencia es un acto prudente. Competir no es lo mismo que existir, al contrario: es muestra de debilidad y de miedo”); debe formar a sujetos conscientes de sus realidades [de que su mundo se tiñe de diversos climas, ambientes, colores, sabores, intereses, desatinos, políticas, pensares]. Pienso una universidad auténtica en su decir y su hacer; consciente de su filosofía y su historia; responsable de su compromiso como entidad pública que debe contribuir al mejoramiento de la educación y, en consecuencia, una mejor calidad de vida. Una plenamente definida en su identidad, pero en búsqueda permanente de nuevos retos. Esa que busca alejar a los sujetos de la ignorancia y la mediocridad, evitando lo que también N. Chomsky critica: “La calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores debe ser la más pobre y mediocre posible, de forma que la distancia de la ignorancia que plantea entre las clases inferiores y las clases sociales superiores sea y permanezca imposible de alcanzar para las clases inferiores.” Una universidad que sienta coraje al ver niños descalzos sin ir a la escuela…; que sienta desilusión al conocer de acciones que ofenden la dignidad de los adultos que migran al norte, al sueño, al sindestino; que sienta orgullo al ver profesores que buscan, cuestionan, promueven y refrendan sus saberes, y toman decisiones fuera de un reconocimiento sin sentido [puntaje o simple constancia]. Una universidad que viaje largo para lograr destinos diversos en busca de la justicia social; universidad con sin verdades absolutas como lo es el conocimiento cada vez que se da la oportunidad de cuestionarse así mismo. Una universidad sin música entristece; sin crítica se adormece; sin deporte se enferma; si finge se engaña; si atropellada se reciente; una universidad débil desmerece; una universidad sin ciudadanos, deja de serlo. Por eso la universidad necesita participación, fluidez, arte, cultura, ciencia, tecnología, articulación, carácter. Para ser universidad hay que verse, creerse y pensarse universitarios. La burocracia es parte de su vida, pero no es su finalidad; ésta es el conocimiento, el saber, el sujeto, la sociedad; la sustentabilidad también puede ser parte esencial de la universidad. Seguro estoy que en corresponsabilidad fortaleceremos la universidad que queremos, pensamos y soñamos.

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