sábado, 10 de septiembre de 2011

Los valores en la ciudad secular cobra plena vigencia y despliega todo su valor

Dra. Adriana Menassé*


Es en verdad un honor para mí presentar este libro, y un gusto acompañar al Maestro Marcelo Ramírez en el festejo que hoy nos reúne. Un gusto por la sincera, si breve amistad que se ha dado entre nosotros, pero también porque desde la ocasión en que tuve el agrado de compartir una mesa redonda con el Maestro Marcelo (en un evento organizado por al Facultad de Antropología en torno a la significación de la religión en nuestro tiempo), me pareció vislumbrar el venero de su talante ético, el horizonte donde algunas certidumbres filosóficas y espirituales cobran significado. Hoy este libro así lo confirma.
Se ha dicho que la filosofía comienza por la pregunta por el ser, por la pregunta acerca de la esencia; sin embargo parece cada vez más evidente que toda filosofía es en verdad un gran esfuerzo pedagógico. ¿No murió Sócrates acusado de pervertir a la juventud ateniense de su tiempo? Hay en la filosofía un deseo de responder a la pregunta acuciante por aquello que ha de guiar nuestra conducta: ¿cómo debemos vivir?, ¿qué debemos desear? También para Platón, la tarea de la filosofía es ante todo una tarea edificante, como se dice a veces, destinada a enseñar a los jóvenes a ser justos y moderados, y a la sociedad en su conjunto, a pensar cómo debe vivirse de una manera más digna y más feliz. (Hay una cita que no he logrado rastrear, pero que encontré en un artículo de Mark Lilas en Letras Libres donde supuestamente Platón se pregunta cómo podían aprender los jóvenes los valores superiores de la justicia y la prudencia en una ciudad donde, dice, “la alegría consiste en atiborrarse un par de veces al día y dormir en compañía todas las noches?” Semejante ciudad, pensaba, no podría nunca librarse del interminable ciclo del despotismo y la revolución. Así, la filosofía se inaugura no en términos abstractos y especulativos sino en función de una tarea de humanización en el sentido amplio, la tarea de construcción de los referentes que enaltecen y dan belleza a la vida humana.
No es una casualidad entonces, que un autor que bebe y se forma en las fuentes clásicas, prolongue esta herencia fundamental: el libro de Marcelo Ramírez, Los valores en la ciudad secular respira igualmente una vocación educativa. Huelga decir que aquí la noción de educativo está tomada en su sentido radical: cultivar en la criatura humana la capacidad y el anhelo de cumplir la forma más noble de su condición. Cuál será esa forma no puede definirse de una vez y para siempre, sino que implica un diálogo permanente con los valores tenidos por más justos y verdaderos en cada tradición. Tal vez no sean los valores como tales, sino la integridad con la que emprendemos ese diálogo lo que conduce nuestra palabra al manantial donde a cada vez, continuamente, se renueva lo humano.
Y aquí quisiera decir que esta integridad moral, este afán de diálogo, de comprensión de los tiempos y compromiso a fondo con el llamado de la bondad, es el que anima cada página de este libro. La honestidad intelectual y espiritual aparece en casi todos los pequeños ensayos que constituyen este libro como un intento de rechazar el escepticismo axiológico y apostar por valores que afirman el amor, la justicia, la dignidad de las personas y la afirmación generosa de la vida.
Pensador y filósofo de inspiración cristiana, Marcelo Ramírez en ningún momento pretende imponer una dogmática; por el contrario, varias veces se detiene frente a lo que él siente como peligro de transgredir los límites de lo filosófico para entrar de lleno en el ámbito de la fe. Cuidado muy saludable, sin duda, aunque tal vez un poco extremo si pensamos que cada vez más la filosofía reconoce que no sólo en la razón hay pensamiento sino que también en nuestras oscuras certidumbres hay conocimiento y hay sentido.
De hecho, y en aras de entablar una conversación con estos breves y fecundos escritos, diría que parece hallarse en ellos un vaivén del pensamiento; un péndulo que va del compromiso radical con cierto horizonte de valores que toma su aliento de las fuentes bíblicas, a la reserva impuesta por la racionalidad moderna a la propia filosofía. En otras palabras, se percibe en sus líneas el eco de la lucha que libra el autor entre una incorruptible adhesión a la trascendencia (una trascendencia entendida filosóficamente, como es obvio), y el recato al que lo empuja un pensamiento que ha decidido mantenerse en el terreno de la inmanencia.
