miércoles, 10 de noviembre de 2010

Un sol de la tarde

Juan Hernández Ramírez.

In memoriam
José Nicolás Hernández Magdalena

        Crecieron los ríos nuevamente y tú ya no estás aquí con tus botines acabados de comprar.  El río ha crecido de nuevo y su cara líquida se lavó con el lodo de las orillas para espantar los pájaros de los árboles de zapote. Te fuiste en resbalón sobre las piedras que amaste tanto, por ese camino verde y en tarde de calandrias. Escuchaste el coro de tus perros a falta del relincho del fusil que bajo tu hombro se quedó quieto.

        El tiempo con sus lunas pálidas, seguirá persiguiendo la noche y el día de forma interminable, y cantarán nuevas palomas sobre el verde jade de los encinos y tus hijas tendrán frutos con ojos de tu tierra, porque no te olvidarán.
         Sólo te pido que allá en las praderas y montes de luna abierta, acompañes a los pájaros de fuego para tu retorno al sol.
         Los caminos no siempre son largos, pero en el último, uno se va con la esperanza de sonrisas y un cúmulo de recuerdos que jamás se marchitaron. A mi me consta que amaste, pero nunca supe si te amaron porque es más fácil la entrega, que recibir los dátiles de una palmera que sucumbió a la hoguera de un desierto.

        Se quedaron atrás las camisas bien planchadas para darle gusto a las luces de la ciudad. Se quedaron los botines sucios después de un paseo por el potrero.

        Las matas de maíz creciendo con sus hojas anchas y largas como olas de mar, también se quedaron atrás, para tejer con sus hojas un murmullo de voces y decirte: hermano hombre, eres tierra nuevamente. Los pájaros chileros de alas amarillas y negras, gritan en su jolgorio porque no habrá nadie que coseche  el chile maduro; pero que importa si habrá más semilla y otras matas nuevas con fruto maduro.

         Las aguas del río subirán y bajarán nuevamente en una renovación de los colores, y  los juncos y los lirios de sus orillas crecerán y florecerán para derramar nueva semilla, así como tú sembraste las tuyas para renacer siempre en ellas.

         Los amigos no se van, se quedan en el murmullo del camino donde las piedras platicaron con el polvo o el barro que se pegó a los talones en los andares rumbo a Teponastla, Terrero, Ahuica, Achupil, u otros arroyos llenos de aromas silvestres.

         Siempre amamos las mismas cosas, los mismos rumbos de la historia, los mismos amigos. He de decirte que ahí están Lorenzo, Fernando, Ismael, Emilia, Angelina, Genaro y otros que has alcanzado al final de la tarde.

Fuimos arquitectos de un ideal que tarda en florecer, porque sabíamos que para la escuela, la democracia es flor de libertad y jamás la enseñanza debe estar en manos de educadores   que se llevan de la mano con los caciques que manipulan  la educación para su propio servicio.

Nunca hemos sabido antes de la casa del silencio, la casa que algún día, cercano o lejano, los que estamos aun aquí, tendremos que habitar.

         Yo no he aprendido la lengua que habla en viento obscuro, pero se que es un canto que tendremos que entonar un día juntos. Quiero decirte que no te preocupes de la luna o de los nocturnos paseos que solíamos cantar, porque las piedras siguen estando ahí, escuchando los mismos grillos. Tal vez el pasto crezca más porque las lluvias empiezan a caer y la tierra empieza a extrañar tu ausencia, dejando crecer la hierba. Se han ido las calandrias  a otros huertos a robarse el fruto rojo de  la siembra, porque la milpa ya no existe; pero las raíces de jóvenes árboles con morenas ramas, escarbarán en tu historia para hablar en tu nombre; hablarán de la musical lengua de los abuelos; el son de madera añeja en su danza de sonajas que se duermen con el copal del sol mojado de rocío. Hablarán de la tierra que ha sido nuestra. Hablarán de la sangre color de maíz y las montañas se llenarán nuevamente de lluvias, soles y lunas, hasta encontrar en la costura policroma de la manta, el camino de nuestros ancestros.

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