lunes, 8 de agosto de 2011

Una relación de autoridad



Por Samuel Nepomuceno Limón

Poner en la perspectiva de las palabras lo que se observa de un objeto o un fenómeno permite un acercamiento comprehensivo a uno u otro. Una situación sobre la que se han escrito numerosas páginas es la manera en que un adulto consigue que un niño se apropie de una información o de una manera de hacer las cosas. La repetición múltiple de esta actividad al interior del grupo social hace que el acontecimiento adquiera un carácter colectivo, intergeneracional y constante. Al mirar hacia el pasado, así pareciera haber ocurrido desde los tiempos de los cuales no existe memoria, pues ello antecede al empleo de la palabra escrita e incluso la representación iconográfica que marca el inicio de la Historia. ¿Cómo serían las cosas en la más remota antigüedad? En la época de los cazadores de las profundidades de la prehistoria es probable que un hombre primitivo adiestrara a un niño en la manera en que se conseguía una presa para la alimentación. También es probable que una madre mostrara a una niña la forma de participar en las labores que una incipiente división del trabajo destinaba a las mujeres. Tiempo después, muchos siglos en realidad, los padres agricultores harían lo propio con su prole, a fin de ganar la colaboración de la gente joven y de asegurar así la obtención y preparación del sustento cotidiano.
Cuando las actividades sociales estaban ya más diversificadas y había hombres dedicados a las armas, la manufactura de satisfactores, la agricultura, la ganadería, el culto a los dioses, etcétera, las personas adultas destinaban parte de su tiempo para que niñas y niños aprendieran las tareas productivas y hogareñas que ocupaban a los adultos de aldeas y villorrios.
Al correr del tiempo, crecía la diversidad de lo que había que aprender, engrandeciendo las manifestaciones de la cultura que les era propia. Nacía la necesidad de contar con adultos que se ocuparan de la enseñanza de varios niños a la vez mientras los padres continuaban su diario trajinar. Al mismo tiempo, la creciente diversidad de lo que era necesario aprender obligaba a realizar una selección para que se aprendiera aquello que les era más indispensable.
En este viaje imaginario por el tiempo se mantiene constante la presencia de dos figuras: quien adiestra o enseña y quien aprende, en una relación vertical dentro de un esquema de autoridad. Frente a frente, alguien de más edad, mayor experiencia, más conocimientos, con mando, que organiza mejor las cosas; y el joven o niño, el aprendiz, el que se halla momentáneamente en desventaja.
Es muy factible que hubiera otra circunstancia que se mantendría presente a través del adiestramiento y la enseñanza: los componentes nodales del modo en que daba la relación. Por una parte, la imitación realizada por el aprendiz de lo que el adulto trataba de enseñarle; por el otro lado, la información relativa, la que acompañaba al acto de mostrar cómo se hacían las labores. Por un lado, el cómo hacer; por el otro, el porqué hacerlo de ese modo y no de otro o porqué es importante realizarlo. Podemos imaginar que tanto la experiencia directa como la información que la enriquece o sustenta estaban presentes de alguna manera. En ocasiones, juntas; a veces sólo una de ellas.
Podríase pensar, en la actualidad, que tanto la relación vertical de autoridad como la presencia horizontal de la experiencia y la información continúan apareciendo en el fenómeno en que uno enseña y el otro aprende. ¿Cómo describir esta doble relación de protagonistas y modalidades? Ciertamente habría decenas de modos de hacerlo. Algunos interesados en el asunto le han llamado transmisión de conocimientos. Otros, conducción del aprendizaje. Algunos más, educación en competencias, educación para la vida, y diversas denominaciones más.
Las finalidades de la relación enseñante–aprendiz han sufrido modificaciones a lo largo del tiempo. Allá en la prehistoria seguramente se consideró la supervivencia como finalidad; en los días que corren, los objetivos que se perseguirían, juntos o separados, podrían ser: disponer de un trabajo, ganarse la vida, hacer fortuna, vivir cómodamente, estar preparado para emergencias…