Los valores en la ciudad secular no es un libro exclusivo para filósofos; es un libro accesible a un público amplio, un libro que no hace alarde de erudición académica (como es frecuente en este campo), sino que asume la responsabilidad de pensar y decir desde la voz propia. El autor admite, sin duda, la tradición en la que creció pero busca con ello dar respuestas al mundo en el que vive. Por eso este pequeño libro quisiera servir a quienes se preguntan por la dimensión ética de la existencia, de su existencia y, particularmente, dirigirse a los jóvenes. No sería muy distinto, en ese punto, a otros tratados de ética, si consideramos lo que plantea Agnes Heller en su libro Hacia una filosofía de la moral: que el filósofo quiere transmitir su saber a quienes vienen después porque en eso consiste la parte sustantiva de la tarea humana.
Los “tiempo de penuria (moral)” como el nuestro, sugiere el autor de Los valores en la ciudad secular, obligan a filósofos y educadores a ofrecer orientaciones para una vida buena. En realidad, como empezamos a sospechar, todos los tiempos son tiempos de penuria: la ética se erige en todos los tiempos contra la desidia, el egoísmo y la banalidad. Si el ser humano es un ser inacabado y el proyecto humano una tarea, la ética muestra ser el obstinado ejercicio donde se juega y se cumple su elevada aspiración. Es esto, tal vez, lo que al final resuena en las páginas del libro que nos convoca.
El autor comienza por advertirnos que la inmanencia a ultranza del “hoy comamos y bebamos porque mañana moriremos” es una trampa (p. 12), para exponer más adelante su tesis fuerte: “…hay principios, valores y normas de validez objetiva que la reflexión ética es capaz de descubrir o confirmar y a partir de los cuales puede ofrecer un ideal de vida a los individuos” (p.71). Pero reconoce que tal afirmación es ante todo un compromiso cabal y que desde luego hay quienes niegan semejante posibilidad. “A ellos lo único que podemos responder, dice, es que si no existen principios, valores y normas objetivamente válidos, queda abierto el paso para “hacer la apología de los instintos y de las tendencias más oscuras que habitan en nosotros” (ibid).
La forma brutal que han tomado los tiempos de penuria que vivimos hoy en nuestro país deja poco espacio para los discursos que idealizan los instintos y las tendencias oscuras que habitan en nosotros. En este contexto el libro de Marcelo Ramírez, Los valores en la ciudad secular cobra plena vigencia y despliega todo su valor. Pues la tarea pedagógica, la tarea ética, está siempre en curso, siempre por hacerse; sólo la era mesiánica traerá la realización plena de la bondad en el mundo, dicen los sabios del Talmud. Y ni siquiera todos. Otros niegan incluso esa posibilidad y sugieren que mientras haya seres humanos habremos de mantener vivo el esfuerzo denodado, continuamente inaugural que significa la ética. Tal vez por eso seguiremos necesitando libros que apuesten vital y apasionadamente por las mejores posibilidades de la criatura que somos.
Educar consistiría entonces en transmitir a otros el anhelo de esa búsqueda, la chispa de la inspiración que anima el deseo de modelar la voluntad y afinar el espíritu; la que nos conmina en cada caso a preguntar por lo que es correcto y a dar sentido a nuestra existencia. Y sin embargo, la tarea que nos convoca a construir una vida buena, una ciudad justa, no descansa en la simple adición de voluntades individuales. Necesitamos reestablecer el compromiso con los vínculos comunitarios, refrendar nuestra adhesión a la responsabilidad colectiva más allá del interés personal, volver a creer que la justicia social es algo que nos atañe a todos, que la corrupción destruye las bases de nuestra confianza mutua, para empezar a recuperar el rumbo de una educación que en verdad sirva para vida. El libro de Marcelo Ramírez, apunta en esa dirección. Es por eso que aquí quisiéramos celebrarlo. Y agradecerlo.
*Instituto de Filosofía
Universidad Veracruzana


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