lunes, 7 de marzo de 2011

Lo que la historia no cuenta…Atentado contra Porfirio Díaz en 1897

Por Dante Octavio Hernández Guzmán

El 16 de septiembre de 1897 era un día tranquilo y de cielo despejado, la gente de la capital de México se preparaba para presenciar los festejos de la Independencia, el General Porfirio Díaz, salió de Palacio Nacional ante el regocijo de la gente en una calesa descapotada rumbo a la Alameda Central, todo iba según el protocolo, junto al Presidente estaban acompañándolo: el General Brigadier Ortiz Monasterio, el General Pradillo y el Teniente Coronel Fernando González, que iban detrás del presidente; al llegar a la Alameda don Porfirio bajo de la calesa para dirigirse al pabellón morisco cuando sufrió el atentado, veamos una parte de lo publicado en El Nacional del 17 de septiembre:

Había recorrido la comitiva oficial la mayor parte de su carrera y llegaba ya a su destino, cuando, al pasar frente al ángulo sureste de la alameda, un hombre rompe la valla, se abre paso entre los señores General Pradillo y Brigadier Ortiz Monasterio, que iban con el Teniente Coronel Don Fernando González inmediatamente detrás del presidente, y asesta a este elevado funcionario un puñetazo en la parte posterior del cuello, que le hizo caer el sombrero montado que llevaba  (iba de gran uniforme) exclamando el agresor: “¡Para que vean que soy hombre!”.
Lo que allí pasó fue indescriptible.  La agresión rápida como el relámpago e inesperado, no pudo ser impedida y se había consumado enteramente.  Nadie pudo conocer al momento su importancia.  Y en el  semblante de todos los que pudieron darse cuenta de lo que pasaba, se pintó la angustia más intensa.  El presidente había podido ser muerto por aquel hombre.
El señor monasterio, desde luego, rompió su bastón de ébano sobre aquel hombre, quedándose en la mano de éste una astilla, con lo cual agredió también al señor Pradillo que se lanzó sobre él, rasgándole la manga del uniforme e hiriéndolo levemente el antebrazo, mientras que el señor González (Don Fernando) acometía también contra el infame, que al fin cayó en tierra.
Mil manos se levantaron entonces contra el agresor en medio de un clamor universal, un cargador lo tomo de los cabellos y algunos afirman que iba a hundirle en el pecho un puñal; el General Pradillo ponía también la mano en la espada, sin duda para dar su merecido a aquel infame.
Mientras tanto (esto pasó en unos cuantos segundos). El General Díaz se había repuesto del golpe, recogido su sombrero y cubiértose (sic) con él, y viendo el peligro que corría su agresor, “No, compadre- dijo, dirigiéndose al General Pradillo- que no se le haga nada.  Hay que entregarlo a la justicia”.  El interpelado, entonces, lo entregó al Capitán Lacroix, que, bien asegurado, a Palacio.  Sin en aquel momento se deja al miserable en manos del pueblo, éste lo despedazaba.  La serenidad del General Díaz lo salvó.”.

Porfirio Díaz aprovechó el momento para mantenerse en una actitud serena, dando además al pueblo una imagen de bondad al impedir que fuera agredido el perpetrador que en realidad sólo logró tirarle el sombrero y sin arma alguna ningún daño pudo hacerle, por lo que la gente pensó que fue un loco y desquiciado borracho de nombre Arnulfo Arroyo, abogado de profesión que tenía fama de pendenciero y alcohólico en su delirio había intentado ir contra el presidente de la república; en el momento del atentado un cargador trató de darle de puñaladas al presunto magnicida, pero fue a tiempo contenido por el General Pradillo, posteriormente Arroyo fue llevado a la cárcel, y estando en la comisaría detenido, cerca de la una de la mañana fue linchado, como lo narra un reportero:

“Un tropel de hombres del pueblo penetró desordenadamente hoy a la una de la mañana al Palacio Municipal, subió las escaleras y arrollando a los gendarmes que hacían la guardia, llegó hasta el despacho del Inspector General de Policía, matando a Arnulfo Arroyo, que se encontraba preso en aquel lugar.”. (El Nacional, 17-IX-1987).

Se logró detener algunos de los que participaron en el linchamiento de Arroyo, ya que según parte médico fue muerto de 9 puñaladas,  en el Nacional aparece la nota del linchamiento y los nombres de algunos participantes:

“Llegaron otros guardianes y en el acto capturaron a una veintena de personas, entre las cuales se contaban Juan Salazar (el cargador), José Muñoz, Abel Torres, Mariano Sánchez, Carlos Díaz, Gregorio Belmont, Santiago Ordóñez, Domingo Beltrán, Silverio Macías un joven empleado en la corte Militar y otras.”.

Todo hubiera quedado en ello, ya que se pensó que fue la acción de un solitario enervado por el alcohol o algún otro estupefaciente, además,  todos los participantes en el linchamiento que fueron aprehendidos en las inmediaciones de la cárcel, fueron juzgados. De no haberse descubierto que uno de los participantes fue el cargador que intentó asesinarlo en la alameda y varios de los detenidos formaban parte del cuerpo de policía, todo hubiera quedado en olvido, pero, al saberse de quienes participaron, hizo que se mantuviera la sospecha de un atentado elaborado por un grupo de inconformes, esto es, un complot para asesinar al presidente Díaz. ¿Atentado? ¿Locura? No sabremos nunca que fue en realidad.

Hace algunos meses, en esa vorágine que fue el aniversario del Centenario de la Revolución y el Bicentenario de la Independencia, donde hubo muchos buenos, regulares y malos escritores, que aprovechando que tuvieron oportunidades de que les publicaran sus “novelas históricas”, entre muchas de ellas, escribieron una que abunda en la hipótesis de un atentado, novela ligera que se basa en hechos reales y en el que implica las iniciales y el perfil sicológico de un burócrata perteneciente a relaciones exteriores cuyas iniciales son F. G. y que además, era novelista, quien al través de su narrativa y sus cartas con una presunta implicada amorosamente en tiempos pasados con el autor del atentado, nos va sugiriendo la idea del atentado, en fin, siendo novela se pueden permitir algunas licencias en el manejo de la historia, lo que dejo a ustedes simplemente como una acotación de lo que la historia no cuenta, lo que es de llamar la atención son las iniciales ¿Sería a caso que trata el autor de referirse a Federico Gamboa? Todo queda en un supuesto, aunque el intento de agresión realmente fue mínimo.
Hemerografía:
AMO: Hemeroteca, Periódico: El Nacional, Tomo: XX, Número: 66, viernes 17 de septiembre de 1897.
AMO: Hemeroteca, Periódico: La Patria el diario de México, director y propietario: Lic. Ireneo Paz, Año: XXI, Número: 6265, sábado 18 de septiembre de 1897.

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