miércoles, 8 de diciembre de 2010

Testimonio sobre Don Manuel Parra

Juan Martínez Maria[1]

Allá por el año de 1930, en la hacienda de Almolonga, propiedad del coronel retirado Don Manuel Parra, ciertas novedades ocasionaron que este singular personaje determinase formar un grupo de pistoleros que tuviera a su cargo el cuidado de la hacienda.

En una ocasión en el Camino Real, allá por los cañales de Paso del Toro, un grupo de ladrones logró apoderarse de diez mil pesos que iban a ser destinados para gastos de la hacienda, situación que provocó la ira de Don Manuel Parra, quien de inmediato inició la búsqueda de los delincuentes sin lograr su captura, ya que, internándose por el “mal país” lograron darse a la fuga.

Como era un coronel que “pesaba” ante el gobierno, logró contar con su anuencia para formar su propia “cuadrilla” de defensa, delegando la responsabilidad al Capitán Moreno, un hombre chaparro y entrón, quién de inmediato agrupó a 300 hombres a caballo y con armamento, que se encargaban de la vigilancia no sólo de la hacienda, sino de las comunidades aledañas. Fue así como en varias regiones hubo “jefes parristas”; Rafael Cornejo en Plan de las Hayas, Crispín Aguilar en Actopan, Rodolfo Hernández en Naolinco, etc.

El grupo de Don Manuel Parra fue creciendo tanto, que en todos los pueblos crearon guardias que, aprovechando la situación, cometían desmanes sin que la ley reprobara sus acciones. Dicen que fue como una plaga que se extendió más allá del Estado de Veracruz, llegando sus influencias hasta Guadalajara.

Se sabe por referencias de la gente que, atrás de la hacienda, en medio de una finca de café, existía un hoyo natural del que no se sabía su profundidad, el cual se usaba como sepultura de toda persona que cometía un delito o simplemente era acusada de algo. Sólo se veían los cinturones de las víctimas que pendían de unas maderas como “trofeos de guerra”. Ni los zopilotes se acercaban al lugar, porque ni olor salía.

Como patriarca, Don Manuel Parra resolvía problemas propios y relacionados con la gente de su tiempo. Al principio creía firmemente en sus pistoleros y en las acusaciones que hacían sobre personas a las que debían victimar. Por esta razón, mucha gente inocente murió. Más adelante utilizó otro procedimiento: Mandaba traer acusador y acusado para que se “carearan” y a veces resultaba que el denunciante era el que iba a dar al “hoyo”.

Se sabía también que cuando Don Manuel Parra mandaba por alguien, era para tratar un asunto delicado, siempre se cuadraba con su “fusca” al cinto y así, rodeado de pistoleros, arreglaba las cosas a su manera.

En una ocasión mandó a matar a un individuo de El Terrero, pero éste supo del plan y acudió valientemente a su presencia para reclamarle la orden:
-¡Usted me mando a matar! ¿Se puede saber por qué? ¡Si eres tan valiente, es momento de que tú mismo lo hagas! ¡Nada más no hagas señas para ninguna parte, porque te trueno antes!.

Don Manuel Parra no se atrevió a desafiarlo, dejándolo escapar por temor. El valiente se introdujo a los cañales. De tonto se escapaba por el Camino Real.

A Don Jesús Dorantes Espinoza, el señor que compartió lo que hasta aquí se ha dicho, le tocó la misma suerte en una ocasión que Don Manuel Parra mandó por él a Paso del Toro, acosándolo con preguntas cuando lo tuvo enfrente, sólo porque Don Jesús usaba una Colt Nagar de siete tiros.

-¿Por qué jalas pistola?
-La jalo para defenderme de los bandidos. ¿Qué? ¿Está prohibido?
-Aquí solamente se porta arma con mi permiso. ¿Por qué no me avisaste?, reclamó Don Manuel Parra.
- Pa’defender lo mío, no lo creí necesario, respondió Don Jesús.
- ¿Y acaso te atreverías a matar en tu defensa?
- ¡Pues si es necesario, sí!
- Pues como veo que eres bragado y valiente, ¡vete, no hay problema!

En algunas ocasiones, Don Manuel Parra utilizaba otros procedimientos ante los reclamos de justicia que le hacían personas humildes. Don Paulino González Viveros nos platicó una anécdota que vale la pena resaltar.

En una tarde lluviosa, rumbo al poblado de Mesa de Guadalupe, caminaba una joven, hija de un respetado miembro de esa comunidad, llevando consigo un cesto con fruta recogida de un huerto aledaño. De pronto, de entre los matorrales, surgió la figura de un joven, quien a fuerza y contra la voluntad de ella, mancilló el honor de la jovencita. Más tarde, la desdichada contó a su padre lo sucedido entre lágrimas y dolor.

Su padre, encorajinado y triste, acudió a entrevistarse con Don Manuel Parra, a quien relató lo sucedido, solicitándole justicia. Ante esto, Don Manuel Parra ordenó que le trajeran al padre del joven delincuente, quien casualmente resultó ser compadre suyo, muy estimado por cierto. El papá acudió sin conocer el motivo de su llamado, creyendo que su compadre solamente lo citaba para un convivio informal.

Te mandé a traer compadre, porque quiero que me ayudes a resolver un conflicto, comentó Don Manuel Parra.

-¿Pues de qué se trata compadre?, contestó.

-Lo que pasa es que un jovencito se aprovechó de una muchacha que le negó su amor y él se cobró a la fuerza por venganza. Si fuera tu hija la mujer mancillada, ¿qué castigo le impondrías al delincuente?

-Pues fíjate, que me daría mucho coraje que le hicieran eso y de castigo pediría para él que lo ejecutaran a balazos, comentó el papá del culpable.

-¿Eso pedirías de castigo? ¿No tendrías tantita compasión?, recalcó Don Manuel Parra.

-No compadre. Eso pediría y más.

-Pues fíjate, compadre, que me duele decírtelo, pero el delincuente es tu hijo y tú mismo decidiste el castigo. Así que mañana temprano será ejecutado atrás de la hacienda.

Esta triste historia en Almolonga sirvió de ejemplo durante mucho tiempo para que nadie más intentase cometer un delito. Mientras Don Manuel Parra vivió, así se arreglaban las cosas. Después de su muerte, muchas cosas cambiaron.

Don Jesús Dorantes dice que a él le contaron que la muerte de Don Manuel Parra fue una farsa, ya que, cuando las cosas dejaron de andar bien y los pistoleros se mataban entre sí por el poder, decidió desaparecer. Ése fue el motivo por el que inventó estar enfermo, trasladándose a Veracruz, donde vivía su doctor. Allá sacaron de un hospital a un hombre moribundo; ya muerto, lo echaron a un ataúd y ese cuerpo representó el cadáver de Don Manuel Parra sepultado. Don Jesús Dorantes agrega que, en realidad, él se fue para su tierra en el estado de Hidalgo, donde no hace poco murió como limosnero.


[1] Miembro del sistema educativo estatal durante 31 años ininterrumpidos, de los cuales 28 fungió como profesor de escuelas primarias en localidades pertenecientes a Cardel, Naolinco y Xalapa. En este lapso le asignan la dirección de la escuela primaria Miguel Hidalgo, de Alto Tío Diego, población contigua a Alto Lucero, pero dependiente del municipio de Tepetlán. Mientras se desempeñaba como director, conminó a sus alumnos al rescate de la oralidad. Éste texto, aunque pequeño, es la muestra de una preocupación que le ha acompañado durante toda su trayectoria profesional. Lleva tres años como Supervisor Escolar de la zona 049 con sede en Platón Sánchez.

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