La relación básica entre los dos protagonistas de la situación también ha crecido en complejidad, pues en torno de ella surgen algunas interrogantes: para qué se enseña, por qué se enseña, qué se enseña, qué valor tiene lo que se enseña, de qué modo ha de enseñarse, cómo es el que aprende, cómo es el que enseña, qué valor tiene lo que se enseña, sobre qué supuestos se realiza la enseñanza en cuanto a las condiciones sociales y económicas y el entorno.
Al haber progresos importantes de tipo tecnológico, parece inevitable la aplicación de los avances de este tipo en la práctica de la enseñanza. Con todo, es de reconocerse que las figuras centrales, básicas, la del enseñante y la del aprendiz, tienen una presencia constante. Alguien debe diseñar los programas educativos de que se ocupan las máquinas empleadas para la enseñanza; alguien que seleccione los contenidos, los organice, los gradúe, los disponga para su mejor adquisición, que proponga el mecanismo de evaluación, entre otras tareas. Desde tal perspectiva hay que reconocer que, al menos según lo que se observa, el ingreso de la tecnología electrónica en el aula cumple un papel de auxiliar en la acción que realiza la parte enseñante. Al parecer, todavía carece de la calidad que le permita ser protagonista. De ello se deriva que la capacitación para los usuarios de la tecnología resulta a todas luces indispensable. Por una parte, capacitación en la tarea fundamental de lo que es la enseñanza o la conducción del aprendizaje. Por la otra, capacitación en el mejor empleo de los aparatos para apoyar eficazmente dicha enseñanza. Es decir, la relación vertical, de autoridad, sigue vigente. Además, los elementos que alimentan la enseñanza, la experiencia que gane el aprendiz y la información relativa a ese aprender empírico, continúan en primera línea de importancia. Ello, más lo que espontáneamente aprenda el aprendiz merced a la convivencia e interacción.
La pedagogía —ese valioso campo de reflexión surgido en el entramado de las relaciones enseñante–aprendiz, los temas de enseñanza, las finalidades de ésta, la formación personal y social del que aprende y las características del enseñante— ha pretendido que la verticalidad por autoridad se transforme en una relación horizontal, en un plano de respeto a la individualidad, al estado de maduración, contextuada en los derechos humanos, a la luz de los valores consagrados por la Humanidad, y con una intervención que persiga el máximo desarrollo del mayor número posible de las capacidades que poseen los sujetos del aprendizaje. Que devenga en una educación integral, pues.
Además, las expectativas del grupo social sobre la escuela desde hace tiempo han rebasado la capacidad de respuesta de la institución escolar. Parafraseando a Neruda diríamos que es tan corto el tiempo para aprender y es tan larga la lista de lo disponible para aprender. ¿Quién sería capaz de aprenderlo todo sin olvidar nada? ¿Quién sería capaz de conducir tal aprendizaje total? ¿Hacia qué horizontes habría que preparar al ser humano? De ahí la importancia de la educación básica. Deseablemente convergen en ella diversas direcciones. O mejor dicho, de ella parten distintas direcciones. ¿Habrá algo en común para las múltiples profesiones y necesidades que plantea la vida moderna? Sería tarea de la educación básica salir a buscarlo, y preparar en tal escenario a las jóvenes generaciones: coordinación sensoriomotriz, destrezas intelectuales, destrezas prácticas, habilidades para la comunicación con empleo de los principales lenguajes, con inclusión del numérico; habilidad creciente para la argumentación, posesión de instrumentos lógicos y metodológicos para la aprehensión y comprensión de la realidad; valores, actitudes… Además, la información crece y se torna compleja constantemente. Resulta entonces conveniente aprender a buscar la que es necesaria, seleccionarla, procesarla, emplearla…
En fin… Hay varias maneras de describir el fenómeno educativo. Ésta sería, dentro de muchísimas, una de ellas. Pretender describirlo ayuda a su comprensión.

